Frailes Carmelitas Descalzos en Ecuador

Terapia de las enfermedades espirituales

Fray Edgar Hidalgo ocd
noviembre 2018

Muchas veces llegamos a la conclusión existencial que para aprender se necesita valor, y para enseñar, la paciencia de una madre. En el lapso de mi recorrido de enseñanza-aprendizaje estoy muy convencido de ello, recuerdo con mucho cariño grabado en el alma, en una ocasión en que fui a Sucumbíos y con la mirada y la voz siempre vivas y llenas del fuego del Espíritu a Mons. Gonzalo López Marañón, OCD preguntarme si iba a las Misiones para enseñar o para aprender, y respondí, que a las dos: pues debo aprender primero y también enseñar lo poco que sé.

Debo manifestarles que esta sección de la “Terapia de enfermedades espirituales” está dentro del pequeño curso de la “Dirección espiritual en el siglo XXI” en la cual veíamos la necesidad de que un óptimo Acompañamiento espiritual debía ayudarnos y ayudar a “Nacer de nuevo, del agua y del Espíritu Santo” (cfr. Jn 3, 3-5). También evocando las palabras estremecedoras que no pueden sino salir de lo que se siente hondamente en el alma: “la visión solo puede ser clara cuando uno puede mirarse el corazón. El que mira hacia fuera, sueña; el que mira hacia dentro, despierta” (Carl Jung).

El ejercicio de la psicología pastoral y el acompañamiento espiritual son dos formas muy bellas y profundas de acercarse a las alegrías y sufrimientos de una persona; a las alegrías y sufrimientos de un pueblo; de pisar tierra sagrada; de practicar la escucha paciente, la palabra oportuna, la misericordia.

La temática de le enfermedad espiritual nos permite reflexionar e intentar delimitar el origen y el estado de la enfermedad espiritual, de igual modo comprender y de qué manera podemos actuar frente a ella. Partamos de dos presupuestos antropológicos para conocer la enfermedad y dónde estaría ubicada:

  1. Modelo dicotómico: el ser humano como compuesto de cuerpo y alma.
  2. Modelo tricotómico: el ser humano está compuesto de cuerpo, alma y espíritu.

Para las enfermedades corporales necesitamos un médico, para las enfermedades psíquicas necesitamos un psicólogo, mientras que para las enfermedades espirituales necesitamos un Guía espiritual: las pasiones reciben en este sistema gnoseológico, los mismos nombres que los pecados capitales de la religión católica, aunque la vanidad y el miedo no son recogidas por el catolicismo. Pero todos los términos son utilizados en un sentido diferente del tradicional, como iremos viendo. Antes de pasar a revisar cada una de ellas, nosotros usaremos el modelo tricotómico para ver las enfermedades espirituales.

CUERPO: gula, lujuria, amor al dinero.

ALMA: tristeza, acedia, temor, ira/cólera

ESPÍRITU: vanagloria, orgullo.

Pasiones cercanas al cuerpo:

La buena función orgánica - salud corporal - y la buena función psicológica – equilibrio psíquico – entran en la constitución de la vida espiritual. El director no la puede descuidar.

En este campo, la dirección espiritual lleva una preocupación higiénica proporcionada y el uso de remedios y consejos “caseros”, vigilando y previniendo. Tal como en la familia se recurre al médico o especialista en los casos de cierta importancia, así también el director, a más de su vigilancia y consejo familiar, si puede darlo, sugerirá al dirigido en algunos casos recurra al especialista cuando se trata de una seria enfermedad.

Algunos momentos espirituales conflictivos y enfermizos, con depresiones, irascibilidad, desgana, apatía espiritual, etcétera, suelen tener origen en perturbaciones orgánicas, sean transitorias, sean de carácter estable por su base temperamental o crónica.

El director espiritual debe captarlo para no atribuir al nivel espiritual lo que tiene un origen simplemente orgánico.

De base temperamental con componente orgánico puede ser, por ejemplo, un estado ansioso organizado y permanente. Y transitorios suelen ser ciertos estados espirituales conexos con crisis de enfermedades orgánicas o períodos del desarrollo fisiológico.

El director, en estos casos, ha de saber tener equilibrio. Ni es conveniente abandonar todo esfuerzo espiritual y ascético, recomendado solo el cuidado médico, ni al revés. Esas personas necesitan fundamentalmente un tratamiento orgánico médico, al que acompañe una postura de aceptación y de oración, pero sin caer en una resignación o en una total irresponsabilidad mientras va cuidando su restablecimiento.

El director tendrá que tranquilizar muchas veces el espíritu de esas personas, que suelen creer fácilmente que es flojedad de su espíritu el cuidar así del propio cuerpo, o que es cesión a tentaciones de comodidad el no seguir una vida exigente a pesar de las debilidades corporales.

También podríamos hablar de las fijaciones que son errores cognitivos que van asociados a las enfermedades espirituales y que le llevan a interpretar el mundo y las relaciones desde una óptica particular y se mantienen como verdades incontrovertibles en lo profundo de nuestro ser, determinando nuestro sistema de valores y nuestra conducta. Lo que enferma no son los procesos psíquicos ni las vivencias, sino la manera en que estas vivencias son interpretadas y juzgadas y los errores y engaños perceptivos. La terapia tiene como intención última liberarnos de los autoengaños, poder mirar nuestra vida de la forma más clara posible.

 

GULA

Se entiende la gula como hedonismo, como una excesiva esclavitud al placer, a lo agradable. Se puede ver como una manifestación del miedo, de la angustia, a través de aferrarse a algo grato, un sentirse seguro a través de la gratificación. Esta apetencia excesiva de placer tiene un fondo angustioso, pero tiene también un componente de impulsividad, una dificultad para la contención. Es una insaciabilidad, nunca se satisface con una sola experiencia, siempre se desea más.

Implica una actitud de mucha seducción, simpatía y rebeldía, hay una dificultad con la disciplina, aunque sea auto-impuesta.

  • Formas

Esta enfermedad espiritual  aparece fundamentalmente en dos formas: bien como sensualidad de la boca (laimargía), bien como sensualidad del vientre (gastrimargía) .

  • Origen

Aparece el deseo de comer mucho y suele estar en relación con algunas carencias en etapas infantiles o bien al hecho de haber pasado hambre en algún período de la vida.

  • Efectos patológicos

Podríamos decir que son somnolencia, pereza, debilidad psicológica, falta de atención. En estas condiciones se hace extremadamente difícil la búsqueda de realidades que superen lo puramente material, no podemos llevar una vida mínimamente estructurada en el ámbito psicológico y encontramos una multitud de problemas para lleva una auténtica vida de oración.[1]

Aquí se puede hablar de “charlatanería” y “fraudulencia”. Los dos elementos están de alguna manera presentes en la planificación, que es fraudulenta en cuanto confunde fantasía con realidad, y es charlatanería porque sabe venderse a sí misma y a los demás planes.  Los planes son tan importantes que sustituyen la realidad; las fantasías, las posibilidades entusiasman más que su cumplimiento. Proponemos LA FELICIDAD, como el asunto principal en torno al que giran sus pensamientos y su vida, negando el dolor, pintando la vida en tonos alegres y superficiales, llenando el vacío con caprichos gratificantes e igualmente superfluos.

La creencia es que la vida puede ser vivida sin dolor, que el dolor es un error que podemos esquivar, si nos tomamos la vida de otra manera, si evitamos las situaciones difíciles, si no indagamos en lo que nos duele, vivimos un mundo imaginario, donde no hay límites, todo se puede conseguir y los actos no tienen consecuencias. Estas ilusiones se rompen ante la persistencia de la realidad, y entonces se busca una y otra vez, una ilusión mejor para dulcificarla. Es en el fondo una actitud idolátrica (“cuyo Dios es el vientre”) Flp 3, 19: la persona se convierte en esclava de su estómago (o boca).

Pérdida de la capacidad real de saber qué hacer, no tenemos fuerza de voluntad ni disciplina, la sensación de estar perdidos o desorientados, arraigados en la desconfianza interna y el miedo negado, se perpetúa cuando se combate desde las fantasías. Entonces perdemos contacto con quienes somos, con nuestra interioridad, moviéndonos en el plano superficial: la pasión consiste, pues en comer más por el placer de consumir que por la necesidad de alimentarnos.

