La Virgen María en Santa Teresa y San Juan de la Cruz
P. Juanito Arias Luna ocd
Instituto de Espiritualidad Santa Teresa del Niño Jesús
Quito, 16-17 de mayo de 2019.
Tema I: Espiritualidad Mariana Del Carmelo
Introducción
Una de las notas características de la espiritualidad del Carmelo es la presencia de la Virgen María en nuestra vida, la comunión con su persona, la imitación de sus virtudes, el culto de especial veneración. El Carmelo, según una expresión medieval, es "todo de María".
No se trata pues de una nota marginal del carisma, sino de una de las expresiones más íntimas y más queridas de nuestra tradición.
En el título de la Orden con su explícita alusión a la Virgen se encuentra el sentido pleno de nuestra identidad en la Iglesia como Orden vinculada a María. "El Carmelo es totalmente mariano" (León XIII), como reconoce la Iglesia.
La presencia de la Virgen en nuestras comunidades acrecienta el sentido de "familia", por la constante y común referencia a la Virgen como presencia materna en medio de sus hijos e hijas; la dedicación a su amor y a su culto, como especial consagración, determina la intensidad del culto mariano, dentro de la más pura tradición litúrgica y espiritual de la Iglesia, renovada actualmente por las orientaciones del Concilio Vaticano II.
La consagración religiosa y la vida cristiana vivida en el Carmelo tienen como meta, según la espiritualidad de la Orden, la perfección de la caridad, del amor de Dios y del prójimo; la tensión hacia la santidad que caracteriza nuestra vida tiene en la Virgen María no sólo el modelo más alto sino también la compañía más eficaz; nuestra vida consagrada al servicio de Cristo y de la Iglesia tiene en el amor de la Virgen su ejemplo más aleccionador; además, la doctrina y la experiencia espiritual de nuestros Santos, indican que María es la Madre que acompaña nuestro camino de vida espiritual para que lleguemos, de su mano, "hasta la cima el Monte de la perfección que es Cristo".
El sello mariano, connatural a nuestra historia y a nuestra espiritualidad, debe manifestarse en una vida que refleje en los hijos e hijas la presencia viva de la Madre, que imprima carácter de hondura espiritual, de sencillez personal y comunitaria, de armonía y caridad al ambiente de nuestras comunidades, por un deseo de imitar las actitudes más características de la vida de la Virgen que Pablo VI, en una bella página ha resumido en la Marialis Cultus n. 57.
1.- En los orígenes de nuestra devoción mariana
Hay tres palabras claves que sintetizan los orígenes de nuestra relación carismática con la Virgen María: el lugar del Monte Carmelo, el nombre o título mariano de la Orden, la explícita mención de la dedicación de la Orden del Carmelo al servicio de nuestra Señora.
a. El lugar: una capilla en honor de la Virgen María en el Monte Carmelo
Un anónimo peregrino de principios del siglo XIII nos ofrece, en un documento sobre los caminos y peregrinaciones de la Tierra Santa, el primer testimonio histórico mariano acerca de la Orden. Nos habla de una "muy bella y pequeña iglesia de nuestra Señora que los ermitaños latinos, llamados "Hermanos del Carmelo" tenían en el Wadi 'ain es-Siah. Otra redacción del mismo manuscrito habla de una iglesia de nuestra Señora.
Posteriormente el título de la Virgen María se le dará a todo el monasterio, cuando se amplíe notablemente la primitiva capilla, como consta en varios documentos antiguos (cfr. Bullarium Carmelitanum, I, pp. 4 y 28). Este dato primordial de la capilla del Monte Carmelo dedicada a la Madre de Dios es significativo y prácticamente es el hecho del que se desprende la más antigua devoción de los Carmelitas a la Virgen. Desde el principio de su fundación los Carmelitas han erigido una pequeña capilla dedicada a la Virgen Madre de Dios en su misma tierra de Israel.
