Frailes Carmelitas Descalzos en Ecuador

María modelo y paradigma de humanidad y artífice de comunión

Fr. Juan Arias Luna ocd
abril 2018

 

Indice

CAPITULO 1: CLAVES TEOLOGICAS DE LA MARIOLOGIA ACTUAL

1.1.  Enfoque histórico-salvífico de la Mariología

1.2.  Nuestra devoción mariana en América Latina

CAPITULO 2.- MARIA DE NAZARET: VISION HISTORICA

2.1.  La Virgen María en el Nuevo Testamento

2.2.  María mujer: perfil humano

CAPITULO 3.- MARIA EN LA IGLESIA: EL DOGMA MARIANO

3.1.  María Madre

3.2.  Inmaculada Concepción

3.3.  Virginidad Perpetua de María

3.4.  Resurrección y Asunción de María

CAPITULO 4.- LA VIRGEN MARIA EN LA TEOLOGIA Y EN LA PASTORAL LATINOAMERICANA

4.1.  Presencia liberadora de María

4.2.  Presupuestos para una Pastoral Mariana

CAPITULO 5.- MARIA, FUENTE DE ESPIRITUALIDAD

5.1.  Espiritualidad que nace de la experiencia

5.2.  Espiritualidad que se expresa a través del cuerpo

5.3.  Espiritualidad esencialmente Trinitaria

5.4.  Una Espiritualidad para hoy

5.5.  María, modelo de seguimiento de Jesús

ANEXO: María, Paradigma de Humanidad (Aparecida 262-271, 280, 320…)

Lista de referencias
Bibliografía fundamental

 

Presentación

Este trabajo de compilación y adaptación con fines pastorales quiere responder a una inquietud personal que como pastoralista he percibido en muchos evangelizadores y agentes de pastoral: una

falta de profundización a nivel teológico-pastoral de un tema tan importante y clave como es la Mariología; sabiendo, incluso, que la devoción a la Virgen María es un pilar fundamental en la expresión religiosa de fe cristiana de nuestro pueblo pobre y creyente.

Este aporte sencillo, no pretende dejar de lado ni sustituir ningún esfuerzo serio, que desde diferentes ángulos interdisciplinares (antropología, psicología, sociología, teología, espiritualidad, pastoral...) se han hecho y se vienen haciendo para desentrañar el papel que la mujer, la madre, la cristiana, la discípula, llamada María de Nazaret tiene en el proyecto salvífico de Dios en favor de los hombres y mujeres de este mundo.

Recojo lo mejor que han ofrecido los teólogos y pastoralistas en estos últimos años - latinoamericanos en su mayoría - varones y mujeres como es el caso de Francisco Taborda, L.Boff, Víctor Codina, Camilo Maccise, Maria Clara Bingemer, Ivonne Gebara, Mercedes Navarro, Georgina Zubiría.  Comienzo este trabajo señalando las claves teológicas propuestas en la Mariología actual.  En un segundo capítulo, presento la visión histórica de María, sobre todo desde el Nuevo Testamento, y en base a las intuiciones psicológicas de San Lucas, el perfil humano de María.  En el capítulo tercero, analizo el Dogma Mariano, visto desde la teología actual en un lenguaje más cercano y asequible al pueblo.  Como capítulo cuarto, propongo algunos aportes significativos de la devoción mariana que se vienen haciendo desde la Teología y la Pastoral Latinoamericanas.  En el capítulo quinto esbozo una espiritualidad que se deriva de una Mariología reflexionada y vivida desde la óptica femenina.  Finalmente, recojo como anexos, algunos textos claves del Magisterio actual de la Iglesia como es el caso del capítulo VIII de la Lumen Gentium, la MarialisCultus de Pablo VI, y el aporte de Puebla y Aparecida que proponen a María como madre y modelo de la Humanidad y artífice de Comunión .  Concluyo presentando una bibliografía actualizada del tema.

Mi objetivo, insisto, no es elaborar un nuevo texto de mariología, ya que existen muchos y con diversas ópticas, muy respetables por supuesto, sino ofrecer unos materiales de trabajo que tienen en común ser una reflexión actualizada desde las dimensiones teológicas, bíblicas, pastorales y espirituales que nos puede servir para conocer mejor, amar más y poder ser devotos de María, Modelo y Paradigma de Humanidad y artífice de Comunión en el seguimiento del Jesús histórico comprometido con la causa de los pobres (entre ellos, la mujer).

Capitulo 1
Claves teológicas de la Mariología actual

Presentamos los núcleos problemáticos a los que la Mariología debe responder y desde la que debe integrarse el discurso teológico en torno a la persona y misión de María en nuestra fe cristiana: el trinitario, el eclesial y el antropológico.  El hecho de que se pueda hablar de un tratado de Mariología se basa en que María tiene una significación positiva en la Historia de la Salvación; ella está al servicio del plan salvífico de Dios y, en este sentido, es inseparable de Jesucristo.  Por eso, aquí señalamos la recuperación del tratado de la Virgen María en el misterio de Cristo y de la Iglesia.  En nuestra América Latina hemos resaltado a María como modelo de Iglesia en su relación con Cristo, y como modelo para la vida de la Iglesia y de los seres humanos.  Y por eso estamos claros que la devoción mariana es, ante todo, un camino de seguimiento de Jesús.

1.1.Enfoque histórico – salvífico de la mariología

El hecho de que se pueda hablar de un tratado de Mariología, se basa en que María tiene una significación positiva en la historia de la Salvación.  En efecto, la Virgen María es la Madre del Salvador, éste es el dato de fe que fundamenta la Mariología.  María está al servicio del Plan salvífico de Dios y, en este sentido es inseparable de Cristo.

Jesús de Nazaret estuvo siempre preocupado activa y eficazmente por la vida plena o salvación integral de las personas (Cf.  Jn 10,10).  Asimismo, el anuncio y realización del Reino de Dios apunta siempre a nuestra salvación histórico-escatológica.

Frente a todo esto podemos afirmar que la existencia y acción de María tiene una función salvífica, esta funcionalidad no se verifica sólo durante su vida terrestre, sino también hoy.

Creemos, por el dogma de la Asunción, que ella ha llegado a la plenitud de la vida, junto con su Hijo.  Así como Cristo glorioso no se ha desentendido de nuestra historia (Puebla 196), tampoco su Madre: ella continúa amándonos con corazón femenino y maternal, sigue queriendo una vida cada vez más plena para sus hijos, no está de acuerdo con las diversas formas de muerte que muchos hombres y pueblos tienen, ella como Cristo, quiere que tengamos vida abundante.

Sin embargo, constatamos que por todas partes se dan diversas manifestaciones de muerte en la miseria, explotación, injusticias, discriminación racial y social, pecado, etc.

¿Cómo, querrá la Virgen sacarnos de estas situaciones infrahumanas?, ciertamente mediante el compromiso liberador de sus hijos, y más concretamente la auténtica devoción a María nos debe llevar a ser imitadores suyos, a tener sus actitudes de servicio a los demás, a ser profetas y liberadores como ella.  Sólo de este modo, la devoción mariana es salvífica.

El tratado de Mariología, como los otros tratados de teología, no debe preocuparse principalmente por satisfacer curiosidades intelectuales ni por llenar la cabeza con un cúmulo de verdades, sino por discernir, a la luz de la fe y del Magisterio de la Iglesia, en qué consiste hoy la función salvífica de la Mariología y qué exigencias concretas conlleva dentro de nuestra historia.

Para poder dar un enfoque histórico, se requiere trazar un perfil humano de María.  En este campo nos encontraremos con dificultades, pues los textos Sagrados, no son biografías ni relatos históricos, sino libros de fe.  No podemos pues, escribir una biografía de María a partir de los datos revelados.  A pesar de ello, será posible bosquejar una imagen humana contenida implícitamente en los Evangelios, y que se puede completar teniendo en cuenta la historia de Israel del tiempo de María.

Es importante ubicar a María en su contexto histórico, así se puede encontrar en ella un modelo de mujer y madre.  Además, de este modo, se le puede entender mejor como una mujer solidaria con las esperanzas y angustias de su pueblo, por otra parte, una visión humana e histórica de María, tiene hoy sus resonancias en nuestra devoción hecha de culto y seguimiento.

En nuestro contexto latinoamericano, la Virgen María como personaje histórico, como mujer libre y liberadora, se convierte en modelo para la mujer (Puebla 299, 844, 845).

1.2.Nuestra devoción mariana en América Latina

En nuestra gente existe un gran amor a María: “Ella y sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y caracterizan su piedad popular” venerada como Madre Inmaculada de Dios y de los hombres, como Reina de nuestros distintos países y del continente entero (Puebla 454).

La piedad mariana ha significado no poco en nuestra Iglesia Latinoamericana, ha sido elemento resistente que ha mantenido fieles a sectores que carecían de atención pastoral adecuada (Puebla 284).  Todo esto lo atestiguan advocaciones.  Los santuarios son signos del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana (Puebla 282).

Pero al igual que otras devociones, la piedad mariana también está afectada por aspectos negativos de diversos orígenes de tipo ancestral: superstición, magia, fatalismo, por deformación de la catequesis, falta de información e ignorancia, reduccionismo de la fe a un mero contrato en la relación con Dios, muchos de estos fenómenos son verdaderos obstáculos para la evangelización (Puebla 456).

Nuestra Iglesia, que quiere evangelizar en el fondo, en la raíz, en la cultura del pueblo, se vuelve a María para que el Evangelio se haga más carne, más corazón en América Latina.

Los agentes de pastoral, debemos ofrecer nuestra vida, como María y con ella, en una continua evangelización (Puebla 745).  La auténtica devoción a María debe ser liberadora.  Para ello debemos presentar a María como modelo de aceptación incondicional de la Palabra de Dios, como anunciadora y servidora de la presencia del señor, como profeta, anunciando la libertad de los hijos de Dios y el cumplimiento de la promesa; compartiendo la persecución y la sospecha con Jesús, atenta a las necesidades de los hombres, en constante espera de la plenitud del Espíritu (Puebla 844).

La devoción a María en América Latina, por pertenecer a la religiosidad popular, no solamente es objeto de evangelización sino, que en cuanto contiene encarnada la Palabra de Dios, es una forma activa con la cual el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo (Puebla 450).

María es presentada como el modelo de la Iglesia en su relación con Cristo (Puebla 292, 293), modelo para la vida de la iglesia y de los hombres (Puebla 294, 297), modelo de mujer (Puebla 298, 299), modelo de servicio eclesial en América Latina (Puebla 300-303).  Con esto nos invita a que la devoción mariana sea ante todo un camino de seguimiento de Cristo, un camino de liberación.  La auténtica devoción a María consiste en la imitación de sus virtudes.  El culto que se le da tiene sentido profundo si está sostenido por una vida como fue la de María.  Esto exige un continuo esfuerzo por conocer mejor las actitudes que ella tuvo y hacerlas nuestras.

Capitulo 2
María de Nazaret: visión histórica

No existe ninguna biografía de María en el Nuevo Testamento.  Igual que Jesús, en María el acontecimiento histórico está ligado a la interpretación de la fe.  Con base en el Nuevo Testamento, nos acercamos a escudriñar lo que el Antiguo Testamento ya prefiguraba de la Madre del Mesías y por ello presentamos los textos mariológicos por sola acomodación, los textos de sentido mariológico, y los textos ciertamente mariológicos.  Siguiendo las intuiciones sicológicas del Evangelio de San Lucas, mostramos a María plenamente humana, con sentimientos, emociones y anhelos humanos.

2.1.  María en el Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento, nos ofrece datos, pero ha sido más la Tradición, los Padres de la Iglesia, la Liturgia, que han encontrado datos en el Antiguo Testamento, un apoyo para la misma devoción.  Así tenemos: Lc.1-2; Mt.  1-2; Mc.  3,21 y 6,3; Jn.  2,3 y 19,25-27; Hch.  1,14.  Pablo en forma anónima: Gal 4,4.  Pero ningún texto se centra en ella misma, la sitúan en función de Jesús(Boff, 1979).  No existe ninguna biografía de María de Nazareth en el N.T.  Igual que Jesús en María el acontecimiento histórico está ligado a una interpretación de la fe.

2.1.1.  Información de los sinópticos.- Los sinópticos, fuera de los relatos de la infancia, parecen tener un fondo histórico más seguro.  Así:

a.- La nueva familia de Jesús (Mc 3,31 ss).  María y sus parientes salen en busca de Jesús, pues, lo creen loco.  La respuesta de Jesús nos permite descubrir la perplejidad de María frente a su propio hijo.  Ella intuye lo que está pasando con Jesús, pero quizá sus parientes no.  Jesús quiere señalar donde empieza la verdadera fraternidad: precisamente donde y cuando los hombres se disponen a realizar los designios de Dios.  María más que nadie entra en ese proyecto de Dios.  Realiza plenamente la voluntad de Dios: es más plenamente su madre.

b.- María la mujer sin ilustración (Mc 6,3; Mt 13,55).  Jesús causó admiración entre sus paisanos por sus palabras sabias y actitudes novedosas y originales.  Se preguntan sobre su origen.  María forma un contraste con Jesús.  Ella es una mujer sencilla, poco ilustrada, una más de aquel pueblo humilde e insignificante como era Nazareth.  María participa del anonimato general de las mujeres del judaísmo.

c.- Diferencia entre el plano carnal y el plano de la fe (Lc 11,27 s).  Jesús quiere marcar, una vez más la diferencia entre el plano carnal y el plano de la fe; éste es el que verdaderamente cuenta en la línea salvífica.  Participar de Jesús no es un privilegio de sangre, ni de raza, y menos todavía de categoría social.  Es una invitación dirigida a todos.  El que vive la fe y acepta la nueva forma de vivir exigida por Cristo, puede participar del banquete del reino.  En este sentido, María es el prototipo de la nueva criatura; por eso está siempre junto a Jesús.  Los rasgos de María que aparecen en la Escritura se sitúan en el plano de la fe, no interesan datos históricos a los escritos sagrados.

2.1.2.  María en los relatos de la infancia de Jesús(Mt 1-2; Lc 1-2).  Estos pasajes representan una teología tardía y ya bien elaborada sobre la dignidad de Jesús, sobre su filiación divina y su carácter mesiánico.

Los textos escritos entre el año 60 y 80 de nuestra era, suponen la presencia de María en el seno de la comunidad, tal como lo indican los Hechos de los Apóstoles.  Podemos imaginar que ella comunicó a los apóstoles los ministerios de su propia vida y el contenido de sus reflexiones a la luz de la fe.  Casi todo se centra en Jesús; en cambio María aparece como la realización de las promesas del AT.  Los hechos considerados históricos por los exégetas son los siguientes: La virginidad de María y su noviazgo con José, la concepción, la infancia en Nazaret.

Mateo, narra el origen de Jesús con especial atención a la profecía deIs.  7,14.  Este texto le permite comprender la virginidad y la concepción misteriosa con exclusión de toda interferencia carnal (Mt.  1,18-21).  Lo que nace de María es el propio Dios encarnado.

Lucas, centra más la atención en María.  El núcleo histórico podría presentarse así: María que era novia de José, siendo virgen todavía, descubre con sorpresa que está encinta.  Como toda mujer judía anhela la llegada del Mesías.  De repente se da cuenta que va a dar a luz.  Se turba porque no conoce varón (Lc 1,34).  Reza y medita en las Escrituras.  Poco a poco comprende que el Espíritu Santo, fuente de toda vida, es quien ha actuado en ella; el hijo que ha concebido en virtud del Espíritu Santo es el Mesías esperado.

Los textos de Lucas acentúan que María era una mujer de fe.  Todos estos acontecimientos son narrados por Lucas en lenguaje del A.T.  Se trata de un recurso literario para conferir sentido religioso y trascendente a un hecho ocurrido en medio de la obscuridad y aparente insignificancia de la historia ordinaria.  Lucas concluye el relato de la infancia de Jesús en el episodio de la peregrinación al templo de Jerusalén.  En el diálogo mantenido en el templo se descubre una contraposición entre padre y Padre.  El evangelista deja bien claro que para Jesús no cuentan los lazos físicos, sino los de la fe.  María y José se ven invitados a trascender el nivel de la carne, de los lazos de sangre y de familia, para situarse en otro nivel que sólo la fe puede alcanzar: el servicio del Padre.  El texto dice que no comprendieron lo que quería decir Jesús, aunque señala que María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón.  De este modo se realiza plenamente la dimensión exigida por Jesús: caminar en la fe.  Esta fe inaugura la nueva comunidad mesiánica.

2.1.3.  La función sacramental de María, según San Juan.

La figura de María aparece por dos veces en el Evangelio de Juan, en las bodas de Caná y en la cima del calvario.  Desde el punto de vista histórico parece ser que la cena de la boda tuvo lugar antes de la vida pública de Jesús.  Es muy posible la realización de este hecho.  Sobre esta facticidad histórica construye Juan su reflexión teológica.

María es la nueva Eva asociada al nuevo Adán.  María es la que intercede y la que alcanza: es la que confía ilimitadamente en Jesús.  Vive la fe, condición básica de la nueva comunidad.  Para Juan las bodas encierran un valor simbólico- sacramental: simbolizan las nupcias escatológicas de Dios con la humanidad, con una alusión a la Eucaristía, que prepara y anticipa dichas nupcias.

María participa de la vida de todos, participa de una fiesta, se alegra con todos los demás, se preocupa de solucionar los eventuales contratiempos.  Como siempre, no es ella la que ocupa el centro, sino los demás.

Finalmente, Juan sitúa a María al pie del calvario, en una descripción de humanismo conmovedor.  Hay exégetas que encuentran dificultades a la hora de aceptar la historicidad de este hecho, por un lado todo el relato de la crucifixión está compuesto de forma artificial y además este episodio no es descrito por los sinópticos.  María inaugura de todas formas, en la hora suprema del acontecimiento de la Redención, su maternidad espiritual.  Esto es lo que ve Juan desde su reflexión teológica.  Si queremos admitir un trasfondo histórico, éste se presentaría así: Jesús, para que su madre no quedara abandonada, la entrega a los cuidados de su discípulo amado.  Este dato histórico sirvió para que el evangelista reflexionara sobre ello y descubriera un significado escondido y misterioso de la intercesión de María en la generación espiritual de todos los redimidos por su Hijo.

2.1.4.  Rasgos históricos de María.- De los diversos textos de la Sagrada Escritura se deducen algunas características:

a.- María es virgen-novia.- Los Sinópticos dan por supuesto este hecho.  Sobre él hacen reflexiones teológicas.  Según las costumbres judías, María estaba comprometida con José.

b.- María es pobre.- Las diversas escenas nos dan a entender que María era mujer del pueblo; vivía la misma vida de todos.  No era ni rica ni poderosa, sino sencilla y pobre, casada con un inmigrante e hijo de emigrantes.  Así nos lo demuestra el pueblo donde vivía: Nazaret un pueblo sencillo, pequeño, sin prestigio.  En este pueblo todos se conocían.  Nazaret tenía sólo una fuente de agua, una sola casa de oración donde se reunían para la reflexión de la Escritura.  Los moradores vivan principalmente de la agricultura.  Pero Nazaret no era tan tranquila; el país estaba ocupado por los romanos que exigían el pago de impuestos que el pueblo no podía pagar.  Por esto surgió el movimiento de los zelotes que pretendían luchar en contra de los romanos.  Vivían en Galilea, por tanto decir "galileo" equivalía a decir gente revelada contra los romanos.  En este contexto vive María.

c.- María es Madre.- Los textos del Evangelio prefieren llamarle “Madre de Jesús”.  Como Madre está presente en los momentos cruciales de la trayectoria de Jesús.

d.- María es Mujer de fe.- Los evangelios nos presentan a María caminando en la oscuridad de la fe.  Le dice explícitamente su prima “dichosa tú que has creído” (Lc 1,45).  Su fe iba creciendo con la ayuda de la reflexión y la meditación.  La anunciación demuestra la dinámica de la fe de María.  Acepta realidades que no se ven y cree, porque para Dios nada es imposible (Lc 1,37).

La fe de María fue creciendo, conoció perplejidades y oscuridades pero no dudas.  Podemos decir que creyó contra toda esperanza.  Por todo esto, se presenta a María como la peregrina de la fe: ella está en camino, su fe va creciendo.

Para aceptar mejor la fe de María conviene tener en cuenta que la fe abarca tres aspectos: asentimiento de la inteligencia, confianza del corazón, y obediencia práctica.  Esta fe supone una entrega de corazón a Dios y compromete la existencia entera, exige acción, la fe debe ser operativa.  En este sentido, la fe y la caridad van siempre unidas.  Más todavía la fe obra por la caridad.  Esta es la fe que tuvo la Virgen María.  No sólo creyó firmemente, sino que se adhirió totalmente a Dios de todo corazón y encarnó este amor en obras concretas de caridad en beneficio de los demás.  Nos basta conocer estas actitudes de María para que nos demos cuenta de que ella está presente desde lo auténticamente humano.  No es una diosa sino una mujer.  Por eso, puede ser un modelo de mujer, sus actitudes pueden ser imitadas.

2.2María mujer: perfil humano

Una de las características de San Lucas es su penetración sicológica.  No se detiene en los datos o detalles exteriores: avanza más y nos pinta los espíritus.  Lo hace con sobriedad, tanto que pasando superficialmente por sus textos, no se advierte la profundidad espiritual y humana de su evangelio.

¿Cómo ha visto San Lucas a María? Con ojos de fe y con ojos humanos.  Centrémonos en este segundo aspecto: Lucas presenta a María plenamente humana, con sentimientos, emociones y anhelos humanos.  Consideremos algunos rasgos de la sicología de María.

2.2.1.  Emotividad y afectividad.- María es mujer y madre, como tal, tiene todas las cualidades propias de la feminidad y de la maternidad.  Se queda “desconcertada”, turbada, ante el saludo del angel (ángel) (Lc 1,29).  Desde el punto de vista humano, la primera reacción frente a lo inesperado, normalmente es el desconcierto.  Pues bien, este aspecto es notorio en María.

Otro rasgo que sobresale en María en su primariedad: apenas sabe que su prima Isabel está encinta y puede necesitar de ella, se pone en marcha a toda prisa (Lc 1,39).  Ante el saludo de su prima y sobre todo, ante el elogio por su fe reacciona inmediatamente con el cántico del Magnificat.  Es cierto que ésta es una reacción de fe, pero eso no quita su primariedad.  Al encontrar a su hijo después de larga búsqueda, no se contiene: cree no sólo tener derecho a expresar su dolor, sino a reprenderlo (Lc 2,48).  El evangelio de Lucas lo cuenta con naturalidad.  Así mismo con naturalidad lo había dicho María.

2.2.2.  Reflexión y meditación.-   Teniendo en cuenta que María en la anunciación, es una joven de 14 a 17 años, llama la atención positivamente su capacidad reflexiva.  La emotividad y primariedad de que hablamos en el acápite precedente se complementan con la capacidad de reflexión.  Cuando el ángel le dice que ha sido elegida para ser madre de Jesús, supera la turbación, se pone a pensar (Lc 1,29).  Los acontecimientos y palabras que no entiende, los medita toda su vida (Lc 2,19-51).