 

LUJURIA

En la lujuria, el riesgo se torna en una forma de vida. Implica una negación de la impotencia, una búsqueda de poder, porque es menos costosa que la realidad, donde es necesario reprimir el miedo, arriesgarse y desensibilizarse, conecta con los placeres carnales, es una pasión de exceso, una búsqueda de lo excesivo. Y lo sexual se presta muy bien a llenar esa pasión de intensidad, que puede expresarse de otras maneras en lo emocional y también en lo sensorial: alimentos fuertes, velocidad, etc.

Hay un hambre de estímulos y un deseo de traspasar los límites. Se refiere a todo aquello que exceda los límites de la moderación, es pasión por lo intenso, es un sentirse   vivo a  través de estar al borde de la muerte. Como es arrasadora, pasional, salvaje, y rebelde, parece espontánea, pero es más bien reactiva.

  • Sexualidad natural

La sexualidad “natural” o virtuosa está ordenada por Dios para perpetuación de la humanidad, se vive dentro del matrimonio, y es considerada como uno de los medios privilegiados de comunión entre el hombre y la mujer, manifestando de esta manera su amor mutuo a través del cuerpo. La unión sexual debe estar precedida por la unión psíquica y espiritual.

  • Sexualidad anti-natural o patológica

No se centra en el modo o la cantidad, sino en la calidad, pues el ser humano usa en este caso la sexualidad exclusivamente con vistas al placer que produce, reduce a la persona a mero objeto de placer y produce desunión entre el cuerpo, alma y el espíritu.

  • Efectos patológicos

Vemos el cuerpo como mero objeto de placer en disonancia total de ser templo del Espíritu, prostituyéndolo[2]. La pasión de la lujuria también puede ejercerse de pensamiento y se puede adulterar en el corazón[3], por el placer que producen las imágenes y representaciones, acrecentadas por la memoria y la imaginación.

Aquí preferimos el término “dominio”, hay un fuerte prejuicio acerca de la “hipocresía social” donde todo el mundo muestra una cara y oculta la real. Ser poderoso es lo que te va dar un lugar en el mundo, ante la violencia física o psíquica es hacerse el fuerte, sobreponerse al dolor, negar la impotencia. A veces se llegan incluso a descargar de significado emocional situaciones de dolor, daño, abandono o sometimiento.

La forma de sobreponerse es no sentir el dolor, pero si no sentimos el propio dolor, tampoco podemos sentir el que causamos al otro. Si no es la reacción ante el dolor (que ha sido negado) lo que justifica nuestra agresividad, esta resulta arbitraria y generadora de culpa. Cada vez que sentimos rabia nos domina de forma incontenible y la descargamos contra alguien que se siente muy dañado, del que no nos responsabilizamos, y del que no sabemos compadecernos, conectamos con el sentimiento de maldad.

 

AMOR AL DINERO / DESEO DE TENER MÁS

El deseo de tener algo de otra persona, es un sentimiento de carencia, de escasez interior, acompañado por un impulso de llenar ese vacío con algo que está fuera. Detrás del amor al dinero o deseo de tener más, se halla una marcada competitividad que se mezcla con el deseo y el apego, porque lo que se quiere es lo del otro, admirado y valorado, envidiado y odiado. La tendencia es encontrar malo lo que está dentro y bueno lo que está fuera, pero a veces hay una compensación desde el orgullo en que se produce un sentimiento de superioridad, una cierta arrogancia. Uno siente que la gente le debe algo, que merece ser tratado mejor.

 

  • Causas

La causa de esta pasión no es el dinero o los bienes materiales en sí mismos, sino la actitud con el que el ser humano los contempla: no disfruta del uso de los bienes, sino de su posesión. Se coloca a Dios debajo de su creatura, y llega adorar la riqueza (malgastándola[4])  como a un  “dios”.

  • Consecuencias patológicas

Se manifiestan especialmente en las relaciones del ser humano consigo mismo: pues prefiere el dinero y las riquezas materiales a su propia salud y salvación; y con el prójimo: si alguien posee o acumula más de lo necesario, en realidad está privando a la persona de lo que necesita. Buscar la conservación egoísta del dinero por el placer y la seguridad contradice radicalmente la caridad. ¿Dónde está tu tesoro?[5] deberíamos responder constantemente.

Podríamos llamar “autonomía”. Hay una idea de que podemos hacerlo todo solos, que no dependemos ni necesitamos de los demás. Además no se puede confiar en la gente. Quizá sea el tipo en que más dañada está la confianza básica. Esto entraña una actitud desconfiada, que les lleva a la idea de que más vale distanciarse, estar solos, como forma de protegerse, Hay una hipersensibilidad a la invasión, tanto física (su tiempo, su espacio) como emocional. Su aislamiento no es necesariamente físico, a menudo es una actitud de estar en otro mundo.

La creencia acerca de lo peligroso y dañino que puede ser el mundo le lleva a la protección en el único lugar seguro: su mundo interior que no comparte: evitación de compromisos y cuyo precio es el empobrecimiento afectivo. Retirarse es un intento de ocultarse de la realidad, escapar de ella.

  • Síntomas

Mientras la gula y la lujuria tienen un límite corporal, el amor al dinero y el deseo de tener más, no tienen esta limitación, por lo que tienden a desarrollarse sin fin: “cuanto más se tiene, más se desea”. El ser humano no posee los bienes materiales, sino que estos lo poseen a él.[6] Y ese deseo intenso produce temor, ansiedad y angustia (debido a lo inestable de los bienes), y también tristeza o frustración al no tener lo que desea, bien por el temor a perderlos.

 

Pasiones cercanas al alma:

 

En un sentido lato, puede considerarse como enfermedades espirituales cada uno de los vicios capitales que tientan al hombre y como cercanas al alma; al menos cuando llegan a tal grado, que el hombre se siente vencido por él de manera que no se cree ya capaz de superarlo. Vamos a detenernos en cuatro enfermedades que hacen destrozos entre los que con todo ánimo la comenzaron:  tristeza, acedia, cólera, temor

 

TRISTEZA

El ser humano no conocía la tristeza antes de la caída de nuestros padres.

 

  • Tristeza natural según Dios y tristeza patológica o tristeza del mundo.

La tristeza según Dios produce el arrepentimiento o conversión, al contemplar al ser humano en su condición de naturaleza caída, su expresión más visible es el don de lágrimas. De este modo la tristeza se convierte en una virtud necesaria para poder iniciar el camino del Reino y así retornar a Dios (conversión).

La tristeza patológica o tristeza del mundo, es el mal uso de la tristeza según Dios, pues en lugar de entristecerse por su caída y el alejamiento de Dios, el ser humano emplea la tristeza para llorar la pérdida de bienes sensibles al no haber podido conseguir los placeres esperados, de modo que se frustran sus expectativas sobre sí mismo o sobre sus relaciones con los demás.

  • Causas

La frustración de algún deseo, el funcionamiento patológico de la facultad irascible (es decir, la cólera). Proviene de la frustración de un placer presente o esperado o proviene de la envidia de algún bien material o moral que tenga otra persona, así como por conseguir el reconocimiento de los demás, lo que hace que esta pasión no tenga un objeto tan material en relación a la vanagloria

  • Efectos patológicos

Podemos colocar actitudes de rencor, amargura, e impaciencia que perturban sobre todo las relaciones con el prójimo, así como el abatimiento, la falta de ánimo, la depresión muchas veces acompañada por la ansiedad y la angustia. El efecto fundamental es el oscurecimiento del alma, lo que da como resultado la ceguera de la inteligencia (y por tanto, una perturbación grave de la capacidad de discernimiento) volviéndola torpe y sin energías.

        Quisiera adentrarme un poco más en esta enfermedad espiritual de la “tristeza” que hace que nuestro ser entre en “tibieza”, sin ánimos y frente a la sociedad disciplinaria: cámaras de seguridad, sistemas de relojes biométricos, redes sociales, dispositivos de geo-posicionamiento incorporados en tu auto o en tu celular, vemos los mecanismos de control bastante evolucionados. Te quiero compartir una pequeña ayuda para visualizar tan dolorosa realidad de esta enfermedad espiritual de nuestros días:

La literatura espiritual es unánime en señalar la tibieza, dentro de la tristeza, como la enfermedad peligrosa del progreso espiritual. En el cuidado de la Dirección se trata, más bien de prevenirla, que es más fácil de curarla, veamos unos aspectos que se desprenden de ella.