Suponemos que esta capilla estaba presidida por una imagen de la Madre de Dios. La tradición antigua de la orden nos ha transmitido algunas imágenes antiguas, de inspiración oriental. Entre ellas algunas del tipo de la Virgen de la ternura o de la Virgen sentada en un trono con su Hijo. Todo ello indica que los ermitaños del Monte Carmelo querían dedicarse por entero al vivir en obsequio de Jesucristo bajo la mirada amorosa de la Virgen Madre, y que ella presidió desde su misma cuna el nacimiento de una nueva experiencia eclesial. De aquí el hecho que se la reconozca como Patrona, según las palabras del General Pedro de Millaud al Rey de Inglaterra Eduardo I a propósito de la Virgen María "en cuya alabanza y gloria esta misma Orden fue fundada especialmente" (Cfr. Ibidem, 606-607). Una afirmación que la tradición posterior confirmara constantemente.
b. El nombre: "Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo"
Así aparece el título de la Orden en algunos documentos pontificios, con una referencia explícita a la Virgen María, como consta por la Bulla de Inocencio IV, Ex parte dilectorum (13-1-1252): "De parte de los amados hijos, los ermitaños hermanos de la Orden de Santa María del Monte Carmelo" (Analecta Ordinis Carmelitarum 2 (1911-1913) p. 128). En un documento posterior (20-2-1233) Urbano IV (en la Bula Quoniam, ut ait) hace referencia al "Prior Provincial de la Orden de la Bienaventurada María del Monte Carmelo en Tierra Santa" y añade que en el Monte Carmelo está el lugar de origen de esta Orden donde se va a edificar un nuevo monasterio en honor de Dios y "de la dicha Gloriosa Virgen su Patrona" (Bullarium Carmelitanum I, p. 28).
Este nombre, "Hermanos" que es signo de familiaridad e intimidad con la Virgen, ha sido reconocido por la Iglesia, y será en adelante fuente de espiritualidad cuando los autores carmelitas posteriores hablen del "patronazgo de la Virgen" y de su cualidad de "Hermana" de los Carmelitas.
c. La consagración a la Virgen María
El Carmelo profesa con su dedicación total al servicio de Jesucristo como Señor de la Tierra Santa, según el sentido de seguimiento y de servicio que tiene el texto inicial de la Regla en su contexto histórico y geográfico, su total consagración a la Virgen María. Así lo reconoce un antiguo texto legislativo del Capitulo de Montpellier, celebrado en 1287: "Imploramos la intercesión de la gloriosa Virgen María, Madre de Jesús, en cuyo obsequio y honor fue fundada nuestra religión del Monte Carmelo" (Cfr. Actas del Capítulo General de Montpellier, Acta Cap. Gen., Ed. Wessels-Zimmermann, Roma 1912, p. 7). Esta especial consagración que se une al recuerdo del seguimiento de Cristo tendrá una lógica consecuencia en la fórmula de la profesión que incluirá la mención explícita de la entrega a Dios y a la Bienaventurada Virgen María.
2.- Una tradición espiritual viva
Tras los datos históricos reseñados que pertenecen a los albores de la experiencia mariana del Carmelo, las Constituciones señalan los elementos más significativos de la espiritualidad mariana de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz. Sin embargo podemos condensar en algunas orientaciones la riqueza doctrinal del espíritu mariano de la Orden, tal como ha sido vivido a partir de los orígenes, enriquecido por la devoción y los escritos espirituales de algunos carmelitas insignes.
a. Los títulos de amor y de veneración.
Se puede afirmar que la antigua tradición carmelitana ha expresado los vínculos de amor con la Virgen a través de una serie de títulos relativos al misterio de María pero percibidos con un sabor especial desde la experiencia de la vida del Carmelo. Así, en los orígenes, predomina la denominación de Patrona de la Orden, pero también se va haciendo camino la expresión más dulce de Madre, como aparece en fórmulas antiguas de Capítulos y Constituciones, como estas: "En honor de nuestro Señor Jesucristo y de la gloriosa Virgen María, Madre de nuestra Orden del Carmelo"; "Para alabanza de Dios y de la bienaventurada Virgen María Madre de Dios y Madre nuestra", como dicen las Constituciones de 1369.
En la antífona "Flos Carmeli" se invoca a la Virgen como "Madre dulce" (Mater mitis) y Juan de Chimineto habla de María como "fuente de las misericordias y Madre nuestra". Los dos apelativos están en relación con el misterio de la Virgen Madre de Dios en la expansión de su maternidad hacia los hombres. A estos títulos hay que añadir el de Hermana, asumido por los Carmelitas del siglo XIV en la literatura devocional que narra los orígenes de la Orden, a partir del profeta Elías que contempla proféticamente en la nubecilla la futura Madre del Mesías, y se complace en ilustrar las relaciones de la Virgen con los ermitaños del Monte Carmelo.