Obviamente, reflexiona a la luz de la fe.  Esto le hace madurar en su opción fundamental de hacer la voluntad de Dios en todo momento.  El hábito de actuar como el Señor quiere, exige capacidad de meditación.  Una persona disipada no está atenta continuamente a lo que Dios le pide.  Si María hace siempre en todo la voluntad de Dios, es porque ha aprendido a meditar, a discernir y a interpretar los signos de los tiempos.

María no conocía ni entendía todas las cosas, especialmente los acontecimientos salvífico, por eso se quedaba meditando, haciendo oración y guardando silencio.  Tal actitud nos da a entender que María buscaba el sentido profundo de las cosas, de los hechos y palabras, y los confrontaba con las nuevas situaciones en las que su vida se veía envuelta.

María no habla de sí misma: no es narcisista.  Los Evangelios la presentan algunas veces sin que ella articule palabras (Mc 3,31-35; Jn 19,25-27; Hch 1,14).  Lo más importante es la acción del Espíritu de Cristo y del Padre Dios.  La actitud meditativa, de oración y silencio, llevó a María a compartir la vida de su Hijo, a vivir a partir de Dios y en total apertura a las personas.  En otros términos, la reflexión y meditación hicieron posible a María el descubrimiento y vivencia de lo fundamental de la vida, que constituye el mandato central del mensaje y actitudes de Cristo: el amor en doble dimensión, a Dios y a los hombres, como veremos a continuación.

2.2.3.  Capacidad de amar.-  Ante todo, María profesa un amor fraternal y espontáneo para con su Hijo.  Podemos imaginarnos todos los cuidados, ternuras y preocupaciones que tuvo por él.  Para este tipo de imaginación tenemos motivos de tipo humano.  Hemos dicho que María era una mujer normal.  Por lo mismo, también tuvo sentimientos y amor maternal.  Además de esto, Lucas nos permite adentrarnos un poco más en el corazón maternal de María.  Su cariño con Jesús se manifestó en la búsqueda angustiosa, cuando se quedó en el templo (Lc 2,41-50).

Durante la vida pública de Jesús, María va a buscarlo posiblemente llegaron a sus oídos los decires de la gente de que su hijo se había vuelto loco.  Era lógico pues, que ella quisiera verlo y llevarlo a su casa para brindarle algún cuidado especial (Mc 3,20 s.  31s).

María está también al pie de la cruz, compartiendo con su hijo el dolor.  El silencio, en este caso, es el lenguaje más sublime de amor: cuando habla el corazón, muchas veces tiene que callar la boca.  Es un silencio elocuente, cargado de amor a su hijo, y a todos nosotros.  En efecto, desde entonces María ya no es sólo la madre de Jesús, sino madre de todos los hombres, representados en el discípulo fiel (Jn 19,25-27).

Además de este amor que María profesa a su hijo, ella tiene también un amor sincero y “práctico” a las demás personas.  Hablamos de amor práctico, por contraposición a los sentimientos de amor.  María no es una romántica ni sentimental en el plano afectivo.  Su amor no está en sentimientos ni palabras, sino en obras.  Es un amor eficaz.  Ahora bien., esta clase de amor consiste en hacer el mayor bien posible a los otros.  Este es el amor que impulsa a María a darse prisa para visitar a su prima Isabel, y se queda con ella, ayudándole en los quehaceres domésticos, todo el tiempo que cree oportuno; mejor dicho, todo el tiempo que Isabel necesita (Lc 1,39-58).

El amor hace interceder a María por los jóvenes esposos, para que no sufrieran bochorno ante la gente por la falta de vino (Jn 2,10s) Además, en esta circunstancia seguramente María no es uno de los comensales sentados a la mesa, sino que está entre las personas que sirven.  Por eso se da cuenta de que en la tinaja que estaba afuera del comedor, ya no hay vino.

Aunque el Evangelio sólo presenta estos dos episodios en que se transparenta el amor eficaz de María; ella como mujer del pueblo, fue servicial, visitó a los enfermos, hizo favores a las vecinas, supo comprender a las personas que le confiaban sus problemas, compartió las alegrías, etc.  En síntesis, todas las virtudes de una mujer y madre sencilla fueron poseídas por María en grado elevado.

2.2.4.  Altruismo.-   Esta cualidad de María esta ya insinuada en el acápite precedente.  Sin embargo, vale la pena reflexionar un poco más explícitamente sobre el desapego, que María tiene de sí misma, para poder ser para los otros.  Ella no está centrada en sí misma, sino en Dios y en los demás: solamente la persona que ha salido de sí misma para entregarse generosamente, es una persona madura en todo sentido.  Así fue María.  En ningún momento se buscó a sí misma.

Su centralización en Dios aparece claramente en la anunciación: cuando ha comprendido cuál era la voluntad de Dios respecto a ella, dice: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).  Lo que cuenta para ella es hacer lo que Dios quiere.  Cualquier otro aspecto pasa a segundo plano.

También en las bodas de Caná puede descubrirse que María está desprendida de sí y centrada en su hijo.  En efecto, María recomienda a los sirvientes que hagan lo que Jesús diga (Jn 2,5).  Ni siquiera dice que hagan lo que ella quiere, pues no busca aparentar, sino servir.  Esta centralización de María en Dios y en Cristo, la lleva al servicio generoso y desinteresado a los demás, como ya lo hemos señalado antes.

2.2.5.  Alegría y optimismo.-  La alegría y el optimismo, son muy humanos y, por lo mismo, también cristianos.  Desde el punto de vista antropológico, la alegría es un “sí” a la vida, una manifestación de que hemos nacido para la felicidad.  Esta alegría es vivida personal y socialmente.  Desde el punto de vista social, anhelamos la felicidad junto con otros, evitamos la soledad y buscamos la compañía.  El deseo de la felicidad y alegría, sentido y vivido personalmente, se planifica y expresa mejor en la apertura a los demás.

Una expresión muy humana de que hemos nacido para vivir es la fiesta, que necesariamente se celebra en compañía y en clima de alegría.  Para poder celebrar una fiesta se requiere encontrar sentido a la vida, porque festejar significa explicitar que vale la pena vivir y afirma esto a pesar del dolor y de la muerte, seguro de que el dolor y la muerte no pueden ser la última palabra.

La fiesta expresa todo lo que es alegría y optimismo, salud y bienestar, cariño y amistad, belleza y poesía, promesa y esperanza.  Pero la verdadera alegría no se contenta con una dimensión antropológica, sino que se fundamenta en las actitudes y en el mensaje de Cristo.  Es interesante constatar que a Jesús lo encontramos muchas veces compartiendo con sus discípulos y amigos la alegría de una fiesta.  Y es que el, como toda persona “normal”, ha dicho “sí” a la vida.

La mayor alegría de Jesús no radica en aspectos meramente humanos, sino en sentirse profundamente amado por el Padre y en revelar el amor que el Padre tiene a la humanidad.  Esta alegría es muy intensa, pero no puede expresarse plenamente en ritos festivos.  Jesús encuentra una forma de manifestarla: la oración.  En ella se transparenta la gozosa relación de Jesús con el Padre y con los que acogen su mensaje de salvación.  En este horizonte es muy significativo el siguiente texto: “En aquel momento se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños” (Lc 10,21).  El hecho de que los pobres, los últimos de la tierra y los humildes acepten el Evangelio, es motivo de tanta alegría para Jesús.

La alegría verdadera, fruto del Espíritu Santo, no será arrebatada ni por el sufrimiento ni por la muerte, como lo atestiguan las bienaventuranzas: “bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien, y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre.  Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo” (Lc 6,22-23).

Los apóstoles vivieron esta alegría de las bienaventuranzas: quedaron contentos por haber sido hallados dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús (Hch 5,41), Pablo sobreabunda de gozo en las tribulaciones que pasa por amor a Cristo y por el anuncio del Evangelio (2 Cor 2,1-4; Col 1,24; 1Tes 1,6).

La alegría de las bienaventuranzas sería un contrasentido, si no fuera por la esperanza de la vida plena en el cielo.  A este respecto dice Pedro: “Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de la gloria” (1Pe 4,13).  Pues bien, la gloria de Cristo es nuestra salvación definitiva.

La alegría cristiana se fundamenta en el amor de Dios y goza por anticipado de la posesión de la gloria.  Esta es la alegría de la esperanza, expresión de fe y de confianza total en el amor del Padre.  Esta es la alegría vivida por la Virgen María, como lo expresa tan solemnemente en su cántico de alabanza (Lc 1,46-55).  Volveremos más adelante sobre este cántico.  Por ahora nos interesa destacar la liberación plena, suya y de su pueblo.  Por tal motivo, no es de extrañarse, a raíz de la felicitación de Isabel por su fe y por su maternidad divina, prorrumpa en el alegre canto del Magnificat.

María ha puesto su confianza en el Señor y espera de él la realización de la promesa salvadora.  Por eso vive su esperanza con alegría, que la expresa claramente diciendo: “mi espíritu se alegra en Dios mi salvador”.  Es una alegría desbordante, incontenible, contagiable, como la indica el verbo utilizado por Lucas: literalmente significa “saltar de alegría”.  Esta alegría por ser fruto de la esperanza y, por lo mismo, don de Dios, no conoce ocaso, ni siquiera cuando María busca angustiada a su Hijo, o lo contempla en la cruz.

Además, María vive y comparte la alegría auténticamente humana.  Así se explica que haya ido a la fiesta de bodas y que comparta con otras mujeres sus diversas experiencias.  También ella ha dado un “sí” a la vida.  También ella, con Cristo, expresa su mayor alegría en la oración.

Por lo expuesto en este acápite, podemos afirmar que en María se armonizan perfectamente las características netamente humanas, femeninas y maternales.  Psicológicamente es la mujer perfecta.  Esto implica madurez humana y vivencia de fe.  Por tal motivo, es imposible clasificarla temperamentalmente.  Ella sobrepasa cualquier esquema que quisiera encerrarla o definirla.

Capitulo 3
María en la Iglesia: el dogma mariano

Abordamos el Dogma Mariano porque es importante reflexionar sobre el desenvolvimiento teológico e histórico que el Magisterio de la Iglesia ha realizado en torno a los atributos con que la Virgen María fue revestida como Hija predilecta del Padre llamada a una participación activa en el proyecto de Salvación desarrollado por Jesucristo: maternidad humana y divina, inmaculada concepción, virginidad perpetua de María, resurrección y asunción.  Voy a seguir los aportes de Leonardo Boff que ha hecho un esfuerzo por actualizar la interpretación de los dogmas marianos acordes con los planteamientos de la Teología y la Pastoral(Boff, 1979, pp.  155-217).

3.1.  Maria, madre

La maternidad no se inscribe únicamente en la trayectoria biográfica de María como un hecho que le interese sólo a ella.  Está al servicio del designio salvífico de Dios que concierne a toda la humanidad.  María no es solamente la madre de Jesús, sino también la madre de todos los hombres.  Además, en María hay una verdadera maternidad humana, ya que el fruto de su vientre es un hombre verdadero.  Hay también una real maternidad divina, ya que el hombre que ella engendra es realmente Dios.  No es posible aceptar a un Dios encarnado sin aceptar a María que le dio la carne humana.

3.1.1.  Maternidad humana de María.- María es verdaderamente madre con todo lo que implica la maternidad humana: a nivel psicológico, a nivel biológico y a nivel espiritual.  La maternidad constituye una forma de generación, ya que ser madre es ser progenitora.  La generación requiere dos elementos: el progenitor y el producto engendrado.  En el caso humano, la función del progenitor está dividida entre los dos sexos: el padre y la madre concurren a la generación del hijo.  En el caso específico de Jesús, sólo concurre María; el Espíritu Santo interviene en lugar del hombre.  Por eso nos interesa ahora solamente la parte de la generación femenina.

¿Cómo concurre la madre a la generación del Hijo? Para responder a esta pregunta, es preciso tener en cuenta lo que nos dice la ciencia.  A partir del descubrimiento del óvulo materno en 1926 por K.  Baer, se ha ido tomando conciencia de que la mujer es sumamente activa en el proceso de generación del hijo.  Por ella y en ella se produce el óvulo.  Pertenece a la madre la gestación, la nutrición, el desarrollo del embrión y el parto.

En todo este proceso existe fundamentalmente una dimensión biológica y fisiológica espontánea y transconsciente que conoce su propio ritmo, independientemente de las intervenciones de la conciencia.  Pero emergen también las características típicamente humanas.  Los procesos biológicos y fisiológicos se producen dentro de un ambiente humano impregnado de espiritualidad, de emotividad, de participación consciente y libre.  Se establecen relaciones profundas entre madre e hijo.  La gestación del hijo depende del estado anímico de la madre.

Más allá de su aspecto bio-fisiológico natural, la maternidad encierra una dimensión de libertad y de consentimiento.  La madre mantiene con su hijo una relación de amor, de adaptación, de cuidado cariñoso.  En este tipo de relación asoma lo específicamente humano y de la maternidad: los lazos tan complejos entre madre e hijo se hacen conscientes, se espiritualizan, se ennoblecen y adquieren un sello de perennidad.

Todas estas dimensiones las encontramos en María, la madre de Jesús.  En primer lugar, su maternidad no significó una fatalidad.  El fiatde María a la invitación del Altísimo nació de una radical libertad que se abandonaba al designio amoroso de Dios.  Al comienzo de la nueva historia de Dios con los hombres está el gesto de una libertad y no la coacción de una violencia.  La característica fundamental del hombre nuevo será siempre ésta: la libertad, el amor, el abandono en el otro.

La maternidad en María fue consecuencia de un consentimiento.  Dios no quiso que su obra fuera la invasión de su omnipotencia, prescindiendo de la libertad humana.  Prefirió que la realización de su plan salvífico brotase del ejercicio de la libertad de María.  Podemos decir que Dios necesita de la mujer en el acto mismo en que prescinde del hombre.

María consintió porque creyó (Lc 1, 44) y concibió creyendo.  Desde ese momento empieza a ser madre.  En ella empieza a desarrollarse el proceso que constituye la maternidad: la ovulación, la fecundación, la gestación y el parto.  Jesús recibe de María el contenido genético, el genotipo, la herencia biológica.  De ella recibe también la personalidad psicológica.

En el caso de María, se trata de una concepción virginal por obra del Espíritu Santo.  Por consiguiente, falta la determinación que proviene del semen masculino.  Por eso la relación María-Jesús es mucho más profunda a nivel del genotipo, de la semejanza física y del carácter psicológico.

A pesar de ser varón, Jesús recibió biológica y psicológicamente una determinación fundamental de su madre María.  Lo femenino entró en una proporción muy elevada en la constitución de la existencia concreta de Jesús.  Puesto que Jesús es simultáneamente Dios, podemos vislumbrar una divinización insospechada de lo femenino.  Lo femenino es asumido por Dios.  De este modo, lo femenino se convierte en vehículo de salvación de los hombres y de auto-revelación de Dios.

Lo femenino debió significar muchísimo para María.  Llevó en ella a su plenitud toda la feminidad.  La maternidad significa para la mujer mucho más que la paternidad para el hombre.  Impregna las raíces más secretas de su vida.

La maternidad no se reduce a una fase de la vida.  Ser madre es para toda la vida; lo mismo que ser hijo.  El acompañamiento del hijo, su educación, la participación en su destino, etc., son dimensiones de toda maternidad verdaderamente humana.  Jesús fue creciendo y madurando ante la vista y cariño de María y de José.  De ellos aprendió a balbucir las primeras palabras.  El hijo, que es Dios, puede decir a alguien: ¡madre mía! Y la madre, puede decir: ¡hijo mío! Es un intercambio de amor y ternura como jamás hubo en toda la humanidad.

De María y de José aprendió Jesús a orar y a leer las Escrituras.  Más tarde los discípulos de Jesús darán testimonio de él diciendo que pasó por el mundo haciendo el bien.  Detrás de esta bondad humanitaria de Jesús, de su extraordinaria sensibilidad religiosa y su sabiduría existencial, está la presencia de la vida virtuosa de María: ella supo reflejarse en su hijo.  La proximidad con Jesús, el trato familiar con él, el rezar juntos, el intercambio de opiniones, la participación de las mismas preocupaciones, encierran misterios que sólo puede comprender, vivir y conservar un corazón de madre.  Todo esto está comprendido en la riqueza humana de María como madre de Jesús.

3.1.2.  Maternidad divina de María.-  La maternidad divina de María se asienta en dos polos.  El primero es el hecho de que vino sobre ella el Espíritu Santo en el momento de la anunciación.  El Espíritu la asumió, la elevó a la altura de la divinidad y habitó siempre en ella.  Por eso lo que de ella iba a nacer sería santo (Lc 1, 35).  La maternidad de María es divina, porque ella se hizo divina.

El otro polo reside en el hecho de que Jesús es verdadero Dios.  La maternidad humana, el haber engendrado al hombre Jesús, constituye fundamento de la maternidad divina, porque ese hombre engendrado por ella es también Dios.  Por tal motivo la fe cristiana proclamó siempre a María: Madre de Dios

Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, de tal modo que nunca fue sólo hombre.  María no engendró a un hijo que posteriormente se uniera a la segunda persona de la Santísima Trinidad.  Engendró a alguien que, desde el primer momento de su concepción, es personalmente Dios.  En este sentido María es madre de Dios encarnado.

Esta afirmación constituye una convicción irreformable de la fe católica.  Fue expresada de forma solemne y obligatoria en el concilio ecuménico de Efeso, el año 431.

3.1.3.  Diversas relaciones que implica la maternidad de María

Relación especial con la Santísima Trinidad

En el misterio de la anunciación se realizan dos misiones divinas: la del Espíritu Santo que bajó sobre María y la del Verbo que comenzó a formarse hombre en su seno.  No queda excluido el Padre, ya que él es quien envía al Hijo y al Espíritu.

El Padre engendra desde toda la eternidad a la persona del Hijo y juntamente con el Hijo, espira el Espíritu Santo.  Este proceso trinitario es eterno y continuamente presente.  El Hijo, cuya generación es eterna, conoce también otra generación temporal en el seno de María.  El Espíritu Santo es el don del Padre y del Hijo.  Su obra cumbre es haber asumido a María, haberse apropiado de su potencia generativa y hacer que ella engendrase al Hijo Jesús.

Así como existe una doble generación, una eterna y otra temporal, existe también una doble filiación del Verbo.  Pero se trata siempre del mismo Hijo.  Procede del Padre y procede de María.  En Jesús encontramos mucho de lo que hay en María.  Ella se ve así prolongada y reproducida en Jesús.  Y el mismo que está así tan próximo, porque es el Hijo de sus entrañas, es también el que está tan distante por permanecer en el seno del Padre.  Aquí se mantienen unas relaciones cuya densidad humana y divina escapa al frío discurso de la teología.  Se puede decir que constituyen para María una contemplación serena y duradera del Misterio.

Relación especial con la humanidad nueva

De las reflexiones que hemos hecho se desprende que tanto Jesús como María no pueden ser comprendidos de forma individualista.  Ambos representan el comienzo nuevo de la humanidad.  Por eso María guarda una relación íntima con la humanidad rescatada que nace de la fe en Jesús, el nuevo Adán e hijo suyo.

María no engendró solamente a Jesús; engendró al Salvador del mundo.  Es la madre del que librará al pueblo del pecado (Lc 1, 31).  Ella está vinculada a la historia que su Hijo siga haciendo a través de los siglos.  Todos estamos incluidos y somos engendrados con Cristo en el mismo fiat de María.  Con razón la fe celebra a María como madre de todos los hombres que deben ser salvados.  Ella es la madre espiritual de todos los redimidos.

El Espíritu que engendró en María al Hijo histórico continúa a través de la historia engendrando hijos, los hermanos de Jesús.  La tradición ha entendido eclesiológica y marialmente el Salmo 87, que habla de los tiempos mesiánicos, cuando todos formarán parte del pueblo de Dios.  La Jerusalén de la que se habla en este Salmo es la Iglesia y, por densificación simbólica, la Virgen María.  Difícilmente se podrá expresar de forma más profunda y poética la maternidad universal de María que en el salmo aludido.

Relación especial con la Iglesia (LG 63-65)

La Iglesia constituye la porción de la humanidad que ha acogido explícitamente el don de la salvación en Jesucristo.  María guarda la relación única con esta humanidad que ha orientado su vida hacia el seguimiento de su Hijo con la fuerza de su Espíritu.  Así como engendró a Cristo, sigue ahora engendrando a los cristianos (Ap 12).  Por eso María es proclamada Madre de la Iglesia.

Toda la Iglesia, comunidad de fieles, se siente invitada a vivir con mayor pureza la gracia divina.  Así actualiza para el mundo la liberación traída por Jesús.  Esta vocación fundamental de la Iglesia, vivida como tendencia y concretada dentro de una serie de contradicciones históricas, fue plenamente cumplida ya por María.  En ella Dios ha mostrado históricamente lo que quiere para todos, y lo que será vivido en la gloria por los redimidos.

María no se presenta como un arquetipo estático.  Es dinámica, suscita vida nueva, ayuda a construir la nueva humanidad y quiere permanecer mujer y madre, engendrando nuevos hijos para que tengan vida abundante.  Ella sigue repitiendo el fiat y dice siempre de nuevo: “Hagan todo lo que Él diga”.

El Espíritu que se posesionó de María, sigue tomando posesión de las personas redimidas.  Una vez asumida la persona de María, no dejó ya más el mundo: sigue asumiendo a todos los que se abren a la gracia redentora.  El Espíritu prolonga su acción salvífica a través de los siglos.  Al engendrar por María y con María a Cristo, sigue engendrando por medio de la Iglesia a los cristianos, hermanos de Jesucristo.

3.1.4.  La santidad de María.-  Todo el conjunto de relaciones implicadas en la maternidad humana y divina de María que afectan a la Santísima Trinidad, a la encarnación, a la humanidad y a la Iglesia, hace de María una santa inigualable, en el sentido más estricto que la teología da a esta palabra.

Santo es originariamente todo lo que pertenece a Dios y que se inscribe en la esfera divina.  En este sentido ontológico, María es toda santa, ya que fue escogida por Dios, sin méritos previos de su parte, para realizar maravillas en ella y por medio de ella (Lc 1, 49).  La maravilla por excelencia consiste en que ella es el lugar de realización de las dos divinas misiones: la del Espíritu y la del Hijo.  Ella fue el receptáculo, totalmente abierto, que pudo acoger el Espíritu y al Hijo para permitirles realizar el designio eterno de humanización de Dios y de divinización del hombre.