  1. Síntomas y signos

 El Director espiritual tiene que estar atento a no identificar la tibieza con la simple aridez. La tibieza lleva consigo aridez, pero sin el afán consentido de desahogo en disfrutes del orden de los sentidos; es una aridez culpable dependiente originariamente de su voluntad, consecuencia de actos suyos responsables. No es la sequedad o falta de fervor, de quien aún no ha entrado por los caminos altos de espíritu, sino que tiene el matiz de “envejecimiento”, de algo que se marchita, se comienza a hundir.

Lleva consigo un sentido de “relajación”, de necesidad de satisfacción inferior, junto con pesadez y desgana para, los valores espirituales como tales, especialmente para la oración y soledad espiritual, con aburrimiento en el cumplimento del deber cotidiano vivido en su dimensión de servicio de Dios, dejándose invadir por una visión práctica y utilitaria y activista de la vida. Basta el menor pretexto para suprimir la oración; Dios y sus cosas están en un segundo lugar vital y se cumple con él cuando no hay otra cosa que hacer. En la oración, cuando la hace, falta la preparación, se nota irreverencia, languidece con aburrimiento y voluntarias distracciones. Se advierte en la víctima de este mal una disipación continua, ligereza de corazón y de sentidos, horror a entrar dentro de sí mismo. El sacrificio queda casi completamente descartado; tiene miedo a la mortificación. Actúa sin reflexión, por pasión y por respetos humanos, según el gusto y amor propio. Desprecia las atenciones delicadas de la vida espiritual.

Pero todo esto puede ser pasajero, momentáneo relativamente, un período de cesión y abandono. Entonces puede no tratarse de tibieza, sino de un período de tentación, o incluso en algún caso, con cierta mezcla de  procesos patológicos y de cansancio.

Es importante no dictaminar demasiado rápidamente que se trate de tibieza, porque puede hundírsele a la persona:

Para la tibieza tiene que darse un estado crónico vital habitual con aceptación frecuente del pecado venial deliberado. Tibio es, pues, aquel que, asustado por la dificultad que siente en el camino de la virtud y cediendo a las tentaciones, pasando el primer fervor de espíritu, deliberadamente determina pasar a una vida cómoda y libre, sin salir de su zona de confort, sin molestias, contento con cierta apariencia exterior, con horror a todo progreso en las virtudes, quizá con un compromiso de conciencia, tranquilizándola con el argumento  de que no comete faltas mayores.

No suele ser raro que este cuadro se complete con un sentimiento de cierta paz aparente del alma, sobre todo porque no siente muchas tentaciones y agitaciones.  El mal espíritu favorece este estado y procura que sienta satisfacción en su modo de vivir para que, hinchado y soberbio, vaya creyendo que él entiende mucho de la sensatez de la virtud y que llegue a creer que va bien y no necesita otros esfuerzos, condenado a los demás con toda libertad. Así crece el fastidio de lo espiritual y de todos los medios de progreso espiritual auténtico y va cayendo al precipicio sin percatarse.

  1. Su naturaleza

La tibieza por su naturaleza, se suele relacionar con la acedia, vicio capital y fuente de tentaciones humanas y diabólicas ampliamente tratada en los grandes autores de la espiritualidad monástica, que frecuentemente la identificaban con el “demonio meridiano” (Sal 90,6), que ataca a las horas fuertes del medio día.

Pero en la tibieza no es solo la “acedia” como momento o período de tentación, con sus variantes y consecuencias viciosas de oscuridad, somnolencia, inquietud, pesadez, inestabilidad de mente y cuerpo, verbosidad y curiosidad, sino que se trata de estado de “acedia” con una estabilización de esos mismos resultados, que afectan en la vida.

Por su misma naturaleza, se opone al fervor de la caridad. En efecto la caridad de suyo, tiende a ser ferviente a llevar hacia lo mejor y activar las virtudes, con una radical oposición del pecado venial y a cuanto desagrada a Dios.

La tibieza en cambio, neutraliza la dinámica de la caridad, volviéndola lánguida, sin actividad, sin ilusión por progresar, sino resignada a su estado y fácil en admitir el pecado venial, con pérdida del sentido de generosidad.

c. Génesis y medicina preventiva.-Frecuentemente, suele aparecer la tibieza, tras un período de fervor, por falta de constancia. Complaciéndose en lo que ha gozado y vivido, quizá se lo atribuye a sí mismo. Queda en sequedad, con inclinación al goce de los sentidos, y contentándose en ese nivel se va dejando dominar por una progresiva negligencia, sin mirar a la generosidad ilimitada del Señor.

Cuando tiende a romper o, al menos, a amortiguar el impulso generoso al amor, favorece la entrada lenta de la tibieza. Porque perderse ese impulso es no estar ya al unísono con el dinamismo de la claridad.

Esté el Director atento para discernir si va introduciéndose una cierta negligencia en el cumplimiento de los deberes, aun de aquellos que son tentativamente poco importantes, y vigile con amorosa atención la fidelidad a los Ejercicios espirituales anuales o al Retiro espiritual mensual y reiteradas de ellos, así como tampoco la negligencia real en su cumplimiento. Tenga también presente que la fatiga física y moral de la monotonía suele ser el factor importante de una incipiente tibieza espiritual.

Si el Director se percata a tiempo de un proceso degenerativo hacia la tibieza, hará bien en instruir al dirigido prudentemente, pero con seriedad, sobre la gravedad de la tibieza y la dificultad de salir de ella, induciéndole eficazmente a que con valor renueve diariamente su resolución   de generosidad: praxis de la Caridad.

  1. Remedios de la tibieza

Cuando el Director se encuentra ante una persona francamente hundida en la tibieza, debe ser consciente de que se trata de una enfermedad muy seria, que puede arruinar todas sus posibilidades espirituales. De manera especial, la curación debe ser obra de la gracia y la misericordia de Dios, que ha de comenzar por invocar a Él con una continua y ferviente oración, que en este caso se caracterizará por una firmeza unida a la inspiración de confianza

El tratamiento abarcará una sugerencia de actitudes espirituales antes de la aplicación de unos medios prácticos, que deberán estar precedidos y acompañados por aquellas actitudes.

  1. Actitudes espirituales

 El Director debe sugerir al tibio prudentemente, pero con firmeza, la gravedad de su situación espiritual .

Esto es tanto más necesario cuanto, como acabamos de indicar, el tibio suele tener una aparente paz y auto-satisfacción, en la que se apoya incluso con cierta soberbia. Hay que indicarle que su estado es preocupante, que su vida espiritual está paralizada y que su misión vital está frustrada. Que no puede resignarse a semejante nivel de vida, que está en contraste con la dinámica de la caridad y la profesión   del seguimiento personal de Cristo propia del cristiano.

Si estos argumentos repetidos y prudentemente sugeridos no fueran suficientes, tendría que ser firme el director en mostrarle los motivos serios de preocupación que ofrece su vida.

Que su actitud presenta signos alarmantes que plantean una interrogación sobre su estado de santidad, ya que tiene obligación como cristiano de tender a la perfección; y se acumulan en él tantos pecados de temeridad, ignorancia, ceguera, error culpable, que con ellos de hecho, puede pecar ante Dios, aunque no esté cierto aquí y ahora de que peca. Que puede ser mucho más culpable de lo que él imagina. Que la ceguera real que le aqueja y la dureza de su corazón ante los argumentos del amor son difícilmente  compatibles con una vida de gracia, en la caridad de hijo de Dios.

Pero ha de estar muy vigilante el Director para no empujar a su dirigido hacia la desesperación o el desaliento, sino que debe abrirlo a la confianza de su curación. Cuídese por tanto de repetir las profecías pesimistas que demasiadas veces se proclaman.

Frecuentemente, se ha presentado la curación de la tibieza como prácticamente imposible, como un verdadero milagro. La insistencia en esta dificultad insuperable ha podido hundir a no pocos en ruina definitiva. No solo el haberlo repetido, sino la persuasión misma que de ello tiene el Director. No hay que olvidar que la persuasión personal profunda es lo que más se comunica en las entrevistas educacionales.

Y nada hunde tanto a una persona como la persuasión radicada en quien le trata de que su caso no tenga remedio. Es probable que a veces se haya considerado en un sujeto que padecía tibieza, aún no teniéndola, y se haya acabado hundiéndole en ello por persuasión de lo casi milagroso de la curación. Lo que le ha llevado a la ruina no era gravedad real de su estado, sino el modo incauto de luchar con la tibieza y de superarla.