Desde otro punto de vista doctrinal, los Carmelitas, en la contemplación el misterio de la Virgen, han puesto de relieve su Virginidad, admirando en ella el modelo de la opción por una vida virginal en el Carmelo y su relación con la contemplación. Por las mismas razones los Carmelitas siempre estuvieron entre los defensores del privilegio de la Inmaculada Concepción de la Virgen, en las controversias de la edad media, sea a nivel de teología, sea a favor de la introducción de la fiesta en el Calendario de la Orden que la celebraba con particular devoción. De aquí también la insistencia de los autores carmelitas en la filial contemplación de la Virgen Purísima y del compromiso de imitar en la Virgen esta actitud espiritual, simbólicamente reflejada en la capa blanca del hábito de la Orden.
b. Privilegios para la Orden.
La historia y la espiritualidad mariana de la Orden, sobre todo durante los siglos XIV-XVI, se enriquecen de motivos devocionales que van aumentando la tradición histórica primitiva. La Virgen María aparece como una auténtica Protectora de la Orden en momentos difíciles de su evolución y su expansión en Occidente. El Catálogo de los Santos Carmelitas ha recogido la visión que el General de la Orden Simón Stock tuvo hacia el año 1251, cuando la Virgen se le aparece y le hace entrega del hábito de la Orden asegurándole la salvación eterna para todos los que lo lleven con devoción. Al Papa Juan XXII se le atribuye un documento, llamado comúnmente Bula Sabatina, que lleva la fecha del 3 de marzo de 1322, en el cual refiere la visión que el mismo Papa tiene de la Virgen que le promete una protección personal a cambio de la ayuda que él mismo preste a los Carmelitas; en la Bula se alude al privilegio de una liberación de las penas del Purgatorio para todos aquellos que hayan llevado dignamente el Santo Escapulario, mediante la acción maternal de la Virgen que irá a liberar a sus devotos el sábado siguiente a su muerte.
Estos dos hechos han polarizado la atención popular hacia la devoción mariana propuesta por los Carmelitas y han monopolizado, en cierto sentido, la visión espiritual que la Orden ha tenido del misterio de María, que es sin duda mucho más rica, más evangélica, más espiritual.
La Orden desde el siglo XIV quiso celebrar con una fiesta especial, la Conmemoración de la Virgen María del Monte Carmelo, los beneficios recibidos por intercesión de nuestra Señora. Esta fiesta tenía a la vez el sentido de recordar la protección de María y de realizar la acción de gracias por parte de la Orden. En la elección de la fecha, como se sabe, influye la parcial aprobación de la Orden obtenida en el Concilio II de Lyon, el 17 de julio de 1274, cuando había estado en peligro la extinción de la Orden. Posteriormente, la fecha del 16 de julio fue considerada como el día tradicional de la aparición de la Virgen a San Simón Stock; de esta forma el recuerdo de la protección de la Virgen se concentró en el agradecimiento particular por lo que constituía la suma y compendio del amor de la Virgen para los Carmelitas: el don del Santo Escapulario y sus privilegios.
c. Espiritualidad Mariana de la Orden: María, Modelo y Madre
Una nota distintiva de la actitud de los Carmelitas hacia la Virgen María es el deseo de imitar sus virtudes dentro de la propia profesión religiosa. Ya el conocido teólogo carmelita Juan Baconthorp (1294-1348) había intentado hacer en su comentario a la Regla un paralelismo entre la vida del Carmelita y la vida de la Virgen María; se trata de un principio exegético de gran importancia porque centra la devoción en la imitación. Otro gran teólogo, Arnoldo Bostio (1445-1499), ha cantado en su obra acerca del Patronazgo mariano sobre la Orden, el sentido de intimidad con la Virgen, la especial filiación del carmelita, la comunión de bienes con la Madre, el sentido de la "hermandad" con Ella. El Beato Bautista Mantuano (1447-1516) es un cantor eximio de la Virgen en su producción poética. Como fieles intérpretes de la tradición carmelitana llevan a su esplendor el sentido de la intimidad con la Virgen y su conformación interior al misterio de María el P. Miguel de San Agustín (1621-1684) y su dirigida María de Santa Teresa (1623-1677).
Aunque no es éste el lugar para desarrollar la doctrina de todos estos autores, hemos querido dejar constancia de una rica tradición doctrinal y espiritual del Carmelo que encontrará en los representantes del Carmelo Teresiano una digna continuidad y profundización de la espiritualidad mariana.
d. Liturgia y devoción popular.