El Espíritu habitó en ella y actuó en ella, haciendo surgir una vida divina y humana sin concurso de varón.  En función de esta obra y para prepararla a ella, Dios la liberó de todo pecado.  Este nuevo ser puro y santo no es fruto de la historia humana, sino regalo de Dios que derramó sobre el mundo un reflejo de su santidad.  Esta santidad de María no depende de su voluntad, de sus virtudes ni de su esfuerzo; es exclusivamente iniciativa de Dios.  Ella es santa porque tuvo al Santo en su seno.

Pero María es también santa por título personal, como resultado de su respuesta a la gracia de Dios.  Supo acoger en profundidad el designio de Dios sobre ella: creyó, vivió en la fe, en la obediencia y en la humildad; se entregó sin reserva, lo cual demuestra que pertenece totalmente a Dios.  Extasiado por la santidad de María, el ángel la llama “llena de gracia”.  Dios le concedió a María poder prepararse humanamente a la función histórica-salvífica que iba a cumplir.  Antes de concebir en su seno virginal, María había concebido en su corazón de virgen.  Dios había nacido ya en su espíritu.  Por eso pudo concebirlo en su cuerpo.

De la santidad de María se deriva su eminente dignidad que la coloca por encima de todas las criaturas.  María vive esta santidad y dignidad en la oscuridad de la vida ordinaria, en el pequeño e insignificante pueblo de Galilea.  Los tesoros más preciosos que descubren los hombres se encuentran en las oscuras profundidades de la tierra o del mar.  Dios obra de la misma manera; esconde lo grande en lo pequeño, lo transparente en lo opaco y lo sublime en lo sencillo.  María es el arquetipo de esta verdad

3.1.5.  María, Madre de la Iglesia.-  La Iglesia es la comunidad de los creyentes que, inspirados por el Espíritu Santo, siguen el camino de Cristo Salvador, hacia el Padre.  Los miembros de esta Iglesia constituyen el nuevo pueblo de Dios.  La Iglesia está compuesta por todos los que pertenecen a Cristo y esperan de él la salvación.

Puesto que se trata de la salvación de seres humanos, esta comunidad tiene que ser también una sociedad visible.  El carácter social del hombre constituye una base natural para la Iglesia.  Pero, en cuanto comunidad de gracia y de fe, la Iglesia no tiene por fundamento el carácter social, sino el mismo Cristo.  En otros términos, la Iglesia procede de Cristo.

Cristo glorioso continúa su obra de redención entre nosotros.  Lo hace en y mediante la Iglesia.  La obra salvífica de Cristo se hace visible para nosotros en la Palabra y en los sacramentos.  Al ministerio apostólico le fueron confiados la Palabra y los Sacramentos por Cristo en vistas a la salvación universal de los hombres.

En esta perspectiva la Iglesia es considerada como sacramento universal de salvación.  Como tal, tiene que ser la visibilización de Cristo y estar en función de la salvación.  Lo que la Iglesia hace y dice se orienta a la salvación de las personas.

Esta Iglesia es nuestra madre, porque genera hijos para la vida o para la salvación.  Se le aplica a la Iglesia el calificativo de Madre antes que a María.  No obstante, la idea de la maternidad de María es la que inspiró la de la maternidad de la Iglesia.  Expresado de otro modo, a la Iglesia se la llamó “nuestra Madre” como resultado implícito de que María es madre de todos los redimidos.

María, tipo de la comunidad eclesial redimida

Para llevar a cabo la obra de la salvación, Dios escoge a Abrahán.  Pone a prueba su fe, a fin de poderlo convertir en padre del pueblo escogido y padre de todos los creyentes.  Este proceso selectivo se fue definiendo más claramente con el correr del tiempo, hasta que se cristalizó la idea de Dios “que ha de venir”.  Finalmente, el “linaje escogido” se identificó con una sola persona, la Virgen María.

De este modo, María fue el punto de contacto entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.  Por ella, la esperanza mesiánica se convierte en realidad.  María que es la más receptiva de entre todo el linaje escondido, se convierte en la más colmada de dones.  De esta manera, el pueblo escogido por Dios, llegó a ser, en María, la “esposa sin mancilla” a que se refiere el profeta Oseas (cf.  2, 14 - 24).  María fue la Hija de Sión personificada.

No deberíamos pasar por alto que el misterio de la Iglesia y el misterio de María se han esclarecido siempre el uno al otro.  Así, por ejemplo, títulos como Arca de la Alianza, Puerta del Cielo, Refugio de los pecadores, Torre de David y muchos otros, se atribuyeron inicialmente a Israel y a la Iglesia.  Más tarde se atribuyeron a María.

Esta función mediadora para la salvación de la humanidad fue únicamente obra del amor electivo de Dios.  Sin embargo este amor exige una respuesta de fe.  En esta línea se ubica la fe de Abrahán y de María.  La fe tiene que ser incondicional y, por lo mismo, suficientemente probada.  En el caso de Abrahán, sabemos que Dios fue probando progresivamente su fe y que Abrahán dio pruebas de una fe cada vez más grande (Gen 17, 15 - 19; 18, 9 - 15; 22, 1 - 8).

También la fe de la madre de la nueva comunidad de la fe se vio sometida a pruebas purificadoras.  En la anunciación tiene que abandonarse a la voluntad de Dios sin comprender intelectualmente las cosas.  Recibe la promesa mesiánica: “Jesús será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin” (Lc 1, 32 - 33).  Frente a esta promesa, ciertamente la fe de María fue duramente probada en el Calvario.  Podemos decir que entonces María esperó contra toda esperanza.  De este modo, María se convierte en modelo de fidelidad para la Iglesia.

El puesto de María en la comunidad eclesial de gracia y su relación con la Iglesia sacramental y jerárquica

María es prototipo de la Iglesia, sólo en cuanto ésta es comunidad de gracia, no en cuanto institución sacramental y jerárquica.  María constituye el punto culminante de la comunidad de gracia con Cristo en la Iglesia.  La gracia de María es el más alto ideal que se puede alcanzar en la vida cristiana redimida.  Semejante afluencia de gracia contiene un poder universal, capaz de influir en todos los hombres.  Esta influencia es puramente maternal.  En cambio, la gracia que mana de la Iglesia sacramental y jerárquica es de índole sacerdotal, y no se debe a María, ya que ella no forma parte de la Iglesia jerárquica.  Pero esto no significa que la gracia conferida por los sacramentos quede por completo fuera de la influencia de María.  La gracia que se nos da por medio de los sacramentos es siempre la gracia de Cristo.  Y Cristo, como hemos visto, estuvo y está imbuido de las cualidades maternales de María.

Toda la actividad sacramental de la Iglesia está prefigurada en la vida de María: ella recibió en la fe, no tal o cual sacramento específico, sino el mismo sacramento primordial: recibió a Jesucristo en persona.  Esta recepción del sacramento por parte de María constituye el prototipo de la vida sacramental de la Iglesia, considerada desde el punto de vista del sujeto.

Aunque María queda en cierto sentido fuera de la Iglesia jerárquica, es en la Iglesia la madre, no sólo del creyente ordinario, sino también de la jerarquía.  En cuanto madre de Cristo, María es madre de todos los hombres aun antes de que lleguen a la fe en Cristo.  Pero María es, en sentido especial, la madre de todos los que han sido ya bautizados en Cristo.  En tales casos, la redención objetiva se ha convertido en un nuevo nacimiento personal.  Los sentimientos que una madre abriga hacia su hijo antes del nacimiento son muy distintos de los que siente hacia él después que ya ha nacido.  La madre de todos los pueblos es, en sentido especialísimo, la madre de todos los cristianos cuya vida se deriva de los sacramentos de la Iglesia.

3.2.  La Inmaculada Concepción

3.2.1.  Fundamentos bíblicos del dogma.- En la Sagrada Escritura existen dos puntos de apoyo, a partir de los cuales pudo comenzar el proceso dogmático en torno a este tema.

En el AT se encuentra el pasaje clásico del Protoevangelio (Gen 3, 15).  Según parece el primero en utilizar esta denominación fue el teólogo protestante Lorenzo Rhetius, quien escribe en 1638: “Pues merece el nombre de Protoevangelio, porque es el primer Evangelio, esta buena noticia que alentó al género humano privado de la gracia de Dios”.  El nombre de Protoevangelio lo utilizarán los teólogos católicos en el siglo siguiente.

Gen 3, 15tiene un profundo sentido mariológico.  Consecuentemente, allí se afirma que Dios pone una enemistad entre María y el demonio, entre Cristo y el demonio.  Una reflexión de fe sobre esta afirmación puede descubrir que Cristo y María tuvieron las mismas enemistades contra el diablo.  Ahora bien, si las enemistades son las mismas, tienen que ser totales, de modo que excluyan cualquier amistad originaria con el diablo o un estado originario de pecado de María.

En el NT, en la perícopa de la anunciación, el ángel llama a María “llena de gracia” (Lc 1, 28).  Esta expresión significa que María tiene, de modo estable, la gracia que corresponde a su dignidad de Madre de Dios.  La reflexión a la luz de la fe descubrió que esa gracia es una plenitud de gracia, más aún que la única plenitud que verdaderamente corresponde a la dignidad de Madre de Dios es aquella que se tiene desde el primer instante de la existencia.  Se trata, pues, de una santidad total que abarca toda la existencia de María.

3.2.2.  Sentido y alcance de la definición dogmática.-  La declaración solemne afirma que “María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original”.  Por pecado original entendemos aquí aquella “situación original” que engendra una incapacidad de amar, una cerrazón del mundo, con los demás y con Dios.  Pues bien, la Virgen María, en ningún momento de su existencia se vio perjudicada por la alienación fundamental que estigmatiza nuestra vida.  Ella realiza el plan salvífico de Dios, no por mérito propio, sino por gratuidad de Dios.

Aunque María, por designio de Dios, es sin pecado, participa también del carácter opaco de la existencia humana: también ella, como nosotros, sufría, se angustiaba y tenía necesidad de creer y esperar.  En ella se hacía presente todo lo que es auténticamente humano.  Pero, por estar inmune de pecado original, ella orienta todo salvíficamente: las alegrías, los éxitos, los fracasos, el dolor, etc., son integrados en su vida de forma que la hacen crecer en gracia hasta llegar a ser la mujer perfecta.

María es la “llena de gracia”.  Esto significa que Dios se ha donado totalmente a ella.  En efecto, la gracia es la presencia personal y viva del propio Dios dentro de la vida, para hacerlo plenamente abierta a la tierra y al cielo.  El hecho de estar libre de toda tara histórica que desgarra nuestra existencia constituye un privilegio de Dios para con María.  Pero tiene también un alcance universal: es un don personal de María el ser inmaculada y estar llena de gracia; sin embargo es un don abierto a todos.  María anticipa el destino de la humanidad; también nosotros estamos llamados a ser purificados.  Por María tenemos la certeza de que Dios no nos ha abandonado en nuestra desgracia.  La Inmaculada Concepción constituye, pues, para toda la humanidad un “principio esperanza” y una tarea histórica.  Como principio esperanza, tenemos la responsabilidad de asumir todos los acontecimientos personales e históricos de modo que se conviertan en canales de gracia y de salvación.

3.3.  Virginidad perpetua de María

Los hombres de hoy encuentran una especial dificultad ante la virginidad perpetua de María.  El valor desmesurado que nuestra cultura atribuye al ejercicio de la sexualidad difícilmente permite vislumbrar algún valor en la virginidad.  En este capítulo trataremos de enfocar el valor de la virginidad de modo que pueda ser entendido y asimilado por la gente de hoy.  Pero siempre se requiere una buena dosis de fe para aceptar la virginidad de María, pues no estamos frente a datos fisiológicos, sino frente a datos revelados que cuestionan nuestra fe y nos dan un mensaje salvífico.

3.3.1.  Sentido original de la Virginidad de María.-  Puede darse diversos tipos de virginidad que, de suyo, no tengan nada de cristianos.  Se conoce, por ejemplo, la tradición grecorromana de las vestales.  Tenían que estar al servicio de la diosa Vesta por lo menos 30 años después de su consagración, en perfecta virginidad.  Se conoce ciertas historias de la mitología griega, en las que se ofrecían vírgenes en sacrificio para aplacar la ira de los dioses.  En este caso, la virginidad tiene un sentido cultico.

Hay una virginidad vivida como virtud moral.  El estoicismo hizo de la continencia un ideal en el sentido de que con ella el hombre consigue un control perfecto sobre el cuerpo.  Así puede ser libre para elevarse a lo divino.

La virginidad de María tiene otra fuente de inspiración.  Para entenderla tenemos que situarla en el contexto del AT.  Para el conjunto del AT la virginidad no tenía ningún valor especial.  Equivalía a la esterilidad, que provocaba desprecio.  La hija de Jefté, cuando sabe que va a ser sacrificada por sus propio padres, pide que le dejen ir al monte con sus amigas, no para llorar la pérdida de la vida, sino para llorar la virginidad (Jue 11, 37 - 40).

No ser madre es no realizarse como mujer en el AT.  Amós, cuando quiere subrayar la miseria del pueblo escogido, dice que es como una virgen que va morir sin dejar descendencia (Am 5, 1 - 2; Jer 1, 15; 2, 13; Jl 1, 8).  En hebreo no existe ninguna palabra para designar al célibe; es inconcebible un hombre que no se case.  Jeremías asume el celibato como una señal profética (Jer 16, 1-4): su estado denuncia la desolación y la destrucción de Israel.  Las calamidades que se abatirán sobre Israel hacen absurdo el casamiento y la procreación (Jer 16, 9).

En este contexto veterotestamentario es donde ha de situarse la virginidad biológica de María.  No es ningún valor en sí misma; no pretende ninguna eficacia.  Por eso María canta a Dios “porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava” (Lc 1, 48).  María no canta su virginidad, sino las grandes cosas que en ella ha hecho el Poderoso (Lc 1, 49).

La virginidad de María no es una técnica de sometimiento de los impulsos del cuerpo para poder ascender a la divinidad.  En otros términos, no se trata de una virtud moral, sino de una virtud teologal: María vive centrada en Dios, despojada de toda autoafirmación.  Su virginidad tampoco tiene ningún carácter cultural como en las vestales.  No se trata de ningún “comercio” para conquistar la benevolencia de Dios.  Despojada de toda ambición, ella es simplemente la “esclava del Señor”.

La virginidad de María pertenece a la estructura de la kénosis de la que participó también su Hijo.  No supone ningún valor ante la sociedad ni ante la religión.  María hizo de esta situación de bajeza un camino de humildad, de serena entrega y de confianza ilimitada en Dios.  No pretende nada.  Lo único que hace es situarse ante Dios en total disponibilidad.  Esta actitud fue la que permitió a Dios nacer en María, primero en su corazón y luego en su seno purísimo.  El NT propondrá este tipo de actitud como la más adecuada para recibir y vivir el Reino de Dios.

3.3.2.  La Virginidad “antes” del parto.- Siempre estuvo presente en la conciencia de la Iglesia la fe de que Jesús nació de una virgen (Mt 1, 18; Lc 1, 35).  Dios quiso nacer de una mujer en situación “despreciable”.  Las oraciones litúrgicas de la Iglesia primitiva y las declaraciones doctrinales oficiales atestiguan la fe en la virginidad de María.  En esta doctrina son explícitos varios Concilios: el de Constantinopla (año 381), el de Calcedonia (año 451), el quinto Concilio ecuménico y segundo de Constantinopla (año 553).  En este Concilio se declara con suprema autoridad: “Sea excluido de la comunidad de fe quien dijere que la santa, gloriosa y siempre virgen María es madre de Dios sólo en un sentido impropio y no verdadero, o que lo fue a título de una relación solamente como si de ella hubiera nacido simplemente un hombre y no Dios”

Un sínodo de obispos italianos y africanos, celebrado en Roma el año 649, bajo el Papa Martín I, explicita lo que significa siempre virgen: “Sea excluido de la comunidad de fe el que no confesare con los santos padres, en un sentido propio y verdadero, a la santa y siempre virgen e inmaculada María como la madre de Dios.  Ella, en un sentido especial y verdadero, concibió en los últimos tiempos sin el semen y del Espíritu Santo y dio a luz incorruptiblemente el propio Dios Verbo que nació de Dios Padre antes de todos los tiempos.  Ella conservó después del parto la misma virginidad de forma indisoluble y permanente” (DS 503).  El 7 de agosto de 1555, en una bula del Papa Pablo IV aparece la formulación clásica: “siempre virgen antes del parto, en el parto y después del parto” (DS 1880),

Con estas declaraciones se quiere afirmar que Jesús tiene su origen de Dios.  En un segundo momento se considera a María como la virgen en la que actuó el Espíritu Santo para engendrar humanamente al Verbo eterno.  La grandeza de María no consiste en el hecho de ser virgen, sino en ser la mujer escogida para recibir en su seno al Verbo humanado.  Como mujer, podría estar casada o ser virgen.  Pertenece a otro orden de reflexión la constatación y el testimonio de fe de que ella era virgen y que como tal tiene que ser aceptada y reconocida.  El Verbo fue concebido y engendrado no por una mujer casada y sin hijos, sino por una virgen (elección de Dios-respuesta libre de María).

Por más que pertenezca a la fe permanente de la Iglesia, la virginidad perpetua de María no ocupa en la jerarquía de las verdades el puesto central.  Más importante, que las verdades marianas son las verdades sobre Dios y sobre Cristo.  Creer en la virginidad perpetua de María solo tiene sentido para los que primeramente creen en la encarnación de Dios y en la realidad humano-divina de Jesús.

Una vez aclarados estos puntos, cabe preguntar: ¿Qué es lo que nos quiere revelar la virginidad de María antes del parto? Hemos de ir más allá del puro positivismo teológico que afirma simplemente hechos brutos y pide el asentimiento de la fe.  Todas la verdades son para nuestra salvación (SC 5) y no para satisfacer nuestra curiosidad.  Entonces es preciso preguntarse: ¿En qué está lo salvífico de la virginidad de María? ¿En qué interesa para nuestra salvación su virginidad?

En primer lugar, hemos de decir que no existen razones de necesidad.  Jesús podría haber tenido un padre terreno, y éste no habría podido hacer ninguna competencia al Padre eterno, ya que Dios no tiene nunca quien pueda competir con él.

En segundo lugar, la concepción virginal no tiene nada que ver con una concepción negativa del sexo.  Al contrario, como vimos anteriormente, en el judaísmo había ciertos prejuicios contra la virginidad y cierta exaltación de la sexualidad y de la maternidad.

En tercer lugar, tenemos que abandonar definitivamente la concepción de muchos Padres de la Iglesia que consideraban que el nacimiento virginal de Jesús era una condición necesaria para que no se viera contaminado por el pecado original.  Esta opinión exagera el factor biológico en la transmisión del pecado original.

Las razones de la virginidad tienen que buscarse en la Cristología y en la Pneumatología, más allá de la Mariología.  La virginidad se presenta entonces como una realización de la verdad revelada por Jesús: él es el nuevo Adán.  Finalmente entró en la historia un ser sobre el que la muerte no tiene dominio alguno.  En él se encuentra la vida en toda plenitud.  En el horizonte del mundo mortal asomó un nuevo mundo, inmortal, anhelo de todas la profecías y visión de todos los sueños humanos.  Esa vida plena, anhelada y buscada por los hombres, no puede brotar del esfuerzo humano.  Todo lo que nosotros hacemos, incluso dentro de la mayor abnegación y pureza de intención, está estigmatizado por toda clase de imperfecciones.  El hombre puede hacerse mejor, pero no puede deshacerse totalmente del pecado.

En cambio, en Jesús todo se realiza en una radiante esplendidez.  El no es fruto del esfuerzo humano, sino don de Dios.  Es decir, Dios es quien toma la iniciativa absoluta e introduce el comienzo de la nueva humanidad, liberada finalmente del pecado y de la muerte.  La concepción virginal de Jesús manifiesta esta verdad, pues se realiza por iniciativa y gratuidad divina.  Este comienzo nuevo no se originó “de linaje humano, ni por impulso de la carne ni por deseo de varón, sino de Dios” (Jn 1, 13).

Además, el ser nuevo inaugurado por Jesús no constituye una mera prolongación de la creación, tal como ésta se encuentra.  Es una nueva y definitiva intervención creacional de Dios, que significa una ruptura y protesta contra la vieja creación ensombrecida por el pecado.  La concepción virginal marca esta ruptura.

Todas las personas nacen del encuentro amoroso de dos corazones.  Heredan la historia de pecado en la que están insertos esos dos corazones.  Pero ahora se rompe ese círculo vicioso: Jesús nace de lo alto.  Su aparición se debe a otra historia, que tiene su comienzo en Dios y su meta en el seno de la Virgen de Nazaret.

Si Jesús hubiera tenido su origen a partir de la historia humana, sería portador de la taras de esa historia y necesitaría él mismo verse liberado.  Si viniese solamente de lo alto, no pertenecería a nuestra historia y no se encarnaría.  Pero él es el sacramento del encuentro: viene de abajo, de María; viene de arriba, de Dios.  La concepción virginal expresa muy bien este encuentro.  La virginidad biológica de María está al servicio de este designio divino, que solamente después de su realización se hace, en cierto modo, comprensible por la fe.

¿Cómo tuvo lugar la concepción virginal? Hay un elemento exterior que afecta a la situación, jurídica y social (soltera, novia, etc.) en que se encontraba María, y otro elemento interior que atañe a la forma concreta de la aparición de Jesús en el seno de la Virgen.  En cuanto al primer punto, se puede hacer reflexiones de carácter histórico que tienen cierto carácter plausible; en referencia al segundo, tenemos que vérnoslas con hipótesis, de las cuales ninguna es decisiva.

María era una joven prometida a un hombre de la estirpe de David, de nombre José

(Lc 1, 27).  Se le comunica que concebirá y dará a luz un hijo (Lc 1, 31).  María se queda perpleja y medita: ¿Cómo sucederá eso, si no vivo con ningún hombre? (Lc 1,34).  Esta expresión debe ser entendida correctamente.  Hay que descartar la hipótesis tradicional según la cual María, antes de la anunciación, había decidido vivir un matrimonio virginal con José.  Aun cuando no sea imposible este propósito para la gracia divina, no podemos admitir una ruptura con la concepción de la época que no concedía ningún valor a la virginidad.

La hipótesis que goza de mayor aceptación entre los mariólogos contemporáneos sostiene que María no pensaba en un casamiento virginal (Schillebeeckx, 1974, pp.92-112).  Había tratado ya del matrimonio con José.  Era novia.  Según la legislación judía, el noviazgo equivalía a un casamiento jurídico, aunque no podían cohabitar todavía.  Durante ese tiempo de noviazgo, no autorizaba todavía a mantener relaciones matrimoniales con José (Mt 1, 18), recibe la invitación para ser la madre del Mesías.  María pregunta: ¿Cómo es posible si todavía no cohabito con José? ¿Cómo es posible, si soy todavía virgen? Y entonces viene la explicación: Esto sucederá a través del Espíritu Santo, sin intervención de José, de manera virginal.