Por tanto, ese argumento no debe emplearse nunca en la Dirección de la persona tibia. Al contrario el Director esté persuadido de que esa enfermedad tiene remedio, y comunique la misma confianza al dirigirlo. Una confianza que le abra al esfuerzo necesario de colaboración lenta y diligente.

  1. Remedios prácticos

 Para cuanto se refiere al remedio de la “acedia” insistían los clásicos de la espiritualidad en el doble frente de la actividad y oración.

En ese doble frente se ha de actuar igualmente el remedio de la tibieza. Y ante todo, la oración, la petición constante del remedio tanto por parte del dirigido como del Director. Y, junto a la oración, la colaboración que, partiendo de una actitud interior renovada, ponga los medios prácticos aun a pesar de la resistencia de la naturaleza, todavía desganada.

Es preciso decidirse a comenzar una vida nueva, renacer de nuevo, tomando decididamente el camino de la generosidad; fomenta el amor y la caridad en el corazón con un propósito diariamente renovado de entregarse del todo a Dios, unido al sacrificio eucarístico diario. Una actitud de arrepentimiento del estado en que se ha encontrado, renovado continuamente por un dolor de contrición sabrosa por los fallos que puedan seguir ocurriendo y que puedan seguir ocurriendo, y que están decididos a no dejar impunes. Trabajo de fidelidad a la gracia y mortificación de las pasiones con  sacrificios discretos voluntarios y un oportuno ayuno corporal un día al mes, de acuerdo a su realidad física. Fidelidad a los ejercicios espirituales anuales y a la práctica más asidua de la dirección espiritual y confesión. Un esfuerzo serio por llevar una vida ordenada, disciplinada: puntualidad, limpieza, orden.

Muy oportunamente, como comienzo de este nuevo ritmo de vida podría ofrecerse un serio retiro espiritual mensual. A veces, Dios mismo sacude, por los caminos que él escoge, la somnolencia del alma tibia.

 

ACEDIA / CRISIS DE LOS 40

Pereza del alma: acedia. Este término se refería  a quienes entraban a una vida retirada, a fin de dejar el mundo atrás, y dedicarse a Dios, y luego tenían dificultades a la hora de meditar, orar, se distraían fácilmente. También tiene el sentido de no hacer lo que uno quisiera o pudiera hacer de verdad, como una actitud de omisión, de olvido, es una pereza en relación con la interioridad en general, con respecto mirar hacia dentro. Uno no se conoce, no ve claro su interior, actúa mecánicamente, el oscurecimiento de la mente tiene una dimensión espiritual, junto con el no conocerse psicológicamente, hay un olvido de sí mismo, de la experiencia de ser, y una trivialización de los elementos de profundidad espirituales. El hacer sostiene el sentimiento de ser, pero es un hacer desconectado del verdadero impulso.

  • Causas

El espíritu queda perturbado sin razón, la persona se encuentra en el estado de dejadez que produce el apego a los propios gustos o el dominio de la tristeza, suele comenzar en el ámbito afectivo, pero desde ahí se trasplanta al psíquico y espiritual. La origina un estilo de vida volcado al activismo (con el cansancio que lleva consigo), una frialdad en el ámbito religioso, la rutinización de nuestra existencia, tendencia al desánimo ante las sucesivas desilusiones y fracasos.

  • Síntomas

Entrar en estado de pereza y tedio, a los que vendrían a sumarse el desánimo, la indolencia y la pesadez, tanto del cuerpo como del alma. El cansancio se produce sin que la persona esté realmente fatigada: la vida deja de tener sentido y se convierte en pesada carga que llevar, se pierde el gusto por todo, y aparece una insatisfacción vaga y generalizada acompañada por la desaparición de las ilusiones y esperanzas. El disgusto junto con la ansiedad y la inquietud son, en síntesis, algunos de los más claros síntomas de esta enfermedad espiritual.

  • Efectos patológicos

El alma se va llenando de un sentimiento oscuro y confuso de insatisfacción, disgusto, desgana. Es el momento de la pérdida de las ilusiones, donde las metas y los objetivos, tanto personales como comunitarios, van quedando diluidos en la rutina del día al día. Además la persona se siente incapaz de hacer nada que exija continuidad o exigencia. Se intenta cambiar continuamente de actividad, de lugar, de estatus, todo con la finalidad de escapar del tedio, la soledad y la insatisfacción en que se desarrolla la existencia.

Es un lamentable estado espiritual, generalizado hasta un elevado porcentaje entre los que siguen la vida de perfección  evangélica. Quisiera también profundizar un poco más en esta enfermedad espiritual para comenzar un lento pero certero proceso de curación.

La palabra “mediocridad” acuñada para designar este estado no se toma en un sentido peyorativo de mediano, pasable, ordinario, sino en cuanto se opone a notable, considerable, superior a la media. Es pues enfermedad, en sentido relativo de la falta de plena salud. Y merece particular atención en una Dirección espiritual estricta, porque suele causar graves daños al dejar en un nivel medio a quienes en los planes de Dios y según el ritmo que habían comenzado a llevar estaban llamados a cumbres excelsas de transformación a Cristo.

  1. Síntomas

No son incipientes, puesto que suele tratarse de personas que llevan un tiempo relativamente largo de vida espiritual seria, en el cual han asimilado fundamentalmente los principios de la vida cristiana y los viven hasta cierto punto. No es fenómeno de los primeros esfuerzos espirituales. Tiene el carácter de un cierto retroceso, empapado de un cierto cansancio y desilusión. Pero tampoco son tibios, puesto que ni de ordinario suele predominar en ellos la aridez, aburrimiento y desgana espiritual; ni sobre todo, admiten habitualmente el pecado venial deliberado.

Viven la vida espiritual; pero su vida tiene algo de superficial, de ficticia, de falta de encarnación real. Hay una renuncia práctica a la santidad total, aunque quizá de palabra siga hablando de ella. Suele unirse un cierto sentido de complacencia personal a manera de persuasión de ser sensato, bajo cuya bandera se mantiene paralizado en el progreso espiritual años enteros. No es que no haga esfuerzos. Al contrario, tiene momentos de arranque interior; luego se cansa, se vuelve a parar. En otros Ejercicios Espirituales anuales vuelve a empezar, y se olvida del Retiro espiritual mensual y de nuevo se cansa y se para. El resultado es que no hay progreso en el modo de vida espiritual.

Este mismo esfuerzo relativo le sirve de justificación   y favorece su persuasión y sensatez., La favorece también el que, ordinariamente, la persona caída en la mediocridad suele mantener las actitudes de bondad y de piedad con delicadeza en su trato.

Con todo, la persona caída en la mediocridad mantiene y fomenta positivamente vicios notables, como son la vanidad, gula, susceptibilidad, curiosidad, impresionabilidad. Sus esfuerzos en este campo tampoco son nulos, pero se reducen a mantenerse sin pecar, frenando esas tendencias cuando llegan a pecado deliberado. Muchas veces las fomentan, en cambio, positivamente, hasta ese límite con motivaciones y justificaciones aparentemente sensatas, espirituales y apostólicas.

De esta manera, la luz espiritual se va apagando. Y termina la víctima por no ver sentido alguno a la renuncia de lo que no sea pecado. Su postura vital viene a ser la de pasar lo mejor posible con tal de no pecar. Llegando a este momento, este trabajo inútil querer convencerle de la exigencia de renuncia voluntaria ulterior, porque  realmente no le entiende. Más bien se siente liberado de opresiones y estrechamientos precedentes y hasta mira con cierta compasión a quienes aún renuncian a tales goces ilícitos.

  1. Naturaleza

Suele señalarse como constitutivo – y, consiguientemente, como criterio distintivo - un doble elemento estrechamente entrelazado: la incomprensión de la abnegación evangélica y la debilitación de la vida interior.