Los Carmelitas han expresado su devoción y consagración a la Virgen especialmente por medio de la liturgia. Han erigido templos en su memoria y venerado su imagen. Los antiguos Rituales de la Orden, a partir del siglo XIII, muestran el fervor litúrgico del Carmelo en la celebración de las fiestas marianas de la Iglesia, con la aceptación de nuevas celebraciones; se trata de fiestas que en otros lugares y en otras Ordenes, no son acogidas con tanto fervor, como la fiesta de la Inmaculada Concepción. La fiesta de la Conmemoración Solemne de la Virgen del Monte Carmelo se convierte en la fiesta principal. El antiguo rito jerosolimitano, seguido por la Orden, reserva a María múltiples invocaciones en las horas canónicas, con antífonas marianas a final de cada hora y con una solemnización especial de la Salve Regina de Completas.
En honor de la Virgen se celebran sus misas votivas y el nombre de María se introduce con frecuencia en los textos litúrgicos de la toma de hábito y de la profesión. Se puede decir que la liturgia carmelitana ha dejado una profunda huella de espíritu mariano en la tradición espiritual y ha plasmado interiormente la dedicación que la Orden profesaba a la Virgen Nuestra Señora. Junto a la liturgia florecen características prácticas de devoción popular de la Iglesia, como el Angelus y el Rosario, y otras propias de la Orden, unidas a la devoción del Escapulario.
3.- La espiritualidad mariana en el Carmelo Teresiano
La segunda parte del n. 54 de las Constituciones presenta la lógica continuidad de la experiencia mariana del Carmelo en Santa Teresa y en San Juan de la Cruz con estas palabras: "Santa Teresa y San Juan de la Cruz, han reafirmado y renovado la piedad mariana del Carmelo". Sigue a continuación una breve y jugosa síntesis del pensamiento mariano de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz. Dentro del espacio que ofrecen estas páginas de breve comentario vale la pena alargar un poco más la visión que ofrecen de este punto las Constituciones para ver hasta qué punto el tema mariano se enriquece en los Santos de la Orden y como queda configurado actualmente en nuestra espiritualidad, a partir de la doctrina y experiencia de Teresa de Jesús, de Juan de la Cruz y de otros testigos eximios del Carmelo Teresiano.
Tema II.- María, madre y modelo desde la experiencia mariana de Teresa de Jesús
2.1.- Nosotros ante el misterio de maria
Meditar el misterio de la Virgen María es como subir a una atalaya para contemplar el misterio de la propia historia de salvación. María es don de Dios a la Iglesia y palabra de EL a los creyentes. Ella es “el tipo de la Iglesia… en el orden de la fe, la caridad y la unión con Cristo” (LG. 63). Y en la misma medida es tipo de vida cristiana para cada miembro de la Iglesia: en fe, esperanza, pobreza, oración, servicio y amor…
Ella es Madre de Cristo y Madre de nosotros los hombres. Con maternidad humana, amasada de sentimientos y virtudes humanas, asumidas por la plenitud de su gracia; pero aptas para entrar en sintonía con nuestra vocación humana y cristiana, con nuestros sentimientos y virtudes o con nuestras carencias de virtudes y sentimientos.
Por eso, al referirnos a ella, la miramos como Madre desde nuestra condición de hijos. Ser “madre de la Iglesia” es uno de los títulos que mejor resumen hoy el sentido mariano de la Iglesia y de cada cristiano. En el cristiano, el sentido filial brota ante todo de su relación con Dios Padre, que le hace compartir los sentimientos filiales de Jesús. Nace de su relación profunda con la Iglesia, en la que es regenerado. Y, por fin, de su relación con la Virgen María, en la que de nuevo comparte los sentimientos filiales de Jesús que expresamente nos la dio por Madre y los de la Iglesia que de ella deriva su fecundidad maternal, pues “la Virgen, en su vida, fue ejemplo de aquel afecto materno con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica cooperan para regenerar a los hombres”. (LG. 65).
Nos acercamos al caso de Teresa de Jesús, para releer la historia de sus relaciones con el misterio de la Virgen. Y a la luz de su caso, meditar el nuestro.
2.2.- El caso de Teresa de Jesús. Su experiencia filial mariana
Teresa de Jesús es humanamente un modelo de psicología definida. De sentimientos y gestos bien perfilados. Rica en manifestaciones de lo interior. De religiosidad elemental y profunda. Por mujer y por cristiana. Tanto frente a los amigos y amigas del camino, como frente a Cristo y a Dios. También lo es en sus relaciones con María. Capaz de enternecernos ante una imagen suya, o de cantarle un villancico navideño.