En ese momento María pronuncia su fiat: ¡Hágase! Es verdad que no comprende todas las dimensiones de su sí.  Lo importante es ponerse al servicio de Dios y de sus inefables designios.  El nombre de la criatura que empieza a crecer en su seno es el de Jesús, que significa: “Yahvé salva”.  Lo femenino ha penetrado definitivamente en la realidad divina.  Y nadie podrá ya erradicarlo de allí.  Y esto gracias al sí decidido de María.

José se dio cuenta de la gravidez de su novia.  Como era justo (Mt 1, 19), decidió abandonarla en secreto para no provocar escándalo.  Informado probablemente por María del origen divino de su gravidez, aún así piensa desligarla de su compromiso, no por causa de la ley, sino por temor de Dios: su mujer está envuelta por el misterio de Dios, ¿Quién podrá tocarla y poseerla? Ella pertenece totalmente a Dios.  Como era radicalmente justo, José podía pensar de esa manera.  Es como Moisés que quiso apartarse de la zarza ardiente, cuando supo que estaba Dios allí.

Pero, cuando andaba pensando estas cosas, recibió una iluminación de lo alto: “no temas tomar contigo a María tu esposa, porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).  Entonces se celebra la boda.  El matrimonio será virginal, porque los dos se ponen totalmente al servicio del Misterio que lleva consigo María.  Viven el celibato por causa del Mesías y del Reino mesiánico.  Aquí se anuncia ya de antemano lo que será el proyecto religioso de tantos hombres en la era cristiana.

Una vez vistas las razones de orden cristológico, conviene enfocar la perspectiva pneumáticaEl Espíritu Santo tiene también una misión histórica, salvífica y divinizadora en relación con lo femenino.  Las razones de conveniencia que valen para la asunción de la naturaleza humana en su concreción masculina por el Verbo valen también para el Espíritu Santo y María.  Era conveniente que asumiese la situación de virginidad con toda la potencialidad maternal que encierra.  Así es asumido todo en la mujer: la virginidad y la maternidad como determinaciones fundamentales del ser-mujer.  La virginidad es apropiada por el Espíritu no como algo aparte, sino como una realidad antropológica.

Sobre el modo cómo se dio en el plano biológico la concepción de Jesús en el seno de María, no sabemos nada cierto.  La fe nos garantiza que no fue por voluntad de varón, sino que el Verbo fue concebido por obra del Espíritu Santo.  En otros términos, lo que podemos decir, sin que sea necesario entrar en detalles, es que Jesús fue concebido de forma humano-divina.

3.3.3.  La Virginidad “en” el parto.-  A partir del Siglo II, especialmente en los textos litúrgicos y en los apócrifos, se empezó a considerar la virginidad de María también en el parto.  En el sínodo de Milán del año 390 bajo San Ambrosio, se proclamó la virginidad de María en el parto, contra el monje Joviano que enseñaba: concibió como virgen, pero no dio a luz como virgen.

La doctrina del sínodo de Milán, ya contenida implícitamente, en la famosa epístola dogmática de San León Magno a Flaviano se pronunciaba esta misma sentencia.  Fue negada por Tertuliano, por Orígenes y por San Jerónimo, que temían la admisión subrepticia de la herejía del Docetismo (Jesús “parece” ser hombre, pero no es hombre), donde se negaba la verdadera humanidad de Jesús.

La Biblia no atestigua formalmente la virginidad en el parto.  Se trata, como opinan muchos teólogos, de una conclusión teológica derivada de la virginidad antes del parto.  Es considerada de fe por la constante tradición, la cual afirma que la virginidad en el parto consiste en la ausencia de dolor e inviolabilidad del himen en el nacimiento de Jesús.  Comúnmente se empleaba esta figura: así como Jesús resucitado entraba y salía por puertas cerradas, también actuó de forma análoga en su nacimiento.  Esta concepción corre el riesgo de no tomar en serio la humanidad de Jesús y su alumbramiento por parte de María.  La fe en la virginidad en el parto fue afirmada primero en ciertos escritos dudosos de tendencia gnóstica, como las Odas de Salomón, el Protoevangelio apócrifo de Santo Tomás y la Ascensión de Isaías.  Más tarde fue acogida esta afirmación por teólogos serios como Ambrosio y Agustín.  Incluso así, esta fe encierra una verdad que necesitamos recuperar y actualizar.

Lo que podemos decir es lo siguiente: escapan de nuestro conocimiento los procesos concretos que concurrieron con ocasión del nacimiento de Jesús.  Pero aquel fue un nacimiento verdadero, correspondiente a la naturaleza del que estaba naciendo, Jesús, que es al mismo tiempo hombre y Dios.  Hubo un verdadero nacimiento, así como una maternidad plena.  Y esto nos basta para la fe.

Sobre los pormenores de la ausencia de dolor y de la inviolabilidad del himen materno, hemos de decir que fueron especulaciones del pasado y que continúan como especulaciones.  No pertenecen directamente a la fe, sino a las representaciones históricas de la fe.  Sobre ellas podemos hacer esta reflexión: María está exenta de concupiscencia.  En cambio, el dinamismo de nuestras pasiones nos mantiene presos.  No conseguimos plenamente integrarlo todo en el proyecto de liberación orientado hacia Dios.

El dolor, las privaciones de la vida, la mortalidad, inherentes a nuestra condición, no son plenamente asumidas en Dios, porque nosotros no estamos totalmente centrados en Dios.  María no estaba libre de lo que pertenece al estado creatural de la vida humana.  Podía sufrir, era capaz de tener todos los sentimientos verdaderamente humanos.  Más aún, puesto que era más plenamente mujer, vivía todas estas dimensiones con una intensidad insospechada.

Pero hay una diferencia profunda entre nuestro dolor y el dolor de María.  Ella lo asumía y lo integraba todo en Dios.  Lo que es vivido por nosotros de forma pasiva, desintegradora y amenazadora, era vivido por María de forma integradora, como oportunidad de crecimiento y de encuentro con Dios.  Así pues, los procesos biológicos de la maternidad, la concepción, la gestación y el parto fueron experimentados por ella de forma profundamente humana y al mismo tiempo superados por la gracia de su maternidad divina y asumida plenamente por Dios.  De esta forma María es verdaderamente libre, no de dolor, sino de la esclavitud frente al dolor, pues siempre asume e integra todo personalmente en Dios.

3.3.4.  La Virginidad “después” del parto.-  Pertenece igualmente a la fe cristiana la afirmación de la virginidad de María después del parto.  El protestantismo niega este artículo de fe basándose en los textos evangélicos que hablan de los hermanos de Jesús (Mc 3, 31; Jn 2, 12; Hch 1, 14; 1 Cor 9, 5; Gal 1, 19).  Según el origen bíblico, el término “hermano” no significa necesariamente hermano de sangre: puede designar también a los primos (Gen 13, 8; 14, 14) y a los creyentes (Mt 28, 10; Jn 20, 17; Hb 2, 10-18).

Un especialista en la materia saca las siguientes conclusiones: Los llamados hermanos y hermanas de Jesús eran sus primos y primas.  En el caso de Simón y Judas, el parentesco venía por parte de su padre Cleofás, que era un hermano de José; nos es desconocido el nombre de su madre (Bravo, 1978, pp.  165-214).

El contenido de la virginidad después del parto no tiene que buscarse en ningún tipo de prejuicio contra la vida matrimonial y sexual.  Aunque siguieron viviendo juntos, María y José se pusieron totalmente al servicio del significado salvífico de Jesús.  Los dos se encontraban rodeados de un misterio mucho mayor que el misterio del encuentro amoroso entre el hombre y la mujer.

No hemos de imaginarnos que María y José, por el hecho de haber renunciado libremente a las relaciones sexuales-genitales, no vivieron unas relaciones de profundo cariño, de amabilidad, de mutua comprensión, etc.  Todos estos rasgos que pertenecen a la vida familiar constituye el patrimonio de amor vivido por María y José.  Su hogar constituye un ambiente normal psicológico y afectivamente.  En este ambiente tan sano e imbuido de fe pudo crecer y madurar en todos los aspecto el niño Jesús.  Por eso pudo adquirir el profundo humanismo y equilibrio psico-afectivo que reveló más tarde en su vida pública (seguridad en sí mismo, acepta la realidad en la que vive, capacidad de entrega a los demás y a Dios).

3.3.5.  Sentido antropológico y teológico de la Virginidad.-  ¿Por qué quiso Dios nacer de una virgen? Hemos aludido ya a las razones de orden cristológico: Dios quiso poner de relieve el nuevo comienzo de la humanidad.  Cristo es el encuentro del cielo y de la tierra, el principio de una humanidad libre finalmente del pecado y de la muerte e introducida en la unión plena con Dios.  Por eso es el hombre perfecto.

Más allá de esta razón fundamental hay otra de orden antropológico.  No hay ninguna verdad revelada que se nos haya comunicado solamente para nuestra ilustración y curiosidad religiosa.  Todas las verdades, además de darnos luces sobre el misterio de Dios, nos ayudan a descifrar también nuestro propio misterio.  Por medio de la virginidad, María demuestra una existencia totalmente centrada en el servicio del Mesías, en una total disponibilidad a los designios de Dios.  Ella vivió esta actitud no solamente en su espíritu, sino que la simbolizó también en su cuerpo, en la virginidad corporal que no era un valor en sí, sino en cuanto abierto a la maternidad.

María, gracias a esta actitud, da comienzo a una nueva historia: a lo largo de los siglos habrá millares de personas que consagran sus vidas en virginidad, renunciando al matrimonio y a la familia, para ponerse a disposición del designio último de Dios, que es vivir con Dios y para El.  Pero la virginidad cristiana no es solamente consagración a Dios; es principalmente misión hacia los hombres en nombre de Dios.  Por eso, la virginidad cristiana tiene una característica maternal, de fecundidad.  Engendra obras de servicio porque está dinamizada por el amor.  La virginidad tiene razón de ser en función de amor, y el amor siempre es fecundo.

A imitación de María, siempre habrá espíritus generosos que escucharán esta llamada, a pesar de que otros muchos no comprendan el valor de esta consagración.  Si una estrella brilla en medio de la noche oscura y yo no la veo, la culpa no es de la estrella.  La falta de sensibilidad denuncia las tinieblas en que se encuentra envuelto el corazón.

María es también modelo respecto a la actitud fundamental de todo hombre delante de Dios: la disponibilidad total frente a Dios.  Tenemos una virginidad ontológica que sólo puede desposarse con Dios.  Todos, incluso los casados tienen que vivir esta radical apertura que permite la llegada de Dios al corazón del hombre.  Esta actitud, que no depende ya de una virginidad corporal, exige relativizar las cosas del mundo: por muy importante que sean, no constituyen la última y definitiva instancia.

El hombre ha sido hecho para Dios.  Este fin último no elimina las metas intermedias, realizadas en la historia, pero las ordena siempre a lo definitivo.  Ser virgen es conservarse en la pureza de esta llamada y vivir una apertura hacia lo decisivo de la vida humana: hacia Dios.

Finalmente, podemos plantear otra pregunta: ¿Qué significado teológico tiene la virginidad de María? En otras palabras, ¿Qué significa para Dios el hecho de haber nacido de una virgen? El sentido último de la disponibilidad de María reside en el hecho de que, al pronunciar su sí, permitió que Dios se autorrealizace: revela su total disponibilidad y apertura para dejarse penetrar por lo que es diferente de Él, por la creación.

Dios es total comunión y, por eso, suprema debilidad o, lo que es lo mismo, radical virginidad.  La virginidad de María es sacramento-signo de esta virginidad de Dios.  Gracias a la concepción de Jesús, la virginidad divina se encuentra con la virginidad humana.  María se convierte en el “instrumento” de revelación e historización de la virginidad de Dios.  La gracia, la salvación, el amor de Dios es fuente de paternidad, de manera semejante, la virginidad de María se ordena a la maternidad.

3.4.  Resurrección y Asunción de María

A partir de los Siglos V y VI, la fe empezó a interesarse por el final de esa criatura tan singular llamada María.  No es ninguna curiosidad frívola, sino expresión de amor.  Qué fin podría conocer la que es venerada como el mejor fruto de la creación, la obra perfecta del Espíritu, la Madre de Dios? Los fieles, con una lógica consecuente e intuitiva, sacaron la siguiente deducción: en este caso, el fin no puede significar simplemente término y conclusión; tendrá que significar la culminación y perfección alcanzada en su objetivo final.  Por eso el fin de María no se circunscribe a los límites de la muerte.  Ella rompe esa barrera y alcanza una plenitud de vida resucitada.  Por tal motivo, la fe proclamó la resurrección y asunción de María en cuerpo y alma a los cielos.

El día 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII declaró y definió como dogma infalible que “la Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (DS 3993).

3.4.1.  La muerte como culminación e integración.-  Se discute si María murió o no.  Por eso el texto de la definición dogmática dice cautelosamente: “terminado el curso de su vida terrena”.  Nosotros afirmamos que María murió, ya que sólo así es posible hablar verdaderamente de resurrección.  María murió porque su vida fue plenamente humana, y la muerte es consecuencia natural de la vida, independientemente del pecado.  El pecado introdujo la angustia y el miedo a la muerte y la incapacidad de asumirla e integrarla en la vida.  En razón de esta situación pudo decir la Escritura que la muerte entró en el mundo por el pecado (Rom 5, 12; 1 Cor 15, 21-22).

María, libre y exenta de todo pecado, pudo integrar la muerte como perteneciente a la vida creada por Dios.  La muerte no fue vista por ella como fatalidad y pérdida de la vida, sino como oportunidad y como paso a una vida más plena en Dios.  La muerte ofrece a la persona humana la posibilidad de un supremo acto de amor y de entrega a Dios.  En este sentido la muerte es un bien.  Así fue asimilada por María.

Además, María se asoció por completo al destino de su Hijo.  Jesús nos liberó por su vida y por su muerte.  María participó también por su vida y por su muerte de esta obra mesiánica de salvación.  La muerte no fue para ella castigo ni angustia.  Fue la forma suprema de su donación y de su amor sacrificado.

El que vive una vida semejante no puede permanecer en la muerte.  Al contrario, en la muerte explosiona con toda su fuerza la vida.  Eso es la resurrección, que se ve en la misma muerte.  Por eso, la realidad terrenal de María no fue entregada a la descomposición.  En la muerte irrumpe la vida que estaba latente.

La resurrección no debe interpretarse como la reanimación de un cadáver.  Esto significaría continuar en la estructura de la mortalidad.  La resurrección significa la aparición de la vida plena, sin mezcla ni amenaza de muerte, porque es participación de la vida misma de Dios.  Consiguientemente, la resurrección tiene que definirse en términos de glorificación, de absoluta realización de la vida.  Es vida humana.  Por eso María conserva su identidad personal y corporal.  Pero ahora vive la forma definitiva de la vida, tal como Dios la había predestinado desde toda la eternidad.

María fue asunta al cielo en cuerpo y alma.  La expresión “cuerpo y alma” indica el carácter totalizante y completo de la glorificación de María.  No caben dualismos ni menosprecio del cuerpo, dado que la persona humana en su totalidad ha sido creada para la vida.  Prototipo de ello es Cristo y la Virgen María.  En ellos también la materia, el cosmos y la historia han llegado a su plenitud.

Los cristianos acentuamos especialmente la glorificación personal de María.  Con ello hacemos profesión de fe en el destino absoluto a que está llamado nuestro cuerpo.  Es un cuerpo anhelante de vida, pero contaminado por el virus de la muerte.  Por eso unos lo exaltan hasta la idolatría; otros lo desprecian hasta su destrucción.  En el cuerpo es donde sentimos la densidad del amor; en ese mismo cuerpo sentimos la profundidad del dolor.  Mediante la resurrección y asunción el cuerpo queda rescatado de toda ambigüedad.

Mientras María vivió en este mundo, su cuerpo fue solamente vehículo de gracia, de amor, de comprensión, de bondad.  No fue jamás instrumento de pecado.  Por eso su cuerpo, en su materialidad, fue asumido y glorificado por Dios.  Nuestro cuerpo es también instrumento de pecado.  En consecuencia, la materialidad permanece en la muerte, ya que fue también hacedor de la muerte.  En María todo fue puro y santo, gracias a la presencia del Espíritu divino.  La resurrección retomó estas realidades y las consumó en su máxima plenitud.

3.4.2.  Significado de la asunción para María.-  ¿Cómo será el cuerpo resucitado de María, entronizado ya en la gloria celestial? ¿Qué significa para ella estar ahora llena del Espíritu y junto a su Hijo? ¿Qué significado trascendente se vislumbra para lo femenino que ha quedado ya introducido con ella dentro de la Santísima Trinidad?

Estamos rozando cuestiones que se esfuman dentro de la imaginación religiosa.  Pablo, a quien se le concedió entrever la realidad del nuevo cielo y de la nueva tierra, confiesa: “Ningún ojo vio jamás, ningún oído oyó jamás, ningún corazón penetró jamás en lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Cor 2, 9).  Por consiguiente, más vale que calle la razón y se hable con la fantasía creadora enraizada en la fe, esperanza y amor.  Todo lo que de bueno, de grande, de profundo, de amoroso, de íntimo y de verdadero hayamos experimentado y realizado en la tierra, será elevado a su potencia máxima en el cielo.  El corazón descansará en un Amor no amenazado y la vida se alimentará de la fuente de la eternidad.  María goza de esta radical hominización en su feminidad.

La asunción significa para María el encuentro definitivo con su Hijo, que la precedió en la gloria.  La madre y el Hijo viven un amor y una unión imposible de imaginar.  Ella ya no necesita creer en la divinidad de su Hijo contra todas las apariencias.  Ahora ve ya la realidad tal como es, la verdad de la filiación y de su maternidad divina.

Las relaciones que estudiamos al tratar sobre la maternidad divina y humana se vuelven transparentes para María.  Ella se descubre inserta dentro de la Santísima Trinidad, mediante el Espíritu Santo que la fecundó y la asumió, y el Hijo al que engendró.  Ahora experimenta lo que antes escapaba a su conciencia: su ligazón con toda la humanidad y su unión con la Iglesia.

Se alegra por la revelación del sentido final de la feminidad que ella mismo realiza y descubre en su fuente divina.  La asunción señala el momento a partir del cual María como mujer pasa a vivir con toda plenitud una unión inefable con Dios, que define de esta manera su situación final.  María, en un nivel escatológico, queda divinizada, conservando su naturaleza humana creada.

3.4.3.  Significado de la asunción para nosotros.-  La resurrección y asunción de María favorecen una mística de presencia de la persona de la Virgen María dentro de la historia y de la Iglesia.  La Mariología corre el peligro de convertirse en puro recuerdo de una pasado lejano, actualizado para la fe mediante la fatigosa investigación de la Escritura y de la tradición, pero sin resonancias en la realidad actual.  De este modo, Nuestra Señora se transformaría en una idea y en un principio abstracto mediante el cual construimos nuestro sistema histórico-salvífico.

La resurrección y la asunción de María corrigen esta posible desviación.  María sigue estando dentro del mundo y en el seno de la Iglesia con la presencia activa de un viviente.  Aunque permanece invisible a nuestros ojos, ella no es una ausente.  La relación de los fieles con ella no se lleva a cabo únicamente mediante el recuerdo de su persona y de su obra, sino alcanzando inmediatamente a su persona viva y resucitada.  Sólo a los puros de corazón les es dado entender cuán íntima, tierna, maternal y acogedora puede ser la relación con nuestra madre, la Virgen María.

María resucitada y asunta al cielo, realiza en forma eminente nuestra vocación a la vida plena, especialmente en la dimensión femenina de la existencia.  La proclama el Vaticano II: “La madre de Dios, ya glorificada en cuerpo y alma en los cielos, es imagen y primicia de la Iglesia que habrá de alcanzar su propia perfección en el mundo futuro” (LG 68).  Esto significa que María vive ya ahora en cuerpo y alma lo que vivieron también nosotros.

Mientras vamos peregrinando por la tierra, María nos recuerda y hace presente nuestro objetivo último.  Más todavía, ella es el fruto más precioso de toda la cosecha humana.  Todos los que están en el Señor (2 Cor 5, 8) han resucitado ya con él.  Nuestra unión con el cuerpo resucitado del Señor es tan radical y verdadera que la muerte no la puede romper.  Por eso creemos que resucitaremos ya en la muerte.

Llegamos ya plenamente realizados, en cuerpo y alma, a los cielos.  Nuestra Señora realiza esta verdad en un grado sin igual, único, propio de ella, semejante a Cristo.  Nosotros, en dependencia de Cristo resucitado y de María asunta, participamos también de la resurrección.  Si María es el modelo personal de la Iglesia gloriosa, lo ideal será entonces que el estado que corresponde a la Iglesia glorificada se dé en María y en el resto de los elegidos.

Además de ser María asunta el modelo de realización plena en Dios y meta hacia la cual caminamos, es también solidaria con el destino de todos los hombres y auxilio para alcanzar este destino común.  La gente venera de forma intuitiva a María como la mediadora de todas las gracias y como nuestra abogada.  Hay motivo de fe para ello.  En efecto, en conexión con Jesucristo, nadie ha estado más unida a toda la humanidad que María por ser plenamente mujer y madre, por su rectitud de vida y por su exención de todo pecado.  Ya en la gloria sigue preocupada por la salvación integral de sus hijos.  Cuando todos los justos hayan llegado a la felicidad plena en el Reino consumado, María recibirá toda la gloria y felicidad que ella misma preanuncia en el cántico del Magnificat.

Capitulo 4
La Virgen María en la teología y en la pastoral latinoamericana

Este capítulo aborda la presencia liberadora de María en la historia de la evangelización en América Latina (A.L.); los presupuestos para una pastoral mariana renovada en A.L.; la nueva perspectiva mariológica desde la óptica de los pobres en A.L.; y, el marianismo latinoamericano que ha pasado de la idea de María Conquistadora a la de María Liberadora de cara a la Nueva Evangelización que vivimos en la Iglesia.

4.1.  Presencia liberadora de María

4.1.1.  María comparte nuestros anhelos de liberación.-  Un rasgo característico de piedad en América Latina es su cuño mariano.  María está asociada a las tristezas y alegrías de nuestro pueblo.  En esta piedad mariana ha prevalecido la veneración en el culto a María antes que la imitación.  Está surgiendo una nueva devoción que se centra en la imitación de virtudes.

La presencia de María en la Iglesia es siempre actual, porque es inseparable de Cristo.  Sin embargo las formas de concebir esta presencia cambian de acuerdo a evolución histórica, cultural, antropológica, religiosa.  Imagen de María como libertadora emerge de una lectura de nuestra realidad a la luz del evangelio (Cf.  Opciones Pastorales.2)

En esta actualización de la Palabra de Dios no estamos solos: contamos con la asistencia del Espíritu Santo: Jn.  16,21s.  El mensaje de la Escritura no puede ser totalmente fijo y congelado en el pasado.  Se va actualizando, según nuevas situaciones históricas y religiosas.  Así, pues, nuestra situación actual visita a la luz de fe como pecado estructural o injusticia generalizada (Cf.  Medellín Justicia 1; Paz 1; Puebla 27-50, 495, 509,562) se presenta como contexto privilegiado para leer el Magníficat y actualizar su mensaje liberador.