La persona mediocre no comprende ya en toda su exigencia la renuncia evangélica ni se esfuerza por adquirirla. En contraste con las personas adelantadas y fervorosas, que entienden profundamente esas exigencias y tratan de vivir consecuentemente la renuncia enseñada por Cristo en el Evangelio. Puede ser que traten de ella en forma teórica y abstracta, pero o no la resume de manera personal y vital, o al menos no tiene valor, energía y constancia para conformar seriamente su vida según sus criterios. Cierran así el paso a la dilatación de la caridad, que contradice el amor propio egoísta. Solo entienden como renuncia evangélica la renuncia a lo que es malo. No entienden que se puede renunciar o que Dios pueda pedir el sacrificio de lo que es bueno con el fin de conseguir otro bien superior

Estas personas tienen, sin duda, alguna vida interior. Pero esta vida tiene algo de superficial; le falta totalidad en su penetración de la visión y los principios sobrenaturales. Tampoco han entendido el primado de la vida interior en su santidad y en su apostolado. Quizá lo admiten teóricamente, pero no empapan la vida real con esta convicción. En consecuencia, para estas personas, los pensamientos y afecciones de fe no tienen mordiente suficiente para llevarles adelante con el vigor necesario para superar su honesta mediocridad.

  1. Génesis

El descenso lento hacia este estado de mediocridad puede entrar en el espíritu de formas diferentes. La experiencia enseña que en todas las formas de vida puede introducirse esta pérdida de vigor y generosidad espiritual por caminos muchas veces opuestos entre sí.  El Director espiritual debe estar atento a los primeros pasos, ayudando al dirigido a mantener íntegra la oblación total de su voluntad.

En las personas activas pueden estar en la raíz el agobio de trabajo y de ocupaciones exteriores, aun en el servicio de Dios y tomados inicialmente por obediencia. El quehacer y las necesidades de las almas ahogan. Poco a poco, la vida interior se debilita. Se deja invadir por puntos de vista humanos y pierde lentamente la inteligencia de los medios sobrenaturales. No pierde la fe, pero cesa el avance espiritual.

En las personas contemplativas, el peligro estará en dejarse llevar por una aplicación superficial a las cosas de Dios sin verdadera profundidad ni vigor. Superados los defectos más notables y que podrían deparar una sorpresa seria en su vida, ahora se mantienen en un cierto equilibrio interior sin progresos reales, sin abnegación verdadera.

En muchos casos se suele presentar una especie de cansancio general, producido por la monotonía de la vida espiritual. Tantos esfuerzos renovados, sin éxito aparente llevan a considerar la mediocridad como prácticamente inevitable. Los deseos de santidad de otro tiempo se vienen a considerar como puras ilusiones irreales.

Este cansancio desalentado será tanto mayor cuando con más ímpetu e impaciencia se lanzó antes hacia la santidad apoyada en sus propias fuerzas. En aquellas disposiciones había mezcla de amor propio inconsciente. Y ahora viene la renuncia práctica a aquellos sueños de santidad. Y, al fin, la estabilización en la mediocridad.

En otros casos se llega a la mediocridad por el camino contrario. Persuadidos de que todo es obra de Dios, de que hay que seguir a la gracia y que la condición fundamental de la santidad del abandono total en las manos de Dios, exageran tanto estas disposiciones, que eliminan todos los esfuerzos de colaboración que Dios requiere del hombre para realizar sus planes. El resultado será una persona buena, piadosa, amante de Dios, pero en que la abnegación y la unión quedarán en la superficie, sin vigor y sin profundidad, y con muchos defectos íntimos que el interesado mismo apenas sospecha.

  1. Remedios

La superación del estado de mediocridad es particularmente obra de la gracia, que suele mostrarse patente en algunas reanimaciones espirituales. En algunos casos se presenta en forma de impulso interior irresistible, que no deja en paz al individuo hasta que acaba por rendirse. Este impulso se presenta a veces en forma repentina, pero otras veces va preparando pequeños impulsos parciales y progresivos.

También suele manifestarse esa acción de Dios acompañando a circunstancias exteriores providenciales, sean de signo humanamente negativo, como una enfermedad, o separaciones dolorosas, o humillaciones fuertes que le sacuden; o de signo positivo espiritual, como un éxito apostólico inesperado, o el contacto con una obra extraordinaria de Dios, o con una persona especialmente poseída por el Espíritu del Señor.

Esta gracia medicinal de la mediocridad es, evidentemente, puro Don de Dios. Pero puede ser objeto de petición. En todo caso el director debe ser consciente de la necesidad de la gracia en cualquier forma que se presente, y sea él, sea el dirigido, deben insistir en la petición de la curación.

Junto a la petición se requiere ayudar al dirigido, preparando en lo posible el corazón para la acción de la gracia. Esta preparación la debe cuidar la dirección suscitando en lo posible deseos de fervor, creando una especie de nostalgia del estado de generosidad ilimitada, llena de confianza, sin amargura y desaliento. Cuando suscite ánimo y confianza de curación será importante en este estado.

Para suscitar estos deseos y nostalgia de fervor, deberá recurrir el director a las ideas o sentimientos que tienen fuerza de acción sobre el alma mediocre. Ciertamente que muchos motivos elevados no le harán mella. Pero no es un alma tibia. Y habrá algunos que le muevan; como, quizá, el servicio del bien de las almas, o las dificultades halladas en el ministerio que ponen de manifiesto la insuficiencia de los medios humanos, o la responsabilidad por las gracias recibidas de Dios. Esta idea – fuerza procure empaparla en espíritu de fe, confianza y amor generoso.

Al mismo tiempo que se suscitan estos deseos, hay que promover la cooperación activa de la persona mediocre, de manera que vaya dando pasos en su voluntad aprovechando las pequeñas ocasiones, aun cuando no llegue todavía a la disposición total de abnegación evangélica.

Serán pequeñas aceleraciones y esbozos de disposiciones más altas. Estos esbozos han de cuidarse tanto en el campo de abnegación con pequeños esfuerzos parciales y repetidos, como en el campo de la vida interior en lo que se refiere al recogimiento, procurando momentos más intensos y actuando la vinculación de las ocupaciones absorbentes con una visión sobrenatural más intensa. Igualmente, se le ha de llevar a ejercitar cierto control, aunque sea parcial y esporádico, de la impresionabilidad y actividad desbordante, procurando dominarla y ser dueño consciente de ella

Actuando durante meses con este esfuerzo de pequeños esbozos, se puede ir cultivando una preparación para la acción de la gracia impulsiva de Dios.

En algún caso, puede ayudar provocar las circunstancias exteriores favorables a una reactivación espiritual. Así pueden ser momentos oportunos la marcha a misiones lejanas aceptada o pedida; la renuncia a un puesto amado, quizá demasiado amado; renuncia impuesta bajo una cierta presión de los superiores, que desgarra el alma y rompe el equilibrio espiritual en que se acuñaba; si en este caso se evita la rebelión y el desaliento, podrá ser ocasión de encenderse gran fervor.

El Director no pierda nunca sus ánimos. Trabaje incansablemente en la ayuda de estas personas, consciente de que, si consigue su reactivación fervorosa, habrá presentado un gran servicio a la iglesia para cooperación en la obra redentora. Pero tenga al mismo tiempo presente, para no desanimarse que muchas veces los efectos de la gracia se realizan imperceptiblemente. Llegan a la madurez sin darse uno cuenta.  De repente se nota que la persona ha madurado. Después de meses y años en que parecía no darse ningún progreso, se advierte no sé qué plenitud en el dirigido, que no es ciertamente plenitud en el dirigido, que no es ciertamente la perfección plena, pero que deja transparentar un trabajo real y maduro de la gracia.

 

TEMOR

No solo se trata de temor a cosas concretas, sino el temor a sentir temor, el temor está ligado a la alta agresividad, tiene matices de ira y también de deseo de tener más. La desconfianza en los propios impulsos, en las propias capacidades, el no fiarse de los propios recursos, puede llevar a la necesidad de apoyarse en otros, en una ideología y caer en el fanatismo.

El temor nos convierte en enemigos de nosotros mismos, cuando el temor nos atrapa perdemos el contacto con el corazón y nos paralizamos con fantasías destructivas y negativas.

  • Temor de Dios/temor pasión

El temor virtuoso es “temor de Dios”, cuya forma inferior es el temor al castigo divino y su expresión más elevada es el temor a estar separado de Dios, que es la Vida.  El “temor pasión” da como resultado una pasión patológica del ser humano con Dios: comienza por alejarse de Él, que es el principio y fin de su ser, y coloca en el centro de sus preocupaciones los bienes sensibles que se transforman de esta manera en absolutos.