Capaz de remodelar la propia vida-pobreza, silencio, humildad, oración, servicio-mirándola a Ella. Capaz, sobre todo, de hundir la mirada en la contemplación de su misterio, de su relación con Cristo, de su escucha y de sus respuestas a Dios. A cierta altura de su camino, Teresa llega a sentirse y definirse “hija de la Virgen”. E “hijas de la Virgen” serán las religiosas que se le agreguen.
Teresa tuvo la suerte de nacer en una familia de fuerte sentido devocional mariano. Su madre dice- ella- cuida mucho de “ponernos en ser devotos de nuestra Señora”. Luego tendrá la suerte de ingresar en una familia religiosa de neta inspiración mariana.
El paso desde una sencilla devoción mariana, de corte popular y elemental, a una profunda vida de piedad en fe, lo dará Teresa viviendo a fondo su vocación cristiana. Cuando por fin centre su fe y su afectividad en Cristo, en la medida en que va sensibilizándose al evangelio, a la humanidad de Jesús, a las cosas de la Iglesia, Teresa penetra en el misterio de María. Va sintiendo a la Virgen más y más implicada en la propia vocación.
Teresa va asomándose a las virtudes de María, virtudes muy sencillas como todo el evangelio, pero ejemplares, es decir, plasmadoras de la interioridad de quien las mira. Será ese también el momento en que el misterio de la Virgen sea visto con mirada penetrante de fe. Ella es la señora y emperadora. Ella es la Virgen/ La Madre de Jesús/ Nuestra Madre/ La dama a quien se sirve por amor/ La purísima/ La que creyó sin dudas y amó sin límites/-
“Su madre sacratísima estaba firme en la fe. Sabía que (EL) era Dios y hombre. Y le amaba más que a los apóstoles (VI M 7, 14). Sin mancha ni arruga, sin pecado: “La limpieza de nuestra señora “dirá Teresa. “Sé que (incluso) los apóstoles tuvieron pecados veniales sólo nuestra Señora no los tuvo”. Ella es la esclava del Señor. La Virgen de la escucha silenciosa. La Virgen de la oración. La mujer dolorosa del Calvario. Nuestra señora de la soledad y de la angustia. La del corazón traspasado. La Virgen de la buena compañía.
Teresa subrayará este último aspecto, a propósito de la presencia de María en la vida del cristiano. Al descubrir a Cristo como “amigo” ha descubierto también la presencia y cercanía de la Virgen: “Es muy buena compañía el buen Jesús, para no apartarnos de él, y su sacratísima Madre”. (VI M 7, 13).
2. 3.- El despertar del sentido filial
Como ocurre a casi todos, los más remotos recuerdos y sentimientos de Teresa cuando relata su vida, son recuerdos y sentimientos filiales: van ligados a la doble estampa de su padre, Don Álvaro, y de su madre, Doña Beatriz. Aquel, el hombre de la verdad y rectitud; ella, la mujer de piedad y honestidad. (V 1, 1-2).
Teresa nos cuenta sus dos gestas de estreno: en la infancia, al descubrir “la verdad cuando niña”, su fuga a tierra de moros; de adolescente, al perder a su madre, otra huída la fuga del alma en busca de nueva madre (V 1, 7). Llama la atención como ya en el albor de una historia de salvación se halla un episodio mariano. Es normal que haya un despertar mariano en la historia de cada bautizado.
Al lado de este episodio, merece la pena situar otro: las manifestaciones de piedad mariana que su madre supo inculcarla desde pequeña. Doña Beatriz, que tanto cuidó de “ponernos en ser devotos de nuestra Señora”, inculcó a Teresa niña el rezo del rosario: “Procuraba soledad para rezar mis devociones… en especial el rosario, del que mi madre era muy devota y así nos hacía serlo”. (V 1, 6). A lo largo de su vida seguirá esta manera de expresar su devoción.
2. 4.- En las horas decisivas de la vida: “ahora y en la hora de nuestra muerte”
La gracia en la vida de cada hombre se hace historia. Como un entramado de pequeños episodios y de grandes acontecimientos. Al igual que en la historia de salvación: Dios salva a su pueblo desde lo hondo y secreto del misterio, pero acepta entrar en el drama de la historia humana y vivir las relaciones con el pueblo y con cada uno de los israelitas.