Nuestra realidad ecuatoriana es de opresión y dependencia (Cf.  Opciones Pastorales.10-26) debido a ello, y por todas partes se elevan clamores pidiendo respeto por dignidad humana, relaciones equitativas, justicia social...Realidad social negativa es vista por los cristianos con ojos de fe.

No solo hablamos que el diagnóstico social sea desolador, sino que denunciamos la situación como contraria a los designios de Dios.  Por eso se habla de situación colectiva de pecado.

En este contexto puede ser entendido el himno profético de Virgen María con todo su contenido denunciador y liberador.

Dimensión liberadora de la vida y actitudes de María: Pablo VI en MC.37:

- Se presenta como mujer liberadora, prolonga linaje de mujeres heroicas de AT (Jue 4-5; Jdt 13,20; 15,19=Débora; Judith).  Se encuentra en la misma atmósfera y es cantado con el mismo espíritu y el mensaje liberador del Mesías.  Preludio del anuncio del Reino de Dios.

Trasfondo del Magníficat constituye carácter trágico de este mundo, que contradice el proyecto de Dios sobre los hombres.  Pero Dios decide intervenir por medio de su Mesías e inaugurar una nueva forma de ser y de realizaciones con Dios/otros/cosmos.  Israel suspiraba por este momento salvador.  María comprende que ha irrumpido en su vientre el principio de toda liberación.  Por eso se llena de júbilo y entona su himno de alabanza y alegría.

En el Magníficat encontramos expresiones que requieren cierta actualización para ser entendida adecuadamente (Cf.  Lc 1,51-53) ¿Cómo compaginar estas afirmaciones puestas en la boca de la Virgen con la bondad de Dios? Dios ama a todos, a los buenos y malos...Pero no ama a todos de la misma manera.  Ama a los soberbios haciéndolos tomar conciencia de que su autoafirmación es ridícula y que no pueden realizarse ni salvarse sin Él; esto exige convertirse a la humildad, dejar de considerarse superiores a los demás, aceptar la filiación divina y la fraternidad universal.  Sólo de esa manera llegarán al Reino de Dios.  Derriba del trono a los poderosos para que dejen de usar el poder en función de sus intereses y lo pongan al servicio del bien común...”A los ricos los despide sin nada”, para que libres del afán de acumulación y de ganancia, que los hace inhumanos y crueles con los otros, puedan recuperar su humanismo y colocarse en el camino del Reino.

  • La liberación de Dios pasa por el camino de la conversión...Esta liberación se realiza en modalidades diferentes, de acuerdo a las situaciones concretas de las personas.  Pero apunta hacia el mismo fin: hacer de todos los hombres hijos de Dios, hermanos entre sí, señores frente a los bienes de este mundo y miembros del Reino de Dios.
  • Este himno está entretejido del amor misericordioso de Dios, amor que quiere la liberación de todas las esclavitudes.  De este amor participa María.  Por el mismo contexto del Magníficat se comprueba que María espera la salvación de Israel, una salvación integral que abarca a todo el hombre y a todos los hombres.

4.1.2.  María en la plenitud de la vida.-  Los anhelos que tuvo María no se realizaron plenamente en el transcurso de su vida terrena.  Como toda persona humana experimentó dificultades de diversa índole.  La “espada de dolor” se hizo presente continuamente poniendo a prueba su fe y su fidelidad al sí.  A pesar de esas cruces, mantuvo su esperanza en un futuro mejor en vida nueva y felicidad sin límites.  Esta esperanza no era una ilusión ni evasión: estaba animada por promesa hecha por Dios de que el Reino de su Hijo no tendría su fin (Lc.1, 32s).

La plenitud de la vida llegó para María en la glorificación junto a su Hijo.  Durante toda su existencia, como respuesta a la gracia de Dios, se esforzó por vivir como auténtica mujer y como buena madre.

Podemos afirmar que en María se armonizaban las características netamente humanas, femeninas y maternales.  Y éstas características siguen siendo propias de ella, pero llevadas al grado máximo de perfección.  En efecto, María no ha dejado de ser mujer y madre; por la Asunción creemos que ella está viva y gloriosa con Cristo.  Así como Cristo por la resurrección llega a ser hombre perfecto, también María por la Asunción llega a ser la mujer perfecta.

El texto de Ap.  12,1s (Fiesta de la Asunción) significa que ella sigue siendo mujer y madre.  Más aún una mujer que genera hijos con dificultades.  Es decir, la vida de sus hijos es algo que le cuesta.  También podemos afirmar que María sigue preocupada porque sus hijos tengan vida; y no quiere una vida mediocre sino plena e integral.

El himno profético de María tiene que irse cumpliendo en nuestra historia.  No basta con tributarle a María un culto.  La dimensión cultica es importante en la vida cristiana, pero no es la única ni la fundamental.  Está de por medio también la responsabilidad del hombre de contribuir con todas sus fuerzas para que los humildes sean exaltados y los hambrientos colmados de bienes; para que las autoridades pongan su poder al servicio de todos y para que los ricos se conviertan a los pobres y compartan con ellos (Lc.12, 33;19,1-10).

4.1.3.  Hacia una nueva devoción mariana.-  La nueva devoción a María está hecha de imitación/seguimiento y de culto.  Para imitar a María, es preciso conocerla y amarla.  María es la mujer “libre” por antonomasia.  Al proclamarse “esclava del Señor”, está de una manera paradójica reclamando y expresando su plena libertad.

He aquí la palabra liberadora por excelencia: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto” (Mt.4, 10).  En esta línea dice Puebla 491.  María reserva el título de Señor y la actitud de adoración al único y verdadero Dios.  Así encuentra el camino de la verdadera liberación.

María haciéndose esclava del Señor, se libera de los ídolos del dinero, del poder, del sexo...y se hace la mujer perfectamente libre.  En efecto, el servicio total al Señor no esclaviza, sino que libera, da sentido a la existencia, abre horizontes de amor/justicia.

María sólo es “esclava del Señor”, de nadie más.  Por eso es libre y digna (Cf.  Puebla 299).

Devoción: Una especie de consagración/ disponibilidad para con Dios; y si se refiere a alguna persona que no es Dios, significa una participación en las características que tiene esa persona, a fin de imitarla en su disponibilidad para con Dios.  En definitiva, es la manera de vivir la fe y de estar disponible para el servicio de los hombres.

¿Qué características tiene esta actitud de disponibilidad a Dios, si queremos imitar realmente la entrega de María en nuestra tarea pastoral?

  1. Optimismo.  Profunda convicción de que estamos con el Señor de la historia, con el vencedor de toda esclavitud y muerte.  Es seguridad de la esperanza.  Este optimismo aflora con el Magníficat: “Se alegra mi espíritu con Dios mi Salvador”.  El auténtico optimismo no muere frente a dificultades ni fracasos parciales de la vida pues subsiste la fe y la esperanza de que la palabra definitiva corresponde al bien, no al mal; a la vida no a la muerte.
  2. Eclesialidad.  En el Magníficat constatamos cómo la Virgen percibe la ayuda de Dios en la historia de su pueblo.  Ella es consciente de pertenecer a un pueblo y es solidaria con sus miembros.  Además, toda su función de participación en el misterio de Cristo y en la misión salvífica-escatológica, es una función de maternidad universal.  María es Madre de la Iglesia y se ubica siempre dentro de ella.  Siendo Madre de la Iglesia, protege con cuidado especial a los responsables de la conducción de la comunidad eclesial.  María tiene una vinculación especial con los Apóstoles y sus sucesores (cf.  Hch 1,13-14).  La devoción a María tiene que suscitar y hacer crecer el amor a la Iglesia, que se expresa fundamentalmente en la obediencia a su magisterio, en la comunión, en la colaboración y en la plegaria.
  3. Sentido social.  La devoción implica apertura a toda la humanidad.  El sentido social es la conciencia de la propia condición de miembros de la humanidad y la conciencia de la necesidad de comprometerse por el bien total de la humanidad, especialmente de los más necesitados.  La devoción mariana implica dos aspectos inseparables: imitación y culto.  El rasgo más urgente de la imitación de María tendría que ser la preocupación eficaz por la vida integral de las personas y grupos humanos.  En nuestro compromiso a favor de los demás contamos siempre con el auxilio de la Virgen María.  El criterio evangélico para medir la sinceridad de nuestra devoción a María no es la cantidad ni variedad de oraciones dirigidas a ella, sino la propia existencia puesta al servicio de los demás.  Si se da esta entrega de uno mismo, también la oración y cualquier forma de culto a María pueden ser auténticas.
  4. Sentido misionero.  Este aspecto tiene estrecha relación con la eclesialidad, porque la Iglesia es misionera y, dentro de ella, “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros.  Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América.  En el acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu” (Aparecida, 269).
  5. En síntesis, la presencia de María en nuestra realidad se hace sentir de varias maneras: mediante su amor femenino y maternal que la lleva a comprendernos y aceptarnos como verdaderos hijos, ya que ella también vivió en un contexto histórico parecido al nuestro; mediante la devoción que le profesamos, especialmente si esta devoción se convierte en imitación de sus virtudes.

Dada nuestra realidad, en coherencia con el magisterio de la Iglesia, el rasgo más urgente del seguimiento del seguimiento de María tendría que ser el compromiso eficaz por la vida total de las personas y grupos humanos: esto exige continua atención para reconocer y superar las diversas expresiones de muerte: corrupción esclavitud, miseria, ignorancia, enfermedad, etc.  Siendo María solidaria con nosotros en nuestros anhelos de liberación integral y de vida plena, ella es modelo siempre actual de mujer libre y liberadora.

4.2.  Presupuestos para una pastoral mariana en América Latina

4.2.1.  Enfoque histórico-salvífico de la Mariología.- La Pastoral depende del enfoque global que uno tenga de las diversas áreas de la teología.  Más concretamente, está en íntima relación con la Cristología y Eclesiología.  En América Latina, la Virgen María ha entrado de forma muy notoria en la religiosidad popular.  Es necesario tener en cuenta el contexto histórico, a fin de discernir los caminos salvíficos que Dios va trazando y el hombre debe recorrer en diversas circunstancias (Gallo, 1982, pp.319-352).  Vamos a ver cómo se orienta histórica y salvíficamente la Mariología a nivel universal, y luego, cómo se enfoca este aspecto en América Latina.

a.- En la Iglesia Universal

El Vaticano II realizó un cambio cualitativo en el modo de considerar a la Virgen María.  Quiso repensar y reformular todo el acervo mariológico (Biblia - Tradición) en una tónica soteriológica, es decir, en clave de salvación de la humanidad.  Una mariología en clave funcional, histórico-salvífica.

LG.52: Redención del mundo=salvación del género humano.  María está relacionada con este misterio divino de salvación; por eso, es venerada por los fieles.

LG.53, cf.55.58: María aparece así unida en la necesidad de salvación a toda humanidad.  Ella es una mujer de nuestra familia humana, necesitada de salvación; en cuanto tal, participa también pasiva y activamente en la tarea salvífica.

LG.53: Alude a dos prerrogativas clásicas de María: su maternidad divina y su inmaculada concepción.  María es Madre del Salvador, que es Jesús, el Hijo de Dios.  Está señalando su colaboración activa en la obra de la salvación de los hombres a través de su relación con el Hijo.  La palabra “redimida” equivale a “salvada”.  Subraya la participación pasiva de María en ella, participación que acontece de modo eminente.

LG.55-59: relación de María con el misterio del Verbo encarnado esto es, con la persona y la obra de Cristo, pero teniendo en cuenta que esa encarnación forma parte de la economía de la salvación: LG.56 (cargada de resonancias bíblico patrísticas); otra prerrogativa mariana: su virginidad (consagración total).

LG.58: María aparece como una peregrina de la fe.

LG.59: Asunción de María.  Se da una interpretación pascual de la asunción.  También María, como su Hijo, ha llegado a la plenitud de la vida.  Ahora es la plenamente salvada.

La tercera parte se titula “La Bienaventurada Virgen María y la Iglesia”: se refiere a condición actual de María.  LG.60: caracteriza la acción actual de la Virgen como influjo de salvación (tarea maternal).  LG.61 amplía esta información y en LG.62 se subraya la actualidad de este servicio de salvación a los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan...hasta que sean llevados a la patria feliz.

LG.63: los fieles, a cuya generación y educación coopera María...  Esta visión, aún intraeclesial se amplía en LG.69, donde se pone en evidencia la relación de María con todos los hombres, y con las familias de todos los pueblos.

b.- En la Iglesia de América Latina

  1. Constatación histórica.  La devoción a María está hondamente arraigada (Puebla 282; Cf.  283-284).  El amor y culto a María es una experiencia vital que”pertenece a la íntima identidad de estos pueblos” (P.283).  A.L.  es un continente mariano.  Desde el comienzo de la evangelización María estuvo en tierra americana.  Pocos años después de la conquista elige al indio Juan Diego para hacerlo portador de un mensaje de misericordia y esperanza.

En 1531, María se aparece a un humilde indio.  Se muestra con rostro de indígena y habla el lenguaje de los indígenas y se presenta como Madre del verdadero Dios, por quien todos vivimos.  Ante la explotación indígena, toma partido por él y se convierte en su esperanza y en su madre.  Guadalupe es un signo de lo que “María hace” y quiere hacer en todo el Continente Latinoamericano.  Ella, que experimentó los sufrimientos de la vida, el dolor, la persecución, la huída,...  comprende los sufrimientos del pueblo explotado y está con él animándolo en su proceso de liberación.

María es asociada a los proyectos históricos de libertad que América Latina balbucea.  En las comunidades se está descubriendo una nueva imagen de María, la compañera en la historia, la amiga que comprende, la hermana en la lucha, la madre que alienta y anima y está con los predilectos de su Hijo, los pobres que también son sus preferidos (Cf.  MC.  37)

  1. La devoción mariana en proceso de crecimiento.  Ya en la LG se afirma que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni vana credulidad, sino que procede de verdadera fe (Cf.LG.67).  La devoción debe proceder de la fe y, por consiguiente, brotar y alimentarse de ella y no de otras fuentes.

Según Puebla (cf.454, 912) el amor a María es uno de los componentes de la religiosidad popular latinoamericana.  A pesar de muchos aspectos positivos que comporta concretamente y de constituir, como toda piedad popular, un clamor por la liberación todavía no tiene la fecundidad deseada en el Continente.

América Latina es el continente más católico del mundo y sin embargo se dan las mayores injusticias y la pobreza más extrema.  ¿Cómo es posible que coincidan la catolicidad y la injusticia? (cf.  28, 1257, 1300).

Se comprueba una inmadurez de fe que se vive en América Latina ¿qué hacer con la devoción a María en nuestros pueblos? No se trata de destruir, sino de asumir, purificar, completar y dinamizar evangélicamente este gran potencial que ya existe (Puebla 457).  Los obispos en Puebla proponen pasar gradualmente de una devoción a María que puede ser óbice para una verdadera fe evangélica, a otra que se convierta realmente en fermento de salvación.

4.2.2.  Orientaciones mariológicas-pastorales de Puebla

a.- Orientación clave

Indicación fundamental para la renovación en devoción mariana: Como toda la Iglesia, la devoción a María debe ser evangelizada siempre de nuevo.  Esta devoción no es solamente objeto de evangelización, sino que, en cuanto contiene encarnada la Palabra de Dios, es una forma activa con la cual el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo.  En otras palabras, hay que evangelizar esta devoción para que evangelizada se convierta a su vez en instrumento de evangelización.

Puebla habla de evangelización liberadora (Cf.487-491), por ello la devoción mariana debe estar impregnada de lo que esta evangelización comporta.  De este modo se convertirá en un verdadero potencial evangelizador.  Así María podrá ejercer un influjo salvífico sobre los hermanos de su Hijo en América Latina donde la brecha entre ricos y pobres, la situación de amenaza que viven los más débiles (Cf.  Puebla 452.

Si esta devoción se redujera a un mero sentimentalismo, no sería devoción liberadora.  En este campo, la pastoral tiene papel histórico.  Para lograr devoción orientada salvíficamente, es indispensable llevar a cabo la triple operación: purificar; completar; dinamizar (cf.547.  959-963).

b.- Aspectos particulares

  1. La figura de la Virgen María.  Cada época cristiana ha subrayado determinados rasgos de la riquísima figura de María que los documentos bíblicos han entregado explícita o implícitamente.  Esto se ha dado también en América Latina.  Puebla ha tenido una perspectiva histórica y salvífica, y por tanto, pastoral en lo que se refiere a la presencia de Virgen María.  Al referirse a su opción fundamental por los pobres (Cf.  Puebla 1134-1152) ha destacado uno de los rasgos primordiales de la figura de María: Puebla 1144.
  2. Virgen pobre del Magníficat...  clarifica la relación que hay entre la salvación y la justicia hacia los más pobres.  La justicia hacia los pobres no es algo meramente espiritual o interior, sino que tiene que ver con los bienes materiales y su distribución equitativa para construir una sociedad más humana y fraterna.
  3. Además, el Magníficat destaca la relación que ha de existir entre la fe y compromiso con dicha justicia.  La fe auténtica no puede resignarse a la injusticia ni aceptarla pasivamente como si fuera voluntad de Dios, sino que tiene que ponerse en acción para hacerla desaparecer (Cf.  Puebla 297)
  4. En este texto aparece la relación entre compromiso de salvación y transformación de la sociedad.  La injusticia con los pobres no es fruto de la simple mala suerte de los hombres ni de la mala voluntad de muchos, sino también y principalmente efecto de los mecanismos y estructuras socio-económicas y políticas creadas y mantenidas por los potentados.  Transformando estas estructuras se pondrá hacer justicia a los pobres.  Es una tarea histórica.  Y María, junto con Cristo, es protagonista de la historia (Cf.  Puebla 293).

Vista de esta manera, la figura de María aparece realmente como una instancia liberadora de primer orden.  Ella es una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento...(Cf.  Puebla 302).  Lejos de alienar, la Virgen se compromete a fondo: impulsa a un cambio en orden a la vida, especialmente de sus hijos más pobres y necesitados.  Ella puede aglutinar el potencial evangelizador de los pobres, convirtiéndolo en auténtica fuerza de salvación para el Continente.

  1. Otro rasgo: su condición de mujer y esto como maternidad y feminidad.

- En cuanto Madre está relacionada con la fecundidad y la vida.  Y entre nosotros donde está la vida amenazada, sofocada y pisoteada, esto tiene gran resonancia (Cf.  Puebla 289).  De este modo, su figura se convierte en fuente de esperanza en este esfuerzo por la salvación-liberación.

- En cuanto Mujer, se atribuye a María dos funciones trascendentales: ante todo es presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios (Cf.  Puebla 291).  Además, de aquella en la que Dios dignificó a la mujer en dimensiones insospechadas y en la que el Evangelio penetró la feminidad, la redimió y la exaltó (Cf.  Puebla 299).  Esto es de capital importancia para nuestro contexto donde la mujer está doblemente marginada y el machismo lo invade todo.

- María, por una parte, hace presente la dimensión femenina del Absoluto y hace tomar conciencia de que tal dimensión existe; por otra parte, impulsa a una transformación de la sociedad con vistas a un reconocimiento siempre mayor de la igualdad y dignidad de la mujer (Cf.  Puebla 334.41).

- También desde este punto de vista, la figura de la Virgen aparece como instancia liberadora: de la desesperanza, como Madre de la Vida; del prejuicio psicologista que lleva al machismo y de la marginación que somete a la mujer a formas indignas de la existencia humana, como figura concreta de mujer en la que culmina toda liberación, pues ella llegó a ser la mujer perfecta.

  1. Un tercer rasgo: María es aquella “que creyó y se puso en camino presurosa para anunciar la alegre nueva que palpitaba en sus entrañas”.  En esto consiste su servicio a los hombres, en abrirlos al Evangelio y a su seguimiento (Cf.  Puebla 301).  Ella, que personalmente es la creyente y en la que resplandece la fe como don, apertura, respuesta y fidelidad, la perfecta discípula que se abre a la palabra y se deja invadir por su dinamismo (Puebla 296), se convierte también en modelo de evangelización.  Este aspecto tiene mucho peso en América Latina, en donde la Iglesia quiere evangelizar en lo hondo, en la raíz, en la cultura del pueblo, para que el Evangelio se encarne más (Cf.  Puebla 303).  Como María, la Iglesia está llamada a anunciar el Evangelio del Reino que constituye el núcleo del mensaje de Jesús.

c.-El enunciado de la doctrina mariana

Se impone una reinterpretación o nueva comprensión de los enunciados que integran la doctrina mariana, en una tónica adecuada a la situación en la que se encuentra el Continente:

1.-Maternidad divina.  Está ubicado este dogma en lo que consideramos la línea activa de la salvación, es decir, en la colaboración operativa en la tarea salvífica.  Para reinterpretarlo hoy hay que tener en cuenta el sentido que tuvo entonces (Concilio de Efeso-431) al ser definido.  Fue un modo de asegurar la fe en la divinidad de Jesús.  La definición del dogma persiguió un objetivo soteriológico: quiso asegurar la salvación de los hombres.

El dogma de la maternidad divina es, en el fondo, un enunciado antropológico-salvífico.  La LG subraya, en la maternidad divina, más el aspecto de colaboración activa en el proyecto de salvación que el aspecto de don.  La Virgen María dio la vida al mundo, porque colaboró activamente en el nacimiento del Salvador y, con ello, en la salvación de su pueblo y de toda la humanidad.  Se ve claramente como los dos títulos, Madre de Dios y Madre de los hombres, se encuentran y se implican mutuamente.

Así aparece todo el potencial que encierra este enunciado para la pastoral.  Su maternidad se convierte en un compromiso: realizar la salvación.  Nuestros pueblos se hallan en esta situación de pecado social que los hunde hasta la muerte.  Hoy se debe hacer nacer al que salvará al pueblo de sus pecados.  Como María engendró al Redentor, ahora su devoción tiene que contribuir al nacimiento del Liberador, que no es sólo la persona de Cristo, sino además el potencial evangelizador de los pobres que sean los verdaderos protagonistas de su propia liberación (Cf.  Puebla 1147,1129).

Según se vio, la LG, presenta a María como modelo de la Iglesia, precisamente en su maternidad (Cf.  63-64).  Puebla también insinúa lo mismo (Cf.  288).  Y en la Iglesia, ella es modelo también para cada uno de sus miembros.  Ella y ellos tienen que dar vida al mundo.  La maternidad divina así entendida no es un privilegio exclusivo de María, sino que es una tarea para todos los fieles.