Aquí tenemos como fijación “la duda” que implica ambigüedad, ambivalencia. Preferimos el término “certidumbre” que te da la seguridad. Hay mucho miedo al error, a equivocarse, y a lo irreparable de la equivocación que paraliza. Esta angustiosa incertidumbre, esta falta de claridad, se produce debido que el propio miedo dificulta la conexión con las sensaciones y emociones, el miedo calla el corazón, y la cabeza se queda sola buscando la buena decisión, la verdad, en un mundo peligroso donde equivocarse se paga caro. El miedo y la inseguridad juntos, forman un estado tan vulnerable que, a veces, se afronta de manera reactiva en conductas auto-afirmativas y temerarias.

  • Efectos

El temor produce ansiedad y angustia, la pérdida o disminución de todo lo que tenga que ver con la razón, el temor se mueve en unos registros inconscientes que dificultan enormemente su conocimiento y control. El desarrollo y nacimiento del temor tiene una incidencia especial en el orgullo y la pusilanimidad (temor a realizar una acción).

  1. IRA/CÓLERA

Solemos asociar a la ira con lo explosivo, pero en el caso de la pasión de la ira, aunque la constitución física, o al menos la carga energética suele ser muy fuerte, y es fácil pensar que pueden ser sujetos muy peligrosos en la expresión de la violencia, hay un auténtico tabú respecto a dejarse dominar por ella. La ira es una pasión dura, que hace referencia a una constante oposición a la realidad (siempre perfectible), más que a las explosiones concretas

  • Origen

La pasión de la “ira” se produce por el mal uso de la potencia irascible, perteneciente a la facultad de la acción, concedida por Dios: su función originaria sería doble: 1) nos ayuda a adquirir la virtud convirtiéndose en el motor de nuestra vida espiritual y 2) lucharía también por conservar la virtud, combatiendo todo aquello que nos hace daño (tentaciones, pecado, mal).

Pero al alejarse de su finalidad, el ser humano, utiliza la cólera para combatir consigo mismo, con Dios y con el prójimo. Solemos colocar la “ira” como “rabia justiciera”. Aunque puede expresarse de manera explosiva, y entonces, es muy violenta y atemorizante, en general lo hace en forma fría, como un resentimiento soterrado, donde la violencia está contenida y tiene más carga el aspecto justiciero.

Aun en los casos en que la expresión de la “ira” es solo verbal, y en ocasiones es gestual, los demás perciben muy claramente la violencia que hay detrás, negada por el sujeto, que sólo ve su buena intención y no entiende el rechazo que produce. La “ira” es una enfermedad espiritual dura, que hace referencia a una constante oposición a la realidad (siempre perfectible).

 

  • Desajustes que produce

Hay una forma externa y violenta que podemos descubrir en la violencia, la lucha y la agresión (cuyo extremo se encontraría en las guerras y los asesinatos). Hay otra forma más sutil y escondida, el resentimiento, fruto de una injusticia u ofensas sufridas. El rencor, el odio y las diferentes formas de hostilidad o animosidad, mal humor, impaciencia. En esta misma dinámica se encontrarían la indignación, las burlas, la ironía, la malevolencia (alegrarse del mal del prójimo), la maledicencia (hablar mal del prójimo).

La fijación es el “perfeccionismo”. Este término se refiere a la actitud de querer cambiar para mejor. En el perfeccionismo hay una cierta oposición a la naturaleza, que es percibida como caótica e imprevisible, como una amenaza frente a lo que se recurre al control, el orden y la ley. El origen habitual de la cólera está conectado con el amor al placer: bien por no poder conseguir el placer que buscamos, bien por vernos privados de los placeres que gozamos.

Para curar proponemos la palabra “corrección” como referencia a lo mental que subyace a la actitud perfeccionista. Pues el mundo es mirado bajo el prisma de correcto o incorrecto, de lo bueno o de lo malo, y todo lo que no se ajusta a lo mío, si debemos decir es censurable; debemos hacer el esfuerzo de la voluntad, control y disciplina, para transformar esa realidad negativa que tenemos.

 

Pasiones cercanas al espíritu:

El cristiano debe encontrar su perfecta integración solo en Cristo. Esta debe abarcar no sólo la inteligencia y la voluntad sino también la afectividad y la sensibilidad misma.

Es el trabajo de maduración, en la que todo hombre   debe tomar parte.

Idealmente, la primera Dirección espiritual madurativa la deberían dar los padres de familia, si éstos estuvieran a la altura de su importante misión eclesial. “Lo que se aprende de niño se identifica y crece con el mismo espíritu y se le adhiere totalmente”

Pero, desgraciadamente, muchas veces no ha sucedido así. Y no raras veces, el trabajo del Director tiene que dedicarse a una reeducación exigida por la presencia en el dirigido de estados conflictivos que le afectan, obstaculizando el recto proceso de la vida espiritual: ansiedades, angustias, escrúpulos.

Pueden ser obstáculos afectivos, que condicionan, parcializan o deforman la visión cristiana de la vida. Porque los padres no han sabido transmitir el conjunto equilibrado del mensaje evangélico serenamente vivido, o ellos mismos eran víctimas de un cierto desequilibrio, que ha repercutido en la educación, o ha habido experiencias traumatizantes que han inhibido o sacudido la afectividad, o existen incluso  obstáculos afectivos, temperamentales que han interferido en la formación y hacen continuamente acto de presencia en ella.

Otras veces la conciencia o criterio espiritual no quedó bien educado por las circunstancias insanas, descristianizadas, o por la manera equivocada de inculcar los principios morales. Y aparece enferma, deformada por conclusiones morales asumidas en la infancia o adolescencia, y que están allí dentro a manera de cálculos endurecidos y dolorosos, aunque escondidos, que influyen en la función de la conciencia real presente con ansiedad e inquietud concomitantes. Y es  que la conversación de los “padres de nuestra carne” (Heb 12,9) casi sofocó la semilla de la gracia bajo un régimen ético rígido y legalista que exacerbaba e inhibía (cf. Col 3,21)

Por todo esto, la Dirección espiritual, no raras veces tiene que proveer al trabajo de reparación, de manera que se vaya haciendo al menos al comienzo y en parte, una excelente reeducación que rectifique, en lo posible, los defectos patentes y las deformaciones latentes de afectividad. La vida espiritual cristiana como tal contiene valores preciosos para restablecer el equilibrio psicológico. Con frecuencia, un buen director, en determinados casos psíquicos, pueden hacer más que un psicólogo de profesión, si sabe aprovechar los valores equilibrantes del conjunto del contenido cristiano. Solo que no debe abusar de ella. El Director debe guardarse bien de aprovecharse de la confianza del dirigido en él, haciéndole depender excesivamente de sí o tratándole con poca seriedad. También la medicación psicológica tiene que ser obra de verdad, de manera que el dirigido sea introducido a la verdad integral.

No mina esta confianza el que el dirigido note que el director no juzga oportuno comunicarle actualmente todo lo que piensa (“Tengo muchas otras cosas que deciros pero no las podéis llevar ahora”: Juan 16,12). Lo que sí es importante es que le hable siempre como a una persona madura, no como suele hablarse a los ñoños, a los enfermos, a los irresponsables.

En este camino de la sinceridad, la seguridad del Director y la correspondiente confianza del dirigido aumentan en la verdad, teniendo presente el aspecto estrictamente sobrenatural y evangélico de la Dirección, en fuerza del cual se recurre confiadamente a la fuerza del espíritu, de la oración y del poder divino, para el remedio a veces, naturalmente, de algunos hábitos cimentados.

El espíritu evangélico y el compendio de la doctrina católica ofrecen otro elemento de gran equilibrio, sanísimo y con capacidad universal de curación.

Naturalmente siempre que no se trate de un dogma aislado y sacado de su contexto vital, sino encuadrado en el conjunto. El carácter equilibrado y equilibrante de la espiritualidad evangélica tiene incluso valor apologético.

Muchos han obtenido una sólida seguridad interior en la fe auténtica por una participación misteriosa de la vida eterna o conocimiento amoroso de Dios, que se comunica en el comienzo de todo movimiento que lleva al hombre sobrenaturalmente hacia Dios y que se afirma y se va haciendo factor espiritual a medida que el fervor de la caridad crece en el corazón.