Algo semejante ocurre en las relaciones de cada cristiano con Cristo y con María. Y así ha ocurrido en la piedad mariana de Teresa. Recordemos los momentos que más han influido en su vida:
1.- Su vocación: No solo la Virgen la “torna a sí”, sino que la acoge como religiosa en el monasterio de Santa María de la Encarnación. En una familia religiosa de inspiración y espiritualidad mariana. Teresa lo percibe claramente. Entiende su vocación religiosa como consagración a Dios, pero a través de una referencia expresa a María. Es mariano, de origen y de hecho, el grupo de religiosas en que se enrola. Ello le permitirá captar mejor el sentido de familia que tiene la comunidad. Cada religiosa es una hija de la Virgen. Casa de la Virgen es el monasterio. Y así sucesivamente: la vinculación a la Virgen irá reapareciendo con insistencia a lo largo de su vida religiosa.
La referencia continua a María servirá para medir la propia fidelidad a Dios. Para proponerse a sí misma y al grupo un alto ideal de consagración como el encarnado de la Virgen, y poder decir: “Mirad, hermanas, qué lejos estamos…Bien sabe su Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia, y ya que no puedo dejar de ser lo que he sido, no tengo más remedio sino llegarme a ella y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, madre suya, cuyo hábito indignamente traigo y traéis vosotras. Alabadle, hijas mías, que los sois de esta Señora verdaderamente, y así no tenéis para qué os afrentar de que sea yo ruin, pues tenéis tan buena madre. Imitadla y considera que tal debe ser la grandeza de esta Señora y bien de tenerla por patrona, pues no han bastado mis pecados, y ser la que soy para deslustrar en nada esta sagrada Orden” (III M 1, 3).
2.- Su nueva vocación de fundadora.-Como era normal, el impulso renovador de la vida religiosa, en Teresa brotaba de lo más hondo de su vida espiritual. Pero al ponerse en acción interviene la Virgen (Vida, 33, 14-15)- Lo importante es que la empresa fundacional, que iba a transformar radicalmente la vida religiosa de Teresa, no se abría paso sin la Virgen, que le toma las manos y la declara apta para la obra que está comenzando.
3.- Estreno del magisterio espiritual en el nuevo grupo. Fundadora y madre de un manojo de jóvenes que emprenden con ella el nuevo estilo de vida, ahora Teresa estrena para ellas la pluma, con el Camino de Perfección. Se propone glosar el padrenuestro y el avemaría. María surge como tipo de mujer fuerte. Teresa no quiere mujeres enclenques, quiere contemplativas militantes. “Encerradas peleamos”. Han de ser tales, que “espanten por su fortaleza a los hombres”. Y eso pese a los prejuicios de éstos. Justamente en este contexto de militancia cristiana, comparece la imagen de la “mujer fuerte”, María. Mujer entre las mujeres que en el Evangelio tienen para Jesús”tanto amor y más fe que los hombres “. Ella, “en cuyos méritos merecemos”, justifica por sí sola el ideal eclesial que Teresa propone a su grupo de mujeres, aunque se lo contrasten los “jueces del mundo que como son hijos de Adán y en fin todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospecha”. (C. 3,7).
4.- En la hora del liderazgo.-Teresa necesita sacerdotes, hombres que compartan su nuevo ideal religioso. Encuentra al General de la Orden y lo hace rendirse a su idea con argumento mariano: el General es un servidor del la Virgen y no debe oponerse al reflorecimiento de “la familia de la Virgen”. Y “nuestra Señora lo negoció” (F 2,5). Encuentra poco después a fray Juan de la Cruz, en crisis de vocación, dispuesto a pasar de la Orden del Carmen a la Cartuja, y de nuevo lo rinde a su idea alegándole el ideal del servicio a nuestra Señora. (F 3, 27).
5.- Su gesto mariano al entrar en la fase conflictiva de su vida.-Contra corriente, Teresa tiene que regresar a su antiguo convento de la Encarnación. Es impuesta por priora a la comunidad. Resistida y rechazada por las súbditas, resuelve el problema con un gesto simbólico: coloca a la Virgen en la silla prioral, pone a sus pies llaves (que son los poderes) de la casa, y se sienta a la vera de la imagen. La Virgen será madre y señora de la casa. Teresa la promociona a superiora del trienio que comienza. En la comunidad orante, María se asocia a quienes oran, y presenta a Cristo sus oraciones de alabanza y adoración (Rel. 25).