2.- Virginidad de María.  Es un enunciado que fue proclamado implícita o explícitamente desde muy temprano en la Iglesia.  En el NT aparece en orden a reafirmar la mesianidad de Jesús (Mt 1, 22s; Lc1, 34s).  En la enseñanza del Magisterio, más allá de las expresiones culturales propias de la época en que fueron elaboradas, lo que está en juego es el interés por la salvación de los hombres.  El razonamiento implícito que presidió su formulación: si María no es virgen, Jesús no es Dios; y si Jesús no es Dios, el hombre aún no está salvado.  Tanto la L.G.  como Puebla no se detienen en el aspecto fisiológico de esta prerrogativa sino que más bien la consideran desde el punto de vista de la disponibilidad total y exclusiva de María a la persona y obra de su Hijo, desde la perspectiva de su apertura total al Espíritu vivificante.

Resulta evidente lo que significa para nosotros: constituye un estímulo para emplear todas las energías al servicio de la vida, de la liberación integral de personas y pueblos.  Cuando la Iglesia o los cristianos se dejan seducir por las fuerzas de la muerte que actúa en nuestro contexto, están perdiendo la virginidad.  En lugar de abrirse al Espíritu que da la vida, se entregan a los espíritus que conducen a al muerte.

3.- Inmaculada Concepción (Pío IX-1854).  María es presentada, mediante este dogma, como aquella en la cual el pecado es vencido por completo, y por eso como mujer nueva en la cual todo lo viejo que el pecado implica no tiene cabida.  Puebla dice: “decir que María es Inmaculada desde el primer instante de su concepción, significa confesar que en ella el triunfo sobre ese obstáculo fue absoluto (n.298).  María Inmaculada tiene que suscitar una guerra sin cuartel contra aquellos factores que están engendrando muerte en nuestros pueblos.  No basta, por consiguiente, que la devoción a María Inmaculada lleve a evitar el pecado individual.  Es necesario que se convierta en fuerza que lleve a eliminar todo tipo de pecado y, sobre todo, en este momento histórico, el pecado encarnado en las estructuras socio-económicas y políticas que afectan a las raíces de la sociedad latinoamericana y también a todas y cada una de las personas.

4.- Asunción de María (Pío XII-1950).  En este dogma está también comprendido el enunciado sobre María Reina del Universo.  ¿Qué puede significar esta afirmación en la actualidad para América Latina? Señala una meta y fundamenta una esperanza.  Meta: María por participación en la muerte de su Hijo: el triunfo pleno definitivo sobre la muerte.  “Tránsito” significa que ella ha pasado, como su Hijo y gracias a él, de ésta nuestra condición en la que la vida está entremezclada con la muerte, a la condición anhelada por todos los hombres, la vida sin limitaciones.  Queda señalado así hacia dónde hay que tender constantemente, como objetivo último, en todo lo que se busca y se hace, personal y eclesialmente.

Esto mismo constituye un motivo de esperanza.  Una de entre nosotros, perteneciente a la estirpe de los hombres necesitados de salvación (LG 53), está ya en la condición a la que todos los humanos aspiramos radicalmente.  Su llegada se convierte en una puerta abierta.  Lo que acontece en ella es posible hacerlo acontecer en toda la humanidad.  María llevada al cielo se presenta como un desafío y una esperanza (Cf.  Puebla 298).  La proclamación de la asunción de María es, pues, un estímulo para que nuestros pueblos y gentes sean cada vez más asumidos por la vida, como ella.  En síntesis:

  • La devoción a María tendría que llegar a engendrar vida.
  • Debería colaborar a dar una respuesta al clamor y al grito del pueblo que sufre la opresión y que demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos.
  • Contribuir a que cada vez sea más real el alegre mensaje del Evangelio: “Cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su liberación “(Lc 21, 28).

d.- Nueva perspectiva Mariológica: desde los pobres

La Iglesia Latinoamericana en Medellín (1968) optó por los pobres, por el pueblo, por su liberación integral y por las comunidades eclesiales de base.  La Iglesia Latinoamericana propuso encarnarse en las clases dominadas y subalternadas de la sociedad.  Por esto aunque Medellín no hable de María, el solo hecho de releer el Vaticano II desde América Latina y de esbozar una nueva imagen de Iglesia, tendrá consecuencias en la Mariología: si existe, como hemos visto, una estrecha relación entre María y la Iglesia, a una Eclesiología liberadora corresponderá una Mariología liberadora.  Esto aparece claramente en Puebla (1979), donde la Mariología adquiere una dimensión más cercana a los pobres y al pueblo (Puebla 282-302.454.745.844).  Más que hacer un estudio analítico de Puebla, vamos a destacar dos dimensiones significativas de esta nueva perspectiva.

**María: sacramento de la opción de Dios por los pobres

Puebla nos habla de María como “un gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo” (Puebla 282), “presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios” (Puebla 291).  Ahora bien, esta misericordia maternal de Dios, de la que María es signo y sacramento, no es otra que la ternura de Dios hacia los pobres a los que defiende y ama (Puebla 1142, con citas de Mt.  5,45 y St.  2,5).  María personifica la opción preferencial de Dios por los pobres, el triunfo de Dios en lo débil, la parcialidad de Dios hacia el que sufre, sobre todo hacia el que sufre la injusticia del poderoso.  María tipifica la forma de actuar de Dios en la historia de la Salvación; simboliza la pedagogía divina revelada en la Escritura: K.  Barth ha resumido de forma lapidaria esta forma de actuar de Dios: “En medio de los acontecimientos de la historia de Israel, Dios se inclina siempre de forma incondicional y apasionada hacia el lado de los más miserables y sólo hacia este lado: siempre a favor de los oprimidos, siempre contra quienes poseen y defienden sus propios derechos, siempre a favor de aquellos que han sido despojados y privados de los suyos”.

María se inscribe pues en una constante teológica de la historia de Salvación: Abrahán, hijo de idólatras (Jos 24,2) es escogido para ser padre de un gran pueblo de creyentes (Gn 12,1-3); Dios escucha el clamor del pueblo oprimido en Egipto y lo libera (Ex 3,7-9), mediante Moisés, un exiliado y forastero en tierra extraña (Ex 2,22; 3,11); elige al insignificante David (1Sam 16,4.11) y rechaza a Saúl (1Sam 15,10s); personajes débiles y desconocidos como Gedeón (Jue.  6-8), Débora (Jue.4-5), Judit (Jdt), salvan al pueblo de la opresión; mujeres estériles y ancianas que sufren el oprobio de su infecundidad, conciben hijos que juegan un papel importante en la historia de Israel: Sara (Gn 15,3;16,1;18,10-15), Rebeca (Gen 25,21), Raquel (Gn 29,31), la mujer de Manuaj, madre de Sansón (Jue.  13,2), Ana la madre de Samuel (1Sam 1,9s), Isabel la madre del Bautista (Lc 1,5s), pues para Dios no hay nada imposible (Gn 18,14).  Dios es el que libera a los exiliados y les prepara un camino sin lomas ni cerros (Is 40,3-5), es el que ha escogido un pueblo pequeño y es su auxilio (Is 41,8-10); es el que hace florecer el desierto y convierte la tierra seca en manantiales (Is 41,17-20), el que alienta a los corazones humillados (Is 57,15).  Su Espíritu envía a anunciar la Buena Nueva a los humildes y la liberación a los desterrados (Is 61,1-3).  A Dios se le estremece el corazón y se le conmueven las entrañas maternas ante Efraín (Os 11,8); él se compadece del pobre y del débil mientras desprecia a los poderosos y autosatisfechos (Eclo.  10,14-15; 1Sam 2,7-8; Job 5,11; Sal.  34,11).

En este contexto bíblico de predilección divina por el pobre y el insignificante, en el que el pequeño e inseguro es exaltado y el rico es despreciado, se sitúa María: Dios escoge como madre de su Hijo a una hija de Israel, una mujer del pueblo, pobre y desconocida; y para que aparezca más su misericordia y el poder de su Espíritu, no sólo es estéril sino virgen, pues para Dios no hay nada imposible (Lc 1,37; Cf.  Gn 18,14): Jesús, su Hijo, continuará esta trayectoria: nacido pobre, viene a evangelizar a los pobres (Lc 4,16) y se compadece de todos los que pasan hambre y están como rebaño sin pastor (Mc 6,34; 8,2).  Esto precisamente le conducirá a ser rechazado por los poderosos de su tiempo y le llevará a la cruz.

Lucas ha puesto en labios de María, en breve síntesis, esta forma de proceder de Dios: “Manifestó su fuerza vencedora.  Y dispersó a los hombres de corazón soberbio.  Derribó a los poderosos de sus tronos, y elevó a los insignificantes.  Llenó de bienes a los hambrientos, y a los ricos despidió con las manos vacías” (Lc 1,51-53).

Esta línea bíblica se recoge en otros textos del Nuevo Testamento como por ejemplo:

“Dios ha elegido lo que el mundo tiene por necio, con el fin de avergonzar a los sabios; y ha escogido a lo que el mundo tiene por débil, para avergonzar a los fuertes” (1 Cor 1,27; Cf.  St 2,5).

Ahora bien, esta pedagogía divina de ternura y debilidad por los pobres y de rechazo de los ricos, es la revelación concreta en la historia del misterio de la salvación, de la absoluta y soberana libertad de Dios, cuya iniciativa es benevolente y gratuita: a los que pecaron Dios les regala de manera gratuita su perdón y su amistad (Rom 3,21-25; Ef 2,1-10).  Esta es la justicia divina, bien diferente del proceder humano.  Dios no nos salva por nuestros méritos, ni por nuestras obras, sino por nuestra fe en su misericordia, como aconteció con Abrahán (Rm 4,1-5).  Por esto mismo todos los soberbios y satisfechos, los ricos y fariseos de todos los tiempos se ven excluidos de la salvación, si no se convierten y se hacen pequeños y débiles como niños (Lc 18,17; Mc 10,15).  Esta es la forma de actuar del Espíritu, que sopla donde quiere, pero siempre en una misma dirección (Is 28,5-6; 32, 15-17; 61,1; Lc 4,18).

Desde este panorámica bíblica y dogmática debe iluminar toda la Mariología, superando tanto el positivismo teológico como el racionalismo abstracto.  Sería incorrecta una Mariología que se limitase a acumular afirmaciones y privilegios dogmáticos marianos de forma inconexa.  Tampoco resultan convincentes, por lo demasiado abstractos, los intentos de hallar un principio fundamental de la Mariología, si este principio silencia la forma concreta e histórica como actuó Dios en María: desde la pobreza y la insignificancia, desde la impotencia y desde la margen, desde la periferia.  Los misterios y dogmas marianos reciben luz desde esta nueva óptica.

La Virginidad de María no es una cuestión simplemente biológica o sexual, o un caso prodigioso de partenogénesis, ni un desprecio de la sexualidad o del matrimonio, sino una clara afirmación teológica: es la expresión histórica y carnal, llevada hasta el límite más extremo, de la constante forma de actuar de Dios: acción gratuita y benévola de Dios desde la pobreza y la impotencia humana.  El Espíritu de Dios, que hace florecer vida allí donde sólo hay esterilidad e impotencia, desciende ahora sobre una virgen para que se manifieste más claramente que el fruto de sus entrañas no será solamente un gran profeta, sino el Hijo de Dios (Lc 1,35), el nuevo Adán, el Hombre Nuevo.  La virginidad, despreciada en Israel (Jue.  11,37-40; Am 5,1-2; Jer 1,15; 2,13; JI 1,8) señala de forma radical la desproporción entre la acción humana y el don del Espíritu en la Encarnación.  Y quizás por ello, la virginidad de María resulta hoy difícil de aceptar a los sectores acomodados de la Iglesia: es siempre escandaloso para el rico aceptar que Dios tenga su preferencia por el pobre y el débil.

La Inmaculada Concepción y la Maternidad de Maríatambién se iluminan desde esta perspectiva: la plenitud de gracia de María, desde los orígenes de su existencia, se ordena a la maternidad divina de María.  Pero la madre de Jesús es una mujer desconocida perteneciente a un pueblo pequeño y despreciado por los poderosos.  Sólo así se comprende el sentido del Magníficat: gratitud de María porque Dios ha mirado la pobreza e insignificancia de su esclava, como había hecho con Israel, había prometido a Abrahán y a su descendencia, siguiendo su forma habitual de actuar.  Reducir el Magníficat a un canto de gratitud porque ha recompensado el mérito de la humildad de María, significa desconocer la historia de salvación y vaciar el Magníficat de su contenido salvífico.

La Asunción de Maríadebe comprenderse a la luz de la Resurrección de Jesús.  Y ésta, como escribe, J.  Sobrino, no es simplemente el símbolo del deseo humano de inmortalidad, ni tan sólo el triunfo del poder de Dios, sino el triunfo de su justicia sobre la injusticia humana: el Resucitado es el Crucificado, es la victoria de la gracia sobre el pecado de injusticia.  La Resurrección de Jesús debe enlazarse con la fe bíblica, que aparece precisamente en tiempo de persecución y de martirio (2Mac 7,9; 12,38-46; Dn 7; 12,2), de que los justos oprimidos injustamente no permanecerán perpetuamente sometidos al polvo de la muerte, sino que resucitarán a la vida.  El horizonte bíblico para comprender la Resurrección de Jesús es comunitario: el pueblo crucificado por los poderes de este mundo, resucitará a la vida.  Por esto la Resurrección de Jesús es una buena noticia para los crucificados de este mundo.

La Asunción de María es la participación de María en la victoria gloriosa de Jesús.  Aquella mujer que tuvo el corazón traspasado por una espada de dolor (Lc 2,35), que compartió la humillación y la pobreza de Jesús, y no se avergonzó de estar al pie de la cruz como madre del ajusticiado (Jn 19,25) ha sido exaltada.  María que debió padecer junto con la primera Iglesia Apostólica las primeras persecuciones y el miedo ante la prepotencia de los poderosos, es la que, sin duda, después de una muerte humilde y desconocida, ha sido Asunta a los Cielos.  La que ha sido elevada a los Cielos es la que dio a luz junto a un pesebre de animales y estuvo en pie junto al patíbulo de un ejecutado.  La Asunción no es más que la culminación gloriosa de la misteriosa predilección de Dios por los pobres y pequeños de este mundo, y por ello es un signo de esperanza para todos los pobres y los que se solidarizan con ellos: la última palabra nunca es la injusticia ni la prepotencia; el verdugo al final es vencido por su víctima.  Los poderosos de todos los tiempos, como los saduceos, niegan la resurrección o la vacían de contenido: así desean acallar el deseo de justicia de los pobres y matar el nervio a la esperanza real de cambiar este mundo.  La Asunción, en cambio, es la confirmación del camino de María y del camino de Dios.

En María se ejemplifica y se sacramentaliza la constante trayectoria de Dios en la historia de salvación.  Carlos Mesters la ha formulado así: “En la lectura de la Biblia aparece una constante desde Abrahán hasta el fin del Nuevo Testamento: la voz de Dios toma forma, profundidad y sentido siempre en los marginados.  En las épocas de crisis y renovación, Dios interpela a su pueblo desde la marginación, y éste comienza a recuperar el sentido y el dinamismo perdido en su marcha”.  Pero se entendería mal todo lo dicho si se concibiese a María como pura pasividad.  María respondió activamente a esta misteriosa elección divina.

** María personificación de una fe liberadora y no alienante

Puebla, citando palabras de MarialisCultus de Pablo VI (MC 37) habla de María como “algo del todo distinto de una mujer remisiva o de espiritualidad alienante” (Puebla 293).  Posteriormente, citando palabras de la homilía de Juan Pablo II en Zapopan, resalta que María “en el Magníficat se manifiesta como modelo para quienes no aceptan pasivamente las circunstancia adversas de la vida personal y social, no son víctimas de la alienación, (Puebla 297) y “proclama que la salvación de Dios tiene que ver con la justicia hacia los pobres” (Puebla 1143).

Estas afirmaciones se han de entender en estrecha conexión con la forma constante de actuación divina en la historia de salvación.  La fe de María es la respuesta a la gracia de Dios, su fiat es el sí de María al plan de Dios.  Pero esta fe de María no es otra que la fe de Israel, ya que María se siente solidaria con la historia salvífica de su pueblo.  La fe de María es la entrega total e incondicionada al Dios de Israel, al Dios de las promesas, al Dios que exalta a los pobres y derroca a los soberbios, al Dios de Abrahán, Moisés y los profetas.  El fiat de María es la respuesta personal al Dios que opta por los pobres, es abrirse a la justicia de Dios, es dejarse penetrar por ella, dejarse justificar no por los propios méritos, sino por su benevolencia y misericordia.  María, madre de los creyentes del Nuevo Testamento, realizó de forma eximia lo que Abrahán hizo como padre de los creyentes de Israel: Abrahán creyó a Dios, y Dios lo constituyó santo (Gn 15,6; Rm 4,3s); María, como Abrahán, creyó que para Dios no hay nada imposible (Lc 1,37; Cf.  Gn 18,14).

Esta fe de María en el Dios liberador y salvador, es la que marca y fecunda toda su vida.  La colaboración de María en la historia de salvación no es más que comunión con el plan de Dios, fecundación total por el Espíritu, prolongación de la justicia de Dios en la historia humana.  Dicho de otro modo: la solidaridad de María con la obra de salvación no es sólo una consecuencia ética de su fe, sino un constitutivo intrínseco de su fe.  La justicia y la solidaridad históricas con el pueblo son parte integrante de la misma fe en la justicia de Dios: fe es creer en el Dios que libera a los pobres, y colaborar en este proceso salvífico liberador.  No se puede creer en el Dios que salva a los pobres, y luego practicar la injusticia o la omisión culpable.

Por esto María en su Maternidad coopera al plan de salvación de Dios engendrando a Jesús y coadyuvando al alumbramiento del hombre nuevo y de la Nueva humanidad.  María, en medio de la oscuridad de toda fe, se solidariza con Jesús y su Reino.  No es la madre posesiva que quiere retener a Jesús en su regazo protector, sino que le deja ser libre y colabora en su obra liberadora hasta la cruz.  María sufre al ver a su Hijo perseguido, torturado y ajusticiado públicamente.  Pero ella se mantiene fiel a la causa de Jesús, y está plenamente compenetrada con la fidelidad de Jesús a su misión.  El fiat de María en la encarnación al Dios de los pobres, se prolonga luego en su Sí a la obra de Jesús hasta el final, hasta el aparente fracaso de la cruz; y después de la Pascua, hasta el nacimiento de la Iglesia.  La presencia de María en Pentecostés (Hch 1,14) es el sí de María a la Iglesia como comunidad encarnada de llevar adelante la obra de Jesús en pobreza, debilidad y persecución.

De este modo, aparece claramente que en María su virginidad está al servicio de su maternidad, y su fe en la justicia de Dios al servicio de la justicia humana.  María encarna no sólo la revelación del plan de Dios, sino también la fe no alienante en este plan divino.

Desde esta perspectiva se puede iluminar el dogma mariano de la Inmaculada.  La teología moderna comprende el pecado original desde la categoría bíblica de “pecado del mundo” (Jn 1,29), que desde el origen de la humanidad ha hecho nacer una historia de pecado, y condiciona intrínsecamente a cada hombre que viene a este mundo.  Inmaculada no significa simplemente ausencia de pecado personal en María, ni tampoco simple plenitud estática de gracia en ella, sino inserción dinámica de María desde sus orígenes en la historia de salvación.  Dicho de otro modo, la plenitud de gracia de María se manifiesta en una lucha constante contra el pecado de este mundo, en una cooperación, a su nivel, en la obra del Cordero que quita el pecado del mundo (Jn 1,29).  Formulado de manera: María lucha contra las estructuras de pecado de su mundo, contra la opresión, contra todo lo que obstaculiza la realización del plan de Dios.  Si la gracia es participación de la justicia de Dios que nos hace santos, lógicamente es oposición a la injusticia humana que se opone a los planes de Dios.  La plenitud de gracia en María y su fe plena a la Palabra, se expresa en una vida al servicio del Reino de Dios y en contra de todo lo que es pecado.  Cuando Puebla afirma que a la Iglesia, la intercesión de María le permitirá superar las “estructuras de pecado” en la vida personal y social y le obtendrá la verdadera liberación que viene de Cristo Jesús (Puebla 281), no se hace más que afirmar que María prolonga, desde su Asunción gloriosa, la tarea de lucha contra las estructuras de pecado que había realizado durante su vida mortal.  Y por esto mismo el Magníficat, cántico de gratitud de María a lo que Dios ha hecho en ella, acaba anunciado algo revolucionario para los oídos de todos los fariseos y saduceos de todos los tiempos: que Dios exalta a los humildes y derroca a los poderosos (Lc 1,51-53; Cf.  Puebla 297).  Y este camino de María es el que en su Asunción es confirmado por el Padre de Jesús.

Por otra parte, María al cooperar activamente a la obra de Jesús y al anunciar las maravillas del Señor en Israel y en ella, ejemplifica lo que Puebla llama el “potencial evangelizador de los pobres” (Puebla 1147), su papel de protagonistas en la única historia de salvación.  Una mujer pobre es la Madre de Dios y la Madre de los hombres.

El cisma entre una devoción popular a María y una Mariología pero abstracta y lejana del mundo de los pobres, sólo se puede superar elaborando una Mariología desde los pobres.  Así se podrá también corregir el riesgo de alienación que siempre acecha a la religiosidad popular, si no se confronta con la Palabra de Dios, y se podrá devolver a la devoción mariana su carácter profético y liberador que ha tenido en sus mejores momentos de la Iglesia.

Una vez más se realiza que los pobres son lugar teologal de revelación y de conversión para la teología y para la Iglesia, pero también una realidad histórica y universal.

“Es aquí- escribe Ignacio Ellacuría- donde históricamente confluyen razón y fe, una razón realista que abre sus ojos a la realidad histórica de nuestro mundo y una fe escandalosa que ve en lo débil de este mundo el triunfo de Dios; esto es, la salvación histórica de la humanidad”.

Desde aquí son recuperables todos los principios teológicos fundamentales (por ejemplo lo femenino anunciado por L.  Boff se ilumina a la luz de Puebla 291 y 844), la Mariología se enlaza con la Pneumatología y también se abren perspectivas ecuménicas.  Es significativo que el IV Congreso de Teólogos del Tercer Mundo hable de María como “mujer pobre, libre y comprometida del Magníficat, como creyente que acompañó a Jesús hasta la Pascua”

Finalmente, una Mariología desde los pobres ayuda a configurar necesariamente una imagen de Iglesia de los pobres, una Iglesia pobre y del pueblo.  Terminemos con un fragmento de un poema del Obispo Pedro Casaldáliga del Brasil:

“Me preguntas por mi fe.
¿Te respondo llanamente?
Creo en Dios,
Creo en el hombre,
Creo en el Señor Jesús,
Creo en la pobre María y en toda la Iglesia pobre…
El Dios vivo de estos pobres
¿es el nuestro, oh Teófilo?”