Hemos insistido en este valor equilibrante de la fe cristiana presentada en su conjunto. Desgraciadamente a veces no se hace de esta manera, sino que se unilateraliza la presentación afirmando y aferrando una verdad e insistiendo en ella, perdiendo de vista el conjunto de la verdad católica. Es culpa de ello, a veces, la falta de equilibrio del mismo Director, que insiste entonces en determinados sectores de la fe o de las costumbres. Por eso nunca, insistiremos suficientemente en que esta luz y espíritu evangélicos se apliquen al sujeto real en el conjunto de circunstancias reales en que se encuentra, y no a un sujeto ficticio e iluso que las use a manera de pensamientos mágicos.

La ciencia psicológica sana no está reñida con la doctrina espiritual. Por eso los buenos autores espirituales insisten en la necesidad de conocimientos psicológicos para la formación completa del Director espiritual.

Sería grave error querer reducir la dirección a psicología aplicada. El director espiritual que se presentara simplemente como un psicólogo o psiquiatra, fracasaría como director y como psicólogo. Se trata de un conocimiento sólido, discreto, empleado discretamente en el ejercicio de su función de dirección que permanece claramente como tal.

En estos casos el Director tiene que saber integrar en la acción espiritual del sacerdote las fecundas observaciones de la psicoterapia debidamente adaptadas. Por eso debe conocer, al menos, los elementos fundamentales de la psicología pastoral, las leyes de los conflictos psíquicos, sus mecanismos, al menos para poder aplicar los principios evangélicos según un diagnóstico verdadero del sujeto en cuestión. Pero siempre ha de actuar como hombre evangélico, lleno de la alegría del Evangelio.

Los grandes directores han sido siempre buenos psicólogos ya desde los Padres del desierto, han conocido la estructura y los mecanismos ocultos de la psicología humana, las escapatorias de la naturaleza, aunque no tenían aún los conocimientos científicos que ha adquirido recientemente la ciencia psicológica.

Junto con el estudio indispensable y serio de San Juan de la Cruz, hay que unir el estudio, muchas veces no meritorio, de meterse en la selva de los modernos progresos de la patología  psicológica. Porque un error de diagnóstico puede llevar a un resultado fatal, cuando la simple ignorancia solo hubiera causado un retraso en el camino.

 

VANAGLORIA

La vanagloria o vanidad es una pasión particularmente dañina por sus efectos y por ser origen de muchas otras enfermedades espirituales. Es capaz de ocupar ella sola, todas las demás pasiones anteriormente vencidas.

Es una pasión por parecer bien, por tener buena imagen. La grandiosidad de esa imagen se constituye en función de los demás, sólo queda en vanagloria si los demás lo ven así. En este proyecto tiene cabida el tipo de vivienda, trabajo o familia, Diríamos que lo nuclear de esta realidad es la sustitución del verdadero “yo” por el falso “self”. La elección sigue dependiendo de lo externo, con sentimiento profundo de superficialidad y vacuidad: es muy importante para la vanagloria, tener éxito como una forma de reconocimiento que afiance lo que uno es.

  • En relación con los bienes materiales/espirituales

La vanagloria relativa a los bienes materiales, es la forma más simple de vanagloria y que afecta al ser humano de manera más inmediata y habitual: consiste en mostrarse orgulloso de los bienes que se posee o se cree poseer, así como ser admirado por otras personas a causa de estos bienes.

La vanagloria relativa a los bienes espirituales se produce en las personas que han superado el primer nivel de crecimiento espiritual y han empezado a liberarse de los lazos con los bienes materiales. Consiste en ser admirado por las virtudes que se tiene o buscar esta alabanza de los otros.

Queremos usar el término “prestigio”, pues a través de la imagen de prestigio o de éxito es como se valora uno mismo y valora a los demás. El vacío interior de la vanidad llega a identificarse con la “apariencia”, entregándole a ésta todo la “entidad”. Pero es la “apariencia” que los demás aprueban, tiene la connotación de reconocimiento social de la “apariencia” o “imagen elegida”.

Implica todo el esfuerzo en APARENTAR, en adaptarse a los patrones o cánones de actuación, bondad, belleza … imperantes que no se ha llegado a constituir una verdadera identidad, que se construye en los ojos del otro.

No hay conciencia de “falsedad”, incluso uno puede considerarse muy “auténtico” porque llega a creerse que realmente es tal como se muestra: desde el alejamiento de los verdaderos sentimientos, se elige un modelo y se pone todo el esfuerzo en cumplir ese modelo, sin que los auténticos deseos tengan importancia. La creencia es “soy yo lo que otros ven”. El deseo del otro me constituye. Hay más conciencia del esfuerzo por aparentar y así no seré excluido y así mantenemos en oscuridad, nuestros propios sentimientos.

  • Causas

La vanagloria o vanidad es considerada como una enfermedad espiritual porque es una perversión o desviación de una facultad puesta por Dios en el ser humano: búsqueda de la Gloria de Dios. Esta Gloria de Dios estaba destinada a obtener la unión con Él por medio de la unión con Cristo: cambiamos la Gloria divina por la “gloria según la carne” o “gloria mundana”, vuelta hacia el mundo sensible.

  • Efectos patológicos

Se encuentran en la locura o delirio: ignorancia del verdadero sentido de las cosas, ignorando lo único absoluto que es la Gloria de Dios.

Conocimiento delirante y fantasmagórico de la propia persona, se atribuye toda clase de cualidades que no posee (en realidad son de Dios). La persona vanidosa llega a endiosarse. Se destruye la paz interior: el ser humano se preocupa obsesivamente por obtener la admiración y alabanza de los demás, y así emerge con fuerza la ruptura social, la xenofobia, el racismo, etc…

Lo más terrible de la vanagloria es que llega a destruir todas las virtudes y esfuerzos que hayamos podido adquirir con anterioridad.

Genera una actividad constante de actividades, de esfuerzos, de empeños que nunca se satisfacen, porque es sólo una tapadera ante la sensación de vacío que implica despojarse de los propios sentimientos. Es una sensación de soledad y vacío, de no existencia, resultado de un ambiente poco cálido que hace que nos sintamos abandonados, separados porque nadie se ocupa de nosotros de un modo adecuado.

 

ORGULLO

La vanagloria es origen del orgullo (su dimensión más exterior), mientras que el orgullo es el culmen de la vanagloria (su aspecto más profundo y espiritual). Vemos aquí la “pseudo-abundancia”, preferimos el término “privilegio”. La idea es que somos especiales y eso nos da una posición de “privilegio”. Aunque no siempre se tenga conciencia del “por qué”, siempre hay una búsqueda y sentimiento de derecho a ese privilegio. En el fondo se sustenta en la convicción de que poseemos algún “don” que nos convierte en especiales, que consigue que todo el mundo nos quiera y podamos lograr todo lo que deseamos sin envidia. Hay una imagen interna sobrevalorada, y la reacción específica es una “obstinación” en conseguir lo que las cosas sean como queremos. Se produce una negación de la verdadera necesidad (afecto, ternura, libertad) que se sustituye por el privilegio.

Dependientes del halago, confirmador de su valía. La dificultad específica estriba en la “frustración”, implica una gran dificultad de aceptar la realidad con sus limitaciones y sus propios límites, y así es doble daño, el olvido de los otros y de sí mismo.

 

  • En relación con los semejantes/con Dios

La primera forma de orgullo consiste en creerse superior a los otros seres humanos, o al menos a algunos de ellos, o buscar esta superioridad. Los motivos de este orgullo pueden ser los mismos de la vanagloria (cualidades físicas, intelectuales, clases social, riqueza…) Desprecia a sus prójimos como si no fueran “nada”, “basura”, “descartables”, “invisibles”, “aporofobia” (odio a los pobres).

La segunda forma de orgullo está en relación con Dios, es la peor de todas las pasiones, y puede presentarse como negación o rechazo de Dios: confianza presuntuosa en las propias fuerzas y rechazo de la ayuda divina.

 

  • Daños patológicos

Tiene efectos patológicos extremadamente graves cuya primera expresión es la locura o pérdida progresiva de la razón: el ser humano se toma a sí mismo y a su voluntad como absolutos, lo que se convierte en una fuente continua de sufrimientos por la diferencia entre lo que se cree ser y lo que realmente se es.

Por afirmar la propia superioridad, la persona orgullosa, se muestra agria y agresiva, temerosa de que la imagen que procede de sí misma quede destruida. Percepción delirante de la realidad, empezando por la propia realidad de Dios, que es ignorado, y el conocimiento ilusorio de sí mismo.