6.- El ingreso en la experiencia mística de Dios y de su gracia.-En la vida de Teresa nada hay que la marque tan hondamente como el hecho de la gracia. La gracia de Dios la salva de su propia fragilidad, de sus resistencias, de la zona del pecado. Y luego la introduce en la experiencia cristiana profunda. La experiencia mística de Teresa es una forma intensa de experiencia de la fe y de sus contenidos: la presencia de Dios en la vida, la acción salvadora de su gracia, el hecho de existir en Cristo, de comunicar con su humanidad en los sacramentos… Y en ese tupido espesor de realidades salvadoras, hallará a María. Experimentar en forma nueva su presencia y asistencia, su maternidad, los misterios que la asocian a Cristo, su intercesión. Cuando la Santa llega a esa su plenitud de crecimiento en el misterio cristiano, María sigue ocupando, por un lado, el puesto que le corresponde en la piedad mariana de Teresa (imágenes, devociones sencillas, prácticas de infancia, rezos, sintonías con la piedad popular ajena, celebraciones litúrgicas y para litúrgicas); pero, por otro lado, se ha vuelto contemplativa del misterio. Sensibilizada a la interioridad de la Virgen. Con sentido filial mariano libre de escorias que enturbien la fe.
7.- Momentos de presencia fuerte de María en la vida de Teresa
a) En su autobiografía, Teresa cuenta, la primera mariofanía (un hecho que pone de manifiesto, carismáticamente, la presencia y la función de María en la peregrinación de la Iglesia misma o en la historia de una persona) con ella fue agraciada: Vida 33
-
-momentáneamente, Teresa entra en la presencia de la Virgen y es objeto de varias acciones simbólicas de parte de ésta, que le impone vestiduras blancas, toma en sus manos las manos de Teresa (las manos con que ella ha emprendido su tarea de fundadora) y le dice el mensaje de unas palabras
- para ella personalmente una palabra que recae sobre toda su vida pasada y que afecta a lo más hondo de su persona: “dióseme a entender que estaba ya limpia de mis pecados”. Y para su obra fundadora, un aval: “que el monasterio se haría y que en él se serviría mucho el Señor”.
- A Teresa se le brinda la participación en la fiesta de María. Es el día, de su Asunción. La Virgen se le ha presentado glorificada. Y ahora Teresa la ve “subir al cielo”. Y queda “con mucha soledad, aunque consolada, elevada y recogida en oración y enternecida”, como los apóstoles en la ascensión de Jesús.
b) Mariofanias comunitarias. La Virgen María presente en medio de la comunidad orante. A través de dos episodios, veamos sobre todo la implicación de María en la liturgia comunitaria:
- Siendo ella superiora del recién fundado Carmelo de San José (1562)
- Siendo priora de la numerosa comunidad de la Encarnación, a donde ha tenido que regresar por orden del Visitador Apostólico (1572).
En ambos casos, al concluir la oración litúrgica de la tarde, la Virgen expresa simbólicamente su presencia y asistencia a comunidad orante: “parecía ampararnos a todas” (V. 36,24); “Yo Estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi Hijo y se las presentaré” (Rel. 25). Era sábado y la comunidad cantaba la Salve al final del oficio de las horas.
c) Una mariofanía personal: La Santa gustaba de renovar sus votos en las fiestas de la Virgen. Una de esas veces, ella nos dice: “El día de nuestra Señora de la Navidad tengo particular alegría. Cuando este día viene, apréciame sería bien renovar los votos. Queriéndolo hacer, se me representó la Virgen, señora nuestra…, y parecióme los hacía en sus manos y que le eran agradables”. (Rel. 48).
2. 6.- El misterio de la Virgen María. Su proyección en la vida de Santa Teresa
a) María es la Virgen del amor.-Para Teresa el amor es valor primario en la vida. Al amor perfecto, ella lo llama “amor puro” (el que ya queda libre de escorias y aleaciones egoístas), y con mirada certera lo ve expresado en las palabras y el símbolo del Cantar de los Cantares. Pues bien, María no sólo es “la que amó más”, sino que a ella le cuadran en plenitud las palabras de amor pronunciadas por el esposo del Cantar Bíblico. Por eso Teresa encuentra tan acertado que la Iglesia entretejido el oficio litúrgico de María con las más audaces palabras del Cantar: “Oh Señora mía, cuán al cabal se puede entender por vos
lo que pasa con la esposa, conforme a los que se dice en
los cánticos (ordenó en mi amor”). Y así lo podeís ver,
hijas, en el oficio que rezamos de nuestra Señora cada
semana, lo mucho que está de ellos (Cantar) en antífonas y
lecciones (Concep. 6,8).