Capitulo 5
María fuente de espiritualidad

La espiritualidad cristiana se refiere a la vida y desde el Espíritu Santo que habita en nuestro corazón, nuestro cuerpo y nuestro mundo.  A partir de esta comprensión de la espiritualidad es posible mirar a María como manantial de vida en el Espíritu: es una espiritualidad que nace de la experiencia; que se expresa a través del cuerpo; que es esencialmente trinitaria; donde los hombres y las mujeres pueden encontrar hoy un camino plenificante; y, también es una espiritualidad centrada en el seguimiento de Jesucristo donde María es el modelo.

La búsqueda de Dios que están realizando muchas mujeres y hombres de hoy nos habla, entre otras cosas, de necesidad que tenemos de una espiritualidad que dé sentido y orientación a nuestra vida.  Al hablar de espiritualidad me estoy refiriendo a una experiencia dinámica e histórica, capaz de colmar de sentido tanto los gozos como los sufrimientos de la humanidad, una experiencia que nos remita a la trascendencia desde la frágil y limitada condición humana y desde el acontecimiento cotidiano de nuestro mundo.  Comprendo la espiritualidad como una experiencia que, al ir totalizando nuestra vida, puede ofrecernos pautas que orienten nuestro caminar hacia una existencia personal y social más plena, más justa, más solidaria y corresponsable(Zubiría, 2001, pp.  75-87).

Desde la fe cristiana podemos decir que la espiritualidad se refiere a la vida y desde el Espíritu Santo que habita nuestro corazón (Rom 5,5), nuestro cuerpo (1Cor.  3,16) y nuestro mundo (Rom 8,18 ss).  Espíritu que es fuente de vida, que es amor y comunión, que es consuelo y presencia creadora.  Desde esta comprensión de la espiritualidad quiero mirar hoy a María como manantial de vida en el Espíritu, como fuente de la que podemos beber y aprender a vivir como hijas e hijos de Dios aquí y ahora, en el tiempo y en el espacio en los que nos ha tocado vivir, como pozo en el que podemos saciar nuestra sed de espiritualidad.  Quiero poner mis ojos en María porque voy descubriendo con gozo que, en su humanidad, se realizó plenamente.  María no es Dios, ella no es una de las tres personas divinas y, sin embargo, desde los orígenes del cristianismo, la reconocemos y la celebramos como mujer que, por libre decisión, se incorpora al proyecto de Dios.  La espiritualidad de María, la vida que vivió en y desde el Espíritu la fue llevando a participar de manera definitiva y totalizante el misterio trinitario de Dios.

5.1.  Espiritualidad que nace de la experiencia

Si pudiésemos escuchar a María narrando las experiencias de las que nació y se alimentó su espiritualidad, muy probablemente hablaría de la situación del pueblo israelita y de la actuación de Dios en su historia.  También nos hablaría de Jesús, el movimiento que él desencadenó y de la Iglesia naciente.  Lamentablemente esto no puede ser así pues son muy escasos los datos históricos que sobre ella nos han llegado.  Sin embargo, a través de los relatos evangélicos elaborados a la luz del acontecimiento pascual, podemos atisbar algunos rasgos de la experiencia de María.

Con agradecimiento y reverencia ante el misterio humano y divino que envuelve la espiritualidad de esta mujer judía, es posible recrear imaginativamente - con la libertad que nos da el Espíritu que sigue revelándonos la buena nueva de Dios- las experiencias que fueron forjando y madurando su espiritualidad.

5.1.1.  Experiencia de anawim.-  La espiritualidad de María nace y se alimenta en el seno de la experiencia acumulada de los anawin, el pequeño resto de Israel que había conservado y transmitido la memoria histórica de la promesa, de la alianza y la liberación en contextos de opresión, empobrecimiento y esclavitud.  La identidad de María estuvo profundamente vinculada a los pobres de Yahvé quienes, generación tras generación, renovaban su esperanza en el cumplimiento de la promesa de Dios, en la realización histórica de la Salvación.

Desde aquí podemos anotar dos rasgos fundantes de la espiritualidad de María.  El primero es que se trata de una espiritualidad ligada íntimamente al Dios de Israel, a Yahvé que elige al pueblo por puro amor (Dt 7,7-8), en absoluta e incondicional gratuidad.  El segundo rasgo es que esa espiritualidad surge desde dentro de un pueblo pobre que, históricamente, ha sido despojado de su tierra, del poder para decidir su propio destino, de su libertad.

La experiencia de María como creyente y empobrecida desencadena en ella un proceso espiritual que posteriormente la llevará a elegir, con lucidez y autonomía, el realizarse como mujer al servicio.  Pero no a cualquier servicio sino sólo al servicio de Dios y de su proyecto de vida y liberación.  Es así como María, la anawim, inaugura una nueva espiritualidad a través de la cual se irá realizando como mujer nueva, como persona autónoma, como primera creyente.

5.1.2.  Experiencia de frontera.-  La espiritualidad de María se forja y acrisola desde una experiencia de frontera.  Ya nos lo dice Pablo en su carta a los Gálatas: Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo nacido de mujer nacido bajo la ley (4,4s).  Históricamente, María se sitúa en la intersección de los dos testamentos, entre el Judaísmo tradicional y la novedad de Dios proclamada y realizada por Jesús.  María vive en el límite del antiguo pueblo de Israel y la nueva comunidad cristiana.

Con sutil delicadeza, Lucas pudo percibir la experiencia de frontera que vivió María y, tal vez por eso, por contraste con la espiritualidad antigua de Zacarías que había madurado desde el templo (1,18ss), nos habla de la casa como espacio nuevo y privilegiado en el que María descubre, alimenta y comparte su personal espiritualidad (1,40; Cf.  1,28; Hch 1,13).

La experiencia de María la lleva a anunciar que una espiritualidad nueva, capaz de llenar la vida de sentido y de dinamizar todas las potencialidades humanas, no es una espiritualidad cimentada de los ritos y en el culto sino en el diálogo personal con Dios, en el proyecto que se atisba en ese diálogo en las relaciones nuevas que genera con el pueblo, con Dios, con la persona misma.

Experiencia de la sabiduría

Un referente primordial que descubrimos en la espiritualidad de María es su experiencia sapiencial comprendida como vida interior habitada, como soledad acompañada, como tiempo y espacio de encuentro con Dios en profunda y auténtica verdad.  La experiencia que María iba teniendo de la irrupción de Dios en su vida personal y en la vida de su pueblo, la experiencia de relación cotidiana con José y, luego, con Jesús, la experiencia del dinamismo suscitado por la práctica de su hijo- con seguimiento y persecución- la experiencia del asesinato injusto, del doloroso silencio del sábado santo, de la irreversible certeza de la resurrección, fue para María manantial inagotable de espiritualidad sapiencial.

Sus gozos y sufrimientos, sus dudas y sus certezas, sus incomprensiones y sus esperanzas pasaban siempre por el núcleo de su persona: su corazón.  Aquí gustaba internamente los acontecimientos, los dialogaba con Dios, los discernía a la luz del Espíritu creador.  La experiencia de María circulaba continuamente como en espiral.  Las llevaba al corazón para procesarlas sapiencialmente y, después, exteriorizarlas proféticamente.  Con gozo agradecido descubrimos en la espiritualidad mariana un proceso sapiencial que hoy nos lleva a confesar su corazón como el corazón humano más próximo al corazón de Dios.

Experiencia de la justicia

La interdependencia de experiencias, de diálogo entre las raíces fundantes, la frontera y la sabiduría; la interpretación recíproca entre ellas, hizo madurar en María su experiencia como mujer profética.  Lucas condensa poéticamente esta experiencia en el Magníficat.  En su canto, María proclama proféticamente el proyecto de Dios y las preferencias irreversibles de su corazón.  Proyecto y preferencias que se realizan de manera definitiva en la frontera de la nueva humanidad inaugurada a través de María.

Ella, por experiencia propia reconoce y celebra la participación irrenunciable de las mujeres en el proyecto de Dios.  Si el resto ya confesaba su fe en la participación comprometida de Dios en la historia a través de lo humano, María, como parte del pueblo de Yahvé- pero en contraste con la visión tan devaluada que se tenía de las mujeres- anuncia con gozo que ellas tienen un puesto protagónico y una misión activa de la realización del querer de Dios.

En continuidad con las mejores tradiciones de Israel, y en ruptura con el Judaísmo rabínico, María anuncia y revela la santidad de Dios con extrema misericordia que se historiza a través del humano y, de manera privilegiada, en lo marginal, lo desposeído, lo olvidado.

El Poderoso revela su rostro en la empobrecida e impotente mujer de Nazaret.  En ella muestra y realiza la Salvación.  La vida de María, símbolo de lo humano, de los humildes y las marginadas, es gloria de Dios y fuente de alegría para la humanidad entera.

Fruto de la experiencia espiritual de María es, también, su anuncio del proyecto de Dios y de sus preferencias.  Al proclamar que Dios desea el engrandecimiento de los humildes, la saciedad de los hambrientos y la cercanía divina con quienes viven en fidelidad, María afirma la equidad que ama a Dios y anticipa la necesaria justicia en la comunidad de iguales pues, para que ésta sea posible los ricos, en lugar de recibir, deben compartir, los poderosos, en lugar de enaltecerse, tienen que abajarse; los soberbios, en lugar de endurecer más su corazón, deben reconocer su necesidad de Dios, misericordia entrañable.

5.2.  Espiritualidad que se expresa a través del cuerpo

La fidelidad de María al Espíritu que la habita se expresa en su cuerpo.  Sabemos que el ser humano, varón y mujer, es por excelencia imagen y semejanza de Dios y que, por tanto, Dios se comunica a través de los cuerpos humanos.  María en sus gestos y palabras, en sus acciones y actitudes corporales nos muestra y nos da a Dios.  Lamentablemente venimos arrastrando, por siglos, una visión dualista de la realidad, del ser humano, del cuerpo y de la sexualidad.  Esta visión ha afectado negativamente, y de manera muy profunda a las mujeres y, con ellas, a María.  A pesar de que en este marco se inscriben algunas formulaciones dogmáticas marianas, quiero arriesgarme a recuperarlas como expresión simbólica de la espiritualidad que María nos comunica a través de su cuerpo.

5.2.1.  La Madre.-  Desde los comienzos de la Iglesia, e incluso durante la vida histórica de Jesús, María fue reconocida como su Madre.  Durante los primeros siglos, esta afirmación elemental fue adquiriendo relevancia con la intención de afirmar la verdadera humanidad de Jesús y el abajamiento o la kenosis de Dios.  Hoy, a la luz de la profundización que hacemos de la espiritualidad que María nos descubre, a través de su cuerpo, encontramos en su maternidad una clara expresión de la dimensión eucarística de la espiritualidad.  María entrega física y realmente su carne y su sangre a favor de la vida.

Esta entrega, aparece en los evangelios, como fruto de una decisión libre lúcida y personal de María (Lc 1,26-38).  Aparece, también desde el principio, como una decisión subordinada al proyecto de Dios sobre María (Lc 1,48ss) y sobre la humanidad entera (Lc 11,27-28).  La maternidad de María es consecuencia de un discernimiento en el que incluye su fe en Dios y su pertenencia al pueblo empobrecido y marginado; es realización eficaz de la palabra de Dios fusionada con la palabra de María.

De aquí que la espiritualidad que percibimos a través del cuerpo materno de María es una espiritualidad que surge y se alimenta del proyecto de Dios a favor de la vida del Hijo para la vida de la humanidad.  Una espiritualidad labrada en el diálogo y la libertad, madurada en el seno de la confusión y la certeza; plenificada en el proceso de crecimiento y de realización de María como persona humana.

5.2.2.  La Virgen.-  El resultado de la exégesis moderna sobre los textos marianos del Nuevo Testamento y la profundización sobre la evolución histórica del pensamiento sobre la virginidad de María nos impulsan a rebasar los reduccionismos biologicistas y las interpretaciones racionales que se han hecho sobre la virginidad de María, para mirarla desde su dimensión simbólica acogiendo, con respeto y agradecimiento, el misterio que envuelve nuestra confesión de fe.

La afirmación subyacente a la proclamación de María como “la Virgen” es que Jesús no sólo es hijo de María sino que es el Primogénito de Dios.  Con esto se anuncia que María inaugura un modo nuevo de relación con Dios, relación que totaliza y plenifica su vida.

Ya los profetas habían denunciado la idolatría del pueblo de Israel, lo señalaban como un pueblo prostituido que se entregaba a dioses que admitían la injusticia, el abuso sobre los extranjeros, las viudas y los huérfanos, y la riqueza robada a las mayorías empobrecidas.

Desde esta perspectiva, la virginidad de María puede ser comprendida como absoluta fidelidad a Dios y a su proyecto, como radical apertura a la vida de Dios a favor de la vida de la humanidad y por tanto, como mujer que, en su cuerpo, es transparencia de Dios.

Confesar la virginidad de María es acoger el misterio de Dios que se vacía en los límites del cuerpo humano femenino, es recuperar la convicción cierta de que Dios se manifiesta gratuitamente a través de lo humano, es agradecer y celebrar las posibilidades del Espíritu que se comunica y se da a través de los gestos y actitudes, las palabras y las acciones de una mujer de nuestra historia, de nuestra raza y condición.

5.2.3.  La llena de gracia.-  En un intento por superar la visión negativa que se tenía de la sexualidad como pecado que mancha indeleblemente , es importante hablar de la “Inmaculada” de manera positiva, es decir, como la mujer “llena de gracia”, la mujer en cuyo cuerpo-persona, Dios habita.

La Iglesia, al proclamar hoy que María fue concebida llena de gracia, recupera la positividad del cuerpo de las mujeres y de la sexualidad humana.  Al mismo tiempo celebra y agradece el don de Dios que gratuitamente habita el cuerpo humano con su Espíritu que es amor y relación, consuelo y fortaleza, apertura y creatividad, compañía en comunión profunda.

Al confesar hoy la Inmaculada Concepción de María, celebramos a la mujer-y con ella el género humano-que está habitada por el espíritu y habilitada para compartir la Plenitud de Vida en Comunión.  Al mismo tiempo, al confesar su fe, cada creyente se compromete a hacer de su cuerpo mediación del Espíritu de Dios, Espíritu que requiere de nuestros cuerpos para expresarse en esta historia nuestra hasta que Dios llegue a ser todo en todas las cosas, hasta que la humanidad llegue a ser una en Dios (Jn 17,21).  María, llena de gracia cuerpo y alma, es verdad hoy como principio imprescindible de nueva humanidad.

5.2.4.  La asunta de Dios.-  Si con la resurrección de Jesús afirmamos que la historia se abrió irreversiblemente a lo definitivo y que es la Vida la que tiene la última palabra, entonces, al confesar que María se le asoció definitivamente en el cuerpo y alma, estamos celebrando que el cuerpo femenino se incorpora en Dios, en su Vida plena y en comunión, y que María es la primera persona humana que se inserta definitivamente en el mismo trinitario de Dios.  Celebrar la asunción de María es celebrar su resurrección, su vida nueva en Dios, en la certeza de que su cuerpo no sólo no fue obstáculo para la plenitud sino, sobre todo, mediación imprescindible para plenificarse en Dios.  Creer en la asunción de María es creer que la Vida es lo definitivo para María.- y con ella para la humanidad- en cuanto que orientó y totalizó su vida en dirección de la vida que ama Dios.

5.2.5.  Mediación y cauce de espiritualidad.-  Esta breve relectura de la fe de la Iglesia conversada en los dogmas marianos nos permite afirmar que Dios ha decidido comprometerse con la historia a través de lo humano.  Para realizar en plenitud su proyecto de amor, Dios ha querido necesitar de lo humano.  A través de mujeres y hombres con cuerpos concretos, de sus acciones, sus gestos, sus actitudes, quiere realizar definitivamente la alianza, la promesa y la liberación.  Creemos que esta definitividad la ha anticipado ya en María y en Jesús.  Dios, en Jesús y en María, nos ofrece un camino alternativo para hacer de nuestros cuerpos morada del Espíritu y vehículo privilegiado de su proyecto.

5.3.  Espiritualidad esencialmente trinitaria

En las reflexiones compartidas hasta ahora, han ido apareciendo las tres personas divinas y la apertura de María hacia ellas.  Sabemos que la Trinidad es una realidad relacional.  En un intento por formular esta experiencia, hablo de Ella como Plenitud de Vida en Comunión.  Identifico a la primera persona por la Plenitud, es decir, con el origen y con el fundamento y, al mismo tiempo, con el horizonte último de la existencia humana de la creación.  A Jesús, el Hijo lo identificó con la Vida como compañera nutriente y dadora de sentido y orientación en nuestra vida personal y corporativa dentro de la historia, Vida que es anticipo cierto del futuro de la creación en Dios.  Finalmente, veo al Espíritu como Comunión, como fuente de relaciones solidarias, como vínculo creado de redes, como fuego que fusiona intereses y los congrega en el proyecto totalizante de Dios.

Con esta metáfora de la Trinidad puedo reconocer y agradecer la diferencia de cada persona que enriquece en reciprocidad a las otras.  Así, también puedo confesar y celebrar la interdependencia imprescindible entre ellas a favor del proyecto común que comparten para que la humanidad tenga vida y tenga en abundancia (Jn.  10,10).  Desde esta relectura, ahora puedo decir que veo la espiritualidad de María como una espiritualidad orientada por y hacia la Plenitud de vida y en Comunión.  En la Espiritualidad Trinitaria de María descubro, como asombro y gratitud, la profundidad del misterio humano que ella simboliza en toda su densidad, y que en ella se vincula definitivamente a la profundidad del misterio de Dios en su compromiso de siempre y para siempre con nuestra historia.

5.3.1.  Morada de la Trinidad.-  Porque el Espíritu vino sobre María y le cubrió con el poder de su sombra, (Cf.  Lc 1,35) “...La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” ( Jn.  1,14), se abajó y se despojó de su grandeza para hacerse semejante a los seres humanos ( Flp.  2,7).  La grandeza de la Vida de Dios habitó el cuerpo de la sencilla e impotente nazarena para hacerse radicalmente cercano a nuestra historia y para identificar con nuestra frágil, limitada y finita condición humana.  ¡Paradoja escandalosa de la Trinidad!

María como morada de la Trinidad, al ser habitada por la Plenitud de Vida en Comunión, le aportó el cauce de humanidad, las raíces del pueblo de Israel, el contexto social y económico en el cual comunica la Salvación.  La Trinidad, habitando a María, le aportó un cauce de realización personal, un modo plenificante de relación, un proyecto histórico de Vida en Comunión.  Experiencia que desde la iniciativa amorosa y gratuita de Dios, se realiza en reciprocidad y sella la vida de María como fuente perenne de espiritualidad que vivifica, orienta y plenifica la condición humana.

5.3.2.  Transparencia de Dios.-  En los albores del siglo I de nuestra era, en una pequeña y marginal ciudad de Palestina, bajo el dominio del imperio romano, María quedó grávida de Dios.  En la historia, en nuestra historia se realizó el encuentro de la divinidad con la humanidad, de lo eterno con lo finito, de la trascendencia y la condición humana.  En medio de confusiones y preguntas, de dudas y obscuridades, de incomprensiones y silencios, maduró la fe de María en la Comunión de Vida Plena.  Dios en su amor apasionado por la vida de la humanidad, hizo de María transparencia de su ser, de su querer, de su preferencia.

Desde su espiritualidad sapiencial, y María fue descubriendo la comunión como realidad inherente a Dios, con Jesús fue reconociendo gozosamente que la comunión de sangre se relativiza ante la comunión que nace de la escucha de la Palabra y de su puesta en práctica ( Mt 12,46-50).

Desde su espiritualidad de frontera, María intuyó la radical novedad de Dios.  Ella dio el paso de la ley a la libertad, del silencio a la palabra, de la insignificancia al protagonismo, de la vida privada al seguimiento del Hijo.  Con Jesús atravesó la frontera de la antigua a la nueva alianza de la muerte injusta, de la gloria definitiva de la resurrección.

Desde su espiritualidad de anawin, desde su experiencia de mujer creyente y empobrecida, María percibió el proyecto trinitario y lo transparentó en sus relaciones y en sus acciones.  En el nacimiento de Jesús, acogió, a los pastores y a los paganos capaces de reconocer a Dios en el pesebre.  En la boda de Caná, percibió la carencia que interrumpiría la alegría de la fiesta e incorporó a los sirvientes en el conocimiento del don de Dios.

Desde su espiritualidad profética, María anunció las preferencias de Dios.  Sabe que, como Vida Plena en Comunión, la quiere de manera especialísima para aquellas y aquellos a quienes se les niega en nombre del Dios de la religión oficial.  Por eso proclamó la opción de Dios en favor de los sencillos, los hambrientos, los humildes.  Dios, Comunidad, de Vida en Plenitud, quiere la equidad, la justicia, la inclusión, María, las pregona con su canto.

5.3.3.  Presencial actual.-  Plenamente viva en la comunión trinitaria, María prolonga en la historia la presencia vivificante de Dios en medio de su pueblo.  Los santuarios marianos, las ermitas, los retablos, nos hablan de la fe de María que profesa el pueblo pobre y sencillo de nuestra América Latina.  Ella continúa en nuestra historia las acciones y los gestos del Hijo de Dios.  Acoge en su casa a las mayorías desposeídas y las consuela en sus dolencias.  María posibilita la curación de los ciegos, de los cojos, de los sordos y anuncia los problemas la permanente esperanza en Dios.

La vida de María en el Espíritu sigue recreando hoy nuevas realidades y relaciones nuevas.  Asociada definitivamente a la Vida del Hijo, y Ella es, en la Iglesia, modelo de discipulado y de vida interior.  Con María, el pueblo de Dios peregrina en la historia aprendiendo de ella el modo de colaborar el proyecto de Dios.

María, madre de la Iglesia, sigue generando hijas e hijas en el Hijo.  Desde ella se hermanan las relaciones rotas; con María se reconcilia la humanidad consigo misma, con la creación, con Dios.

A través de María se revela Dios co-padeciendo con sus criaturas, sufriendo sus dolores, compartiendo sus alegrías, participando en su fiesta.  Desde María, las mujeres vamos comprendiendo la importancia de nuestra maduración como personas humanas y la necesidad de nuestra participación activa y responsable en la construcción de una Iglesia con rostro humano e igualitario y en la creación de una sociedad justa, equitativa y solidaria.

Se identifica con las madres solas y con las madres de los exiliados, perseguidos, torturados y asesinados.  Ella permanece siempre cercana denunciando la idolatría y proclamando la vida que ama Dios.

5.4.  Una espiritualidad para hoy

Creo que las mujeres y los hombres de hoy podemos encontrar en María un camino plenificante de Vida en el Espíritu, una alternativa de la espiritualidad creyente y razonable, histórica y mística, individual, eclesiástica y social.  Como ella, es importante que recuperemos nuestra experiencia individual y colectiva, que la llevemos al corazón, y, con discernimiento y sabiduría, descubramos los signos del querer de Dios.  Para esto necesitamos espacios de vida interior, de silencio y soledad.  Ahí nos encontraremos con el Espíritu que, como amor, nos vivifica, nos impulsa y nos acompaña en nuestro esfuerzo creativo y reconciliador.