El orgullo contiene la ira, ira narcisista que explota con más facilidad, en el momento en que se siente atacado en su posición de superioridad, que oculta una profunda inseguridad, un temor a no ser querido y a no querer a nadie. Entraña inflamación de la propia imagen.

Desde el orgullo se vuelve necesario disminuir al otro para mantener la propia grandeza. En el orgullo hay una necesidad de dar, el otro no cuenta más que como espejo que refleja la propia abundancia, por eso, no suele dar lo que el otro necesita sino lo que él quiere dar.

 

TERAPIA

  • Terapia de la gula: templanza y dimensión eucarística del consumo.

El principio general es no comer ni beber con saciedad, sino quedar con un poco de hambre y sed. Santificar los alimentos que la Divina Providencia nos provee.

  • Terapia de la lujuria: castidad y rehabilitar los deseos.

La virtud que se opone a la lujuria es la castidad, que permite a la persona descentrar el deseo del ámbito exclusivamente corporal, abriéndola al psíquico y espiritual, y recobrar esa armonía consigo misma, con los demás y con Dios.

  • Terapia de la avaricia y deseo de tener más: limosna, desprendimiento y compartir lo que se tiene y lo que se es.

La curación del deseo pasa, pues inevitablemente por la conversión de nuestros deseos: desprendimiento de los bienes materiales y limosna.

  • Terapia de la tristeza: tristeza según Dios, compunción y don de lágrimas.

La primera condición para la terapia de la tristeza es que la persona enferma de esta pasión sea consciente de la misma y tenga voluntad de curarse: hacernos conscientes de nuestra lejanía de Dios, animarnos al cambio y mantenernos en el camino iniciado. Sentir la alegría espiritual profunda y el gran consuelo de Dios y el don de lágrimas, que es un carisma concedido a algunas personas, de manera puntual y como primicia de la felicidad venidera.

  • Terapia de la acedia: perseverancia.

La terapia recomendada consiste, en primer lugar, en no hacer caso a los diferentes pretextos que presenta esta pasión para dejara las actividades que se están llevando a cabo o las propuestas que la acedia hace para “mejorar” la situación: hay que enfrentarse a ella con la virtud de la perseverancia.

  • Terapia del temor:  temor según Dios y confianza plena en Dios.

La fuente primera del temor es la falta de fe, ya que la persona de fe tiene la completa seguridad de que Dios le ayudará en todo momento, por lo que no tiene ningún temor, se encuentre en la circunstancia que se encuentre.

Uno de los criterios para comprobar la calidad de nuestra oración es la desaparición del temor.

  • Terapia de la ira (cólera): dulzura y paciencia.

El principio de la terapia de la cólera consiste en hacerse consciente de que no hay nada que justifique en ningún caso la ira contra el prójimo, su causa no hay que buscarla en los otros prójimos sino en sí mismo. Tener dulzura, dominio de las palabras y de ahí sigue el dominio de los pensamientos y del corazón, de donde procede en última instancia la cólera.

  • Terapia de la vanagloria: humildad.

La terapia de la vanagloria es, junto con el orgullo la más complicada y fatigosa. Aquí se debe reconocer la vanidad de la gloria humana, descubriendo su inconsistencia y fragilidad. Un signo visible de la curación de la vanagloria es no tenemos ninguna pena al ser humillados en público, ni guardamos ningún rencor a las personas que nos han ofendido.

  • Terapia del orgullo: humildad.

La curación del orgullo debe comenzar, inevitablemente por el conocimiento preciso y detallado del origen, causa y modo de actuar de esta pasión: tener vigilancia interior para evitar hablar y actuar pensando en uno mismo, viendo y escuchando lo que dicen y hacen los demás, conversión del corazón, conversión de la mirada, conversión del oído.

 

 “Una sola cosa hace falta para ser felices, y hacer de la vida una antesala del cielo: vivirla con grande amor a Dios, con plenitud y entusiasmo. Las entregas a medias van poco a poco secando el alma de todo gusto por las cosas de Dios y acaban de hacer enfadoso el cumplimiento de su voluntad”

ALGUNAS CUESTIONANTES:

¿Me repugna la mediocridad, tanto en lo espiritual como en lo intelectual o en lo humano? ¿Por qué?

¿Está vivo y latente en mí el anhelo y el impulso hacia la santidad? ¿O con lo que haya alcanzado me siento satisfecho?

¿Mido mi entrega? ¿Llevo cuentas de todo lo que hago por Dios? ¿Mi entrega es cada vez más íntima y profunda?

¿Siento desgana, disgusto por las cosas espirituales, de manera habitual? ¿Soy superficial en ellas? ¿Las hago más por rutina que por amor?

¿Estoy “acomodado” en mi fe? ¿Sé traducir mi fe en obras? Cuando se me presentan dudas y problemas ¿sigo firme?

¿Acudo y aprovecho la dirección espiritual para crecer en el camino de satisfacción personal?

¿Siempre encuentro excusas para justificar la mediocridad en mi entrega?

¿Por qué no soy más fiel a la gracia de Dios?

¿Cuál es la diferencia entre mediocridad y tibieza?

Según el Catecismo de la Iglesia Católica:

¿Cuáles son los vicios capitales? Cita algunos medios para superarlos.

¿Por qué la doctrina católica, considerada en su totalidad, es fuente de gran equilibrio integral, en los cristianos?

TERAPIAS AUXILIARES

  1. ASCESIS CORPORAL: es considerada como expresión física de  la ascesis del corazón o interior, y está constituida, en principio, por una serie de prácticas entre las que habría que destacar el ayuno, las Vigilias, el trabajo manual o fatigoso. En ningún caso el objetivo es el sufrimiento por sí mismo o un afán de autocastigo, sino que se busca la educación del cuerpo, y así eliminar conductas, hábitos y tendencias que por, incrustados en la costumbre o la rutina, nos impiden el crecimiento en el Espíritu.
  2. PADRE/MADRE MAESTRO ESPIRITUAL: nuestro espíritu, alimentado por la oración, la meditación de las Escrituras y los Sacramentos, nos orientan en el crecimiento espiritual. De hecho, hay que recordar que los peligros son mayores conforme vamos avanzando en la vida de crecimiento espiritual. Por ello necesitamos una Maestro o acompañante espiritual , pues la complejidad de nuestro espíritu, el carácter sutil y escondido de las realidades espirituales y la dificultad del auténtico camino del Espíritu, necesitamos de alguien que conozca estos caminos y nos apoye.

Recordando siempre que esta difícil tarea solo puede ser realizada con la ayuda del Señor, por medio de su Espíritu, que concede a la persona todos los dones necesarios para cumplir su misión.

  1. MANIFESTACIÓN Y COMBATE DE LOS PENSAMIENTOS: tanto la manifestación como el combate contra los pensamientos ocupan un lugar clave en toda terapia espiritual. La manifestación de los pensamientos, a pesar de su gran parecido con la confesión, se diferencia de ella, en que no es un sacramento, y no consiste en reconocer los pecados sino en hacer partícipe al Acompañante espiritual de nuestros pensamientos, para que así pueda conocer mejor nuestra situación interior. Dos actitudes: la vigilancia y la atención. Podemos leer Mc 13, 33-37 (“cuidado…estar alertas”), Mc 14, 38 (“velad y orad”), Lc 12, 37-38 (“dichosos los criados…”), Lc  21, 36 (“velad y orad”), 1Pe 5, 8 (“vivan con sobriedad y estar alerta”).

SÍNTOMAS DE HABER RECOBRADO LA SALUD ESPIRITUAL

        Siempre reconocemos la paz interior, amor y conocimiento-contemplación de Dios, para descubrir si nos encontramos ante una sanidad integral o sólo ante una leve mejoría. Estos tres síntomas o signos visibles de mejoría deben estar juntos (y no sólo uno o dos, sino los tres) y deben actuar de manera armónica, no predominando ninguno sobre los otros.

 

Bibliografia:



[1] Juan Clímaco en “Escalera al cielo” hablaba de tres consecuencia de la gula: 1) servidor de la fornicación, 2) endurecimiento del corazón y 3) el sueño (cfr. Escalera XIV, 28).

[2] “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación…sin dejarse llevar por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios” (1Tes 4, 3-5).

[3] Cfr. Mt 5, 28.

[4] Cfr. Lc 15, 13.

[5] Cfr. Mt 6, 19-21.

[6] Cfr. Sant 5, 2-3.