Sabemos que nuestro mundo está necesitado de Dios.  Con nuestro cuerpo podemos hacerlo presente en los márgenes, solidarizándonos con quienes resultan innecesarios a los ojos de los poderosos de nuestro tiempo, manchándonos las manos al acariciarles, escuchando sus lamentos, realizando signos eficaces de transformación, proclamando las preferencias del corazón de Dios.  De este modo le encarnamos en nuestro cuerpo, así alumbramos cada día al Hijo de Dios.

Finalmente, como María, es necesario transparentar a Dios como Plenitud de Vida en Comunión.  En ella podemos aprender cómo hacer de la diferencia una riqueza, cómo socializar el proyecto inclusivo de Dios.

María, plenamente viva e incorporada a la Trinidad, nos muestra el amor de Dios, nos acompaña en el camino del Hijo, nos impulsa a permanecer en la Vida del Espíritu que nos alienta y nos fortalece para perseverar en fidelidad en tiempos de gozo y persecución.

5.5.  María modelo de seguimiento de Jesús

Al hablar de María en este punto nos centraremos en describir brevemente cuál es su relación con la espiritualidad cristiana.  Lo haremos fijándonos sobre todo en ella como modelo de seguimiento de Jesús(Maccise, El camino cristiano en la historia, 1989, pp.302-308).

5.5.1.  María y la Espiritualidad Cristiana

a.- María es la perfecta encarnación de la espiritualidad cristiana

En este sentido la Iglesia la llama el “tipo del cristiano” o el “tipo de la Iglesia”.  María es la perfecta seguidora de Jesús, desde el anuncio del ángel hasta el pie de la cruz.  María se dejó conducir sin reservas por la vida del Espíritu; estaba llena del Espíritu Santo (Lc 1,35)

María vivió su plenitud de santidad como una criatura normal.  Es decir, caminó en la fe, escuchó la palabra de Dios, la acogió en su corazón y fue absolutamente fiel a ella (Lc 2, 19.  51).  Vivió en el espíritu de las bienaventuranzas hasta el punto que los Evangelios la señalan como la gran “bienaventurada”, para todas las generaciones (Lc 1,45.  48; 11,27.  28).  La absoluta fidelidad de María se teje en medio de las perplejidades, obscuridades y conflictos propios de la fe (Lc 1,34; 2,19; 2,41-51).  Como Jesús, experimentó la tentación y la cruz (Lc 2,35) y a través de ellas se identificó como ningún otro discípulo con la misión y la redención de su Hijo Jesús.

La posición privilegiada de María en la Iglesia y en la Espiritualidad arranca de su total fidelidad la Palabra y al plan de Dios.  Por eso queda ella para siempre como el mejor modelo para aprender a ser cristianos.

b.- María significa la presencia del amor materno de Dios entre nosotros

Sabemos que María es la Madre de Cristo, por eso la madre de Dios.  Que es madre de la Iglesia por todos y cada uno de los creyentes.  Que es madre de todos los hombres.  María es madre por el Espíritu, y esta maternidad divina es el valor englobante de todas sus gracias y privilegios.

Pero es igualmente el valor que cualifica su papel en la Iglesia y en la Espiritualidad Cristiana.  Por ser María discípula de Jesús y seguidora de él como nosotros, es nuestra hermana y compañera.  Por ser madre de Jesús y nuestra, es el símbolo eficaz del amor maternal de Dios hacia nosotros.  En ella experimentamos de modo particular los rasgos femeninos del amor de Dios: su delicadeza, su ternura, su proximidad afectiva, su profundidad y misterio.  Es verdad que el amor de Dios revelado en Jesucristo siempre es así, con o sin María; pero desde nuestro lado, dado que sólo podemos percibir ese amor al modo humano y sensible, Dios se ha servido también de María como madre y mujer, para ayudarnos a entender su amor.

Si a nuestra espiritualidad le falta el toque femenino y maternal de María, correría el peligro de des-humanizarse, de perder lo afectivo y espontáneo con que suele revestirse.  María asegura que la misma Iglesia sea una familia cálida, pues es propio del carisma femenino crear vida y circulación de vida y amistad.  María, signo del rostro femenino de Dios, ayuda también a la Iglesia y su espiritualidad a liberarse de las rigideces y racionalismos que a menudo suelen apagar la vida del Espíritu.

c.- Los privilegios y gracias especiales de María son para nosotros la esperanza de que la vida de Cristo en nosotros llegará un día a su plenitud

Sabemos que María tuvo gracias especiales: fue preservada absolutamente del pecado, aún en su concepción; fue llevada al cielo inmediatamente después de su muerte...  estas gracias extraordinarias a veces nos distancian de María, y la hacen aparecer como alguien ajena a nuestra raza y condición humana.

Pero la auténtica espiritualidad cristiana nunca des-humanizó a María como nunca des-humaniza a Jesús a causa de su divinidad.  Aún con sus gracias especiales, María es también nuestra hermana: ella vivió estos privilegios en lo ordinario de la vida de su tiempo, en la pobreza y la opacidad de Nazaret, y en la obscuridad de la fe.

Más aún, sus gracias extraordinarias serán un día compartidas por todos nosotros, sus hermanos y hermanas, una vez que el camino de la espiritualidad, después de la muerte, llegue a su término con la resurrección y visión de Dios.  Nosotros también estamos llamados a ir al cielo con nuestro cuerpo; también estamos llamados a una purificación absoluta de todo pecado...María se nos ha adelantado, y por eso para nosotros es un signo de esperanza viva de que esas promesas de Dios han de cumplirse en nosotros.  María es así el “tipo” de nuestra vida futura.

d.- La revelación de María del rostro maternal de Dios al hacer especialmente presente en la espiritualidad de los pobres y oprimidos

Es entre ellos donde su misericordia femenina se revela y es acogida en toda su significación.  En la Espiritualidad Latinoamericana, María es la madre y la hermana y la compañera y la esperanza de los pobres.  Desde su irrupción en el rostro mestizo de María de Guadalupe, María ha sido “adoptada” por nuestro pueblo como signo de esperanza y liberación cristiana.  Los pobres y sufrientes de nuestra tierra perciben ella el amor solidario del Dios de los pobres y de la justicia, que “reivindica a los pobres ya humildes y derriba de sus tronos a los ricos y soberbios de corazón” (Lc 1,55-56).

5.5.2.  María modelo de seguimiento de Jesús.-  En la figura de la Virgen María que “precede con su luz e inspira nuestra vida peregrinante”( LG 68) encontramos lo que debe ser el auténtico seguidor de Jesús.  Dos rasgos la definen:

a.- María es de Dios

  • -Escucha: la Palabra de Dios en la Escritura y en la Vida.  Por eso Cristo la proclama dichosa (Lc 11,27).
  • -Creeen la Palabra, con una fe abrahamítica que enfrenta dificultades concretas y se desarrolla en la seguridad y en la prueba, en la pobreza, el sufrimiento, la huida y el exilio (Lc 1,45; Mt 1,13-23).
  • -Vive: las exigencias de la Palabra en todas esas circunstancias, sin entender muchas cosas; guardando todo en su corazón (Lc 2,19.  50-51), caminando como peregrina de la fe y de la esperanza.

b.- María es del pueblo y para el pueblo

  • En el evangelio, María aparece atenta y preocupada por los demás.
  • La escucha de la palabra de Dios no la hizo una persona desencarnada de las cosas de la vida y del pueblo: va a visitar a su prima Isabel para ayudarle cuando estaba cercano su parto (Lc 1,39-45.  56); en las bodas de Caná se preocupa de las necesidades materiales de la familia que ofrece el banquete (Jn 2, 1-12); acompaña a los apóstoles en la oración a pesar de que ellos habían abandonado al Señor (Hch 1,14).
  • La Virgen María pertenecía al pueblo sencillo.  Era una pobre de Yahvé, abierta al servicio de los hermanos porque estaba abierta a Dios y a sus planes (Lc 1,45-55).
  • María se pone de parte de los pobres.  En el Magníficat se coloca al lado de los que tienen hambre, de los humildes, de los que temen a Dios.  Se distancia, en cambio, de los orgullosos, de los poderosos.  Para María, ser del pueblo significa vivir una vida pobre y asumir la causa de los pobres con la esperanza que recorría toda la historia de Israel a partir de sus orígenes en Abrahán (Lc 1,54-55).

Por estos motivos, Paulo VI, en la exhortación Apostólica MarialisCultus (1974), escribía entre otras cosas: “María puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo.  De este modo, por poner algún ejemplo, la mujer contemporánea deseosa de participar con poder de decisión en las elecciones de la comunidad, contemplará a María que , puesta al diálogo con Dios, da su consentimiento activo y responsable...comprobará con gozosa sorpresa que María de Nazaret , aún habiéndose abandonado a la voluntad del Señor , fue algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante, antes bien, fue mujer que no dudó de proclamar que Dios es vindicador de los humildes y oprimidos y derriba del trono a los poderosos del mundo (Cf.  Lc 1, 51-53); reconocerá en María, que sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, el exilio y la huida (Cf.  Mt 1,13-23): situaciones todas éstas que no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hombre y de la sociedad...(María) les ofrece el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal , pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones “( MC 37).

María modelo de evangelizador

  • María aparece como primera evangelizada (Lc 1,26-38) y primera evangelizadora (Lc 1,39-46).  Hay relación de estos textos con Sof 3,14-18; Is 52,7).  Eso muestra que el evangelizador para poder evangelizar debe ser evangelizado.
  • En Mt 2,1-12 María aparece mostrando a Jesús a todos.  Detrás de ese texto está Is 60, 1-9.  Así María nos indica que el evangelizador tiene que mostrar el rostro de Jesús.
  • En Jn 2, 1-12, en Caná de Galilea, María indica a los sirvientes que hagan lo que Jesús les diga (Cf.  Mt 28,17; Ex 19,7).  El evangelizador debe enseñar lo que Jesús enseñó.
  • En Hch 1,14 María aparece orando con los discípulos para recibir al Espíritu que los capacitaría para evangelizar.  Eso enseña que el evangelizador necesita en la oración contemplativa recibir la Palabra para poderla difundir guiado por el Espíritu Santo.
  • María en la Realidad de América Latina
  • -En la realidad de América Latina, María es percibida por el pueblo creyente como el rostro maternal y misericordioso de Dios; señal de la cercanía del Padre y de Cristo (Puebla 282).
  • -Como realidad hondamente humana que suscita en los creyentes plegarias de ternura, dolor y esperanza (Puebla 291).
  • -Como vínculo de fe (Puebla 284).
  • -Como presencia femenina que crea ambiente familiar (Puebla 291).
  • -Como modelo de relación con Cristo (Puebla 292).
  • -Como modelo de servicio eclesial (Puebla 300, 303).

 

ANEXO
María, Madre de la Iglesia, modelo y paradigma de humanidad y artífice de comunión
(Aparecida 141, 261, 262, 265-272, 280b, 320, 364, 451, 524, 553)

141.  Imagen espléndida de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en Cristo, es la Virgen María.  Desde su Concepción Inmaculada hasta su Asunción, nos recuerda que la belleza del ser humano está toda en el vínculo de amor con la Trinidad, y que la plenitud de nuestra libertad está en la respuesta positiva que le damos.

La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo

261.  La piedad popular penetra delicadamente la existencia personal de cada fiel y, aunque también se vive en una multitud, no es una “espiritualidad de masas”.  En distintos momentos de la lucha cotidiana, muchos recurren a algún pequeño signo del amor de Dios: un crucifijo, un rosario, una vela que se enciende para acompañar a un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado entre lágrimas, una mirada entrañable a una imagen querida de María, una sonrisa dirigida al Cielo, en medio de una sencilla alegría.

262.  Es verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar cada vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos.  Pero eso sólo puede suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado.  La piedad popular es un “imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda”.  Por eso, el discípulo misionero tiene que ser “sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables”.  Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica.  Simplemente, deseamos que todos los miembros del pueblo fiel, reconociendo el testimonio de María y también de los santos, traten de imitarles cada día más.  Así procurarán un contacto más directo con la Biblia y una mayor participación en los sacramentos, llegarán a disfrutar de la celebración dominical de la Eucaristía, y vivirán mejor todavía el servicio del amor solidario.  Por este camino, se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y de justicia social que encierra la mística popular.

265.  Nuestros pueblos se identifican particularmente con el Cristo sufriente, lo miran, lo besan o tocan sus pies lastimados como diciendo: Este es el “que me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20).  Muchos de ellos golpeados, ignorados, despojados, no bajan los brazos.  Con su religiosidad característica se aferran al inmenso amor que Dios les tiene y que les recuerda permanentemente su propia dignidad.  También encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María.  En ella ven reflejado el mensaje esencial del Evangelio.  Nuestra Madre querida, desde el santuario de Guadalupe, hace sentir a sus hijos más pequeños que ellos están en el hueco de su manto.  Ahora, desde Aparecida, los invita a echar las redes en el mundo, para sacar del anonimato a los que están sumergidos en el olvido y acercarlos a la luz de la fe.  Ella, reuniendo a los hijos, integra a nuestros pueblos en torno a Jesucristo.

María, discípula y misionera

266.  La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de “hijos en el Hijo” nos es dada en la Virgen María quien, por su fe (cf.  Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (cf.  Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cf.  Lc 2, 19.51), es la discípula más perfecta del Señor.  Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana, María, con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos.  Del Evangelio, emerge su figura de mujer libre y fuerte, conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo.  Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre.  Alcanzó, así, a estar al pie de la cruz en una comunión profunda, para entrar plenamente en el misterio de la Alianza.

267.  Con ella, providencialmente unida a la plenitud de los tiempos (cf.  Gal 4, 4), llega a cumplimiento la esperanza de los pobres y el deseo de salvación.  La Virgen de Nazaret tuvo una misión única en la historia de salvación, concibiendo, educando y acompañado a su hijo hasta su sacrificio definitivo.  Desde la cruz, Jesucristo confió a sus discípulos, representados por Juan, el don de la maternidad de María, que brota directamente de la hora pascual de Cristo: “Y desde aquel momento el discípulo la recibió como suya” (Jn 19, 27).  Perseverando junto a los apóstoles a la espera del Espíritu (cf.  Hch.  1, 13-14), cooperó con el nacimiento de la Iglesia misionera, imprimiéndole un sello mariano que la identifica hondamente.  Como madre de tantos, fortalece los vínculos fraternos entre todos, alienta a la reconciliación y el perdón, y ayuda a que los discípulos de Jesucristo se experimenten como una familia, la familia de Dios.  En María, nos encontramos con Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo, como asimismo con los hermanos.

268.  Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien confiere “alma” y ternura a la convivencia familiar.  María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión.  Uno de los eventos fundamentales de la Iglesia es cuando el “sí” brotó de María.  Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos.  Por eso la Iglesia, como la Virgen María, es madre.  Esta visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática.

269.  María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros.  Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América.  En el acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu.  Desde entonces,son incontables las comunidades que han encontrado en ella la inspiración más cercana para aprender cómo ser discípulos y misioneros de Jesús.Con gozo, constatamos que se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente.  Las diversas advocaciones y los santuarios esparcidos a lo largo y ancho del Continente testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella.  Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana.

270.  Hoy, cuando en nuestro continente latinoamericano y caribeño se quiere enfatizar el discipulado y la misión, es ella quien brilla ante nuestros ojos como imagen acabada y fidelísima del seguimiento de Cristo.  Ésta es la hora de la seguidora más radical de Cristo, de su magisterio discipular y misionero, al que nos envía Benedicto XVI: “María Santísima, la Virgen pura y sin mancha es para nosotros escuela de fe destinada a conducirnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra”.  El Papa vino a Aparecida con viva alegría para decirnos en primer lugar: permanezcan en la escuela de María.  Inspírense en sus enseñanzas.  Procuren acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, les envía desde lo alto”.

271.  Ella, que “conservaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón” (Lc 2, 19.51), nos enseña el primado de la escucha de la Palabra en la vida del discípulo y misionero.  El Magnificat “está enteramente tejido por los hilos de la Sagrada Escritura, los hilos tomados de la Palabra de Dios.  Así, se revela que en Ella la Palabra de Dios se encuentra de verdad en su casa, de donde sale y entra con naturalidad.  Ella habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se le hace su palabra, y su palabra nace de la Palabra de Dios.  Además, así se revela que sus pensamientos están en sintonía con los pensamientos de Dios, que su querer es un querer junto con Dios.  Estando íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, Ella puede llegar a ser madre de la Palabra encarnada”.  Esta familiaridad con el misterio de Jesús es facilitada por el rezo del Rosario, donde: “el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor.  Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la madre del Redentor”.

272.  Con los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en Caná de Galilea, María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo.  Indica, además, cuál es la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana, “se sientan como en su casa”.  Crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o necesitado.  En nuestras comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en “casa y escuela de la comunión” y en espacio espiritual que prepara para la misión.

280b.  La dimensión espiritual es la dimensión formativa que funda el ser cristiano en la experiencia de Dios, manifestado en Jesús, y que lo conduce por el Espíritu a través de los senderos de una maduración profunda.  Por medio de los diversos carismas, se arraiga la persona en el camino de vida y de servicio propuesto por Cristo, con un estilo personal.  Permite adherirse de corazón por la fe, como la Virgen María, a los caminos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de su Maestro y Señor.

320.Se procurará, a lo largo de la formación, desarrollar un amor tierno y filial a María, de manera que cada formando llegue a tener con ella una espontánea familiaridad, y la “acoja en su casa” como el discípulo amado.  Ella brindará a los sacerdotes fortaleza y esperanza en los momentos difíciles y los alentará a ser incesantemente discípulos misioneros para el Pueblo de Dios.

364.  Detenemos la mirada en María y reconocemos en ella una imagen perfecta de la discípula misionera.  Ella nos exhorta a hacer lo que Jesús nos diga (cf.  Jn 2, 5) para que Él pueda derramar su vida en América Latina y El Caribe.  Junto con ella, queremos estar atentos una vez más a la escucha del Maestro, y, en torno a ella, volvemos a recibir con estremecimiento el mandato misionero de su hijo: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos” (Mt 28, 19).  Lo escuchamos como comunidad de discípulos misioneros, que hemos experimentado el encuentro vivo con Él y queremos compartir todos los días con los demás esa alegría incomparable.

451.  La antropología cristiana resalta la igual dignidad entre varón y mujer, en razón de ser creados a imagen y semejanza de Dios.  El misterio de la Trinidad nos invita a vivir una comunidad de iguales en la diferencia.  En una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible: habló con ellas (cf.  Jn 4, 27), tuvo singular misericordia con las pecadores (cf.  Lc 7,36-50; Jn 8,11), las curó (cf.  Mc 5, 25-34), las reivindicó en su dignidad (cf.  Jn 8, 1-11), las eligió como primeras testigos de su resurrección (cf.  Mt 28, 9-10), e incorporó mujeres a al grupo de personas que le eran más cercanas (cf.  Lc 8, 1-3).  La figura de María, discípula por excelencia entre discípulos, es fundamental en la recuperación de la identidad de la mujer y de su valor en la Iglesia.  El canto del Magnificat muestra a María como mujer capaz de comprometerse con su realidad y de tener una voz profética ante ella.

524.  La Iglesia de Dios en América Latina y El Caribe es sacramento de comunión de sus pueblos.  Es morada de sus pueblos; es casa de los pobres de Dios.  Convoca y congrega todos en su misterio de comunión, sin discriminaciones ni exclusiones por motivos de sexo, raza, condición social y pertenencia nacional.  Cuanto más la Iglesia refleja, vive y comunica ese don de inaudita unidad, que encuentra en la comunión trinitaria su fuente, modelo y destino, resulta más significativo e incisivo su operar como sujeto de reconciliación y comunión en la vida de nuestros pueblos.  María Santísima es la presencia materna indispensable y decisiva en la gestación de un pueblo de hijos y hermanos, de discípulos y misioneros de su Hijo.

553.  Nos ayude la compañía siempre cercana, llena de comprensión y ternura, de María Santísima.  Que nos muestre el fruto bendito de su vientre y nos enseñe a responder como ella lo hizo en el misterio de la anunciación y encarnación.  Que nos enseñe a salir de nosotros mismos en camino de sacrificio, amor y servicio, como lo hizo en la visitación a su prima Isabel, para que, peregrinos en el camino, cantemos las maravillas que Dios ha hecho en nosotros conforme a su promesa.  Guiados por María, fijamos los ojos en Jesucristo, autor y consumador de la fe.

 

Lista de referencias:

  • Boff, L.  (1984).  El rostro materno de Dios.  Madrid: Paulinas.
  • Codina, V.  (1986).  Mariología desde los pobresPastoral Popular, 43-50.
  • Gallo, L.  (1982).  Una pasión por la vida.  Aportes para una comprensión actual de la Iglesia.  Buenos Aires: Don Bosco-Argentina.
  • Maccise, C.  (1988).  María y la Nueva EvangelizaciónVida Espiritual, 29-38.
  • Maccise, C.  (1989).  El camino cristiano en la historia.  México: CEVHAC.
  • Navarro, M.  (1987).  Claves teológicas de la Mariología actualSal Terrae, 731-751.
  • Zubiría, G.  (2001).  María, fuente de espiritualidadDiakonia, 75-87.
 
Bibliografía fundamental
-ALVAREZ MAESTRO Jesús, 2015, La Virgen María: Historia, Teología, Devoción, Edibesa, Madrid
  • BASTERO Juan Luis y FIDALGO José Manuel, 2015, Mariología, Eunsa, Navarra.
  • CUEVA, L., 1986, Al Hijo por la Madre.  Espiritualidad Mariana, PPC, Madrid.
  • GARCIA MURGA, 2012, José Ramón, María, Mujer, Iglesia ¿Por qué María si ya tenemos a Cristo? Teología Comillas, Madrid.
  • FIORES Stefano de y S.  MEO Editores, 1998, Diccionario Nuevo de Mariología, San Pablo, Madrid.
  • FIORES, Stefano de, 2013, Dios nos habla a través de María, San Pablo, Madrid
  • GARCIA PAREDES, José Cristo, 2002, Mariología, BAC, Madrid.
  • GONZALEZ DORADO, A., 1988, De María conquistadora a María Liberadora, Sal Terrae, Santander.
  • HAUKE, Manfred, 2015, Introducción a la Mariología, BAC, Madrid.
  • MIER, S., 1988, María en el Evangelio Liberador, CRT, México.
  • DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO:
  • Vaticano II: LG.  VIII, nn.  52-65; -Pablo VI: MarialisCultus (1974)
  • Puebla (1979): nn.  282-305; - Aparecida (2007)
  • Juan Pablo II: RedemptorisMater (1987)