b) Ella es la Virgen de la fe y la sabiduría. Es la Virgen de la Anunciación y de la Encarnación. Escucha la palabra, cree, se llena de sabiduría:
“Aquí viene bien el acordarnos cómo lo hizo (Dios) con la
Virgen nuestra Señora, con toda la sabiduría que tuvo y
Cómo preguntó al ángel ¿cómo será esto?... Como quien
tenía tan gran fe y sabiduría, entendió luego que,
interviniendo estas dos cosas, no había más que saber ni dudar.
No como algunos letrados… que quieren llevar las cosas
con tanta razón y tan medidas por sus entendimientos,
sino que parece que han ellos con sus letras de comprender
todas las grandezas de Dios. Si desprendiesen algo de la
humildad de la Virgen Sacratísima” (Concep. 6,7).
c) Ella es la Virgen del dolor.-Traspasada por la palabra profética de Simeón (Rel. 38). Traspasada luego por el misterio del crucificado. Transida por la daga de la soledad del viernes santo. Teresa cree haber penetrado en forma especial este aspecto de la Virgen, a través de las propias experiencias místicas, y a través de la liturgia del sábado santo. La pasión de la Virgen al pie de la cruz, Teresa lo entiende con especial clarividencia a través de las propias experiencias místicas de transverberación (Rel. 15), de “ausencia de Dios”. Para ella, “los más cercanos a Cristo fueron los de mayor trabajos: miremos lo que pasó su gloriosa Madre (C 26,8; Concep. 3,11).
d) Ella es la Virgen de la humildad.-Humildad es “andar en verdad”. “Conocer lo que uno puede y lo que puede Dios”, eso es humildad verdadera. Fue así la sabiduría de la Virgen. La que atrajo sobre ella la mirada del Todopoderoso:
“No hay dama que haga rendir (a Dios) como la humildad: ésta
le trajo del cielo en las entrañas de la Virgen, y con ella
le traeremos nosotras de un cabello a nuestras almas” (C. 16,2).
“Parezcámonos, hijas mías, en algo a la gran humildad de la Virgen
Santísima, cuyo hábito traemos, que es gran confusión nombrarnos
Monjas suyas; que por mucho que nos parezca nos humillamos
quedamos bien cortas para ser hijas de tal Madre”. (C 13,3).
e) Virgen de la oración y la alabanza.-María es la orante del Magnificat. Poder “engrandecer y alabar a Dios” desde lo más profundo del corazón es la experiencia clave del cristiano, que Teresa admira en la vida de la Virgen (Rel. 29;61). Por eso, en los últimos años de su vida le agrada tanto repetir el Magnificat a la madre Teresa. De hecho, incorporará la alabanza mariana a una de sus más sentidas exclamaciones:
“Alégrate, alma mía, que hay quien ame a tu Dios como El se merece.
Alégrate, que hay quien conoce su bondad y valor. Dale gracias…
Y que ayude para que tú seas alguna partecita para ser bendecido
Su nombre, y que puedas decir con verdad: Engrandece y alaba mi alma
al Señor” (Exclam. 7,3).
f) María es también la Virgen del servicio.-Ser como el siervo de Yavé “esclavo de todos”, equivale para Teresa a la expresión plena de la perfección cristiana. Claramente lograda por María, la “esclava del Señor” (VII M 4,5-8). Cf. Tomás Álvarez VR/ vol. 53/ 15 mayo 1982/ n. 7/ pgs. 203-211.
Tema III: San Juan de la Cruz y la Virgen María
Introducción
Es insólito, maravilloso asentar, explicar y probar, como hace Juan de la Cruz, que la fe, que es luz y esplendor, oscurece la inteligencia, y por eso el cristiano que vive de fe va caminando en una “noche oscura”.
Y el amor de Dios, que es fuego ardoroso, produce frialdad y sequedad en el alma. Dios busca al hombre con pasión y locura divina que le impulsa a hacerse hombre y nacer en la tierra y morir al hombre. Y cuando el hombre, atraído por el amor divino, comienza a ir hacia Dios, Dios huye y se esconde. “Como el ciervo huiste/ habiéndome herido/. Salí tras de ti clamando era ido”.
El Santo envuelve la fe y la gracia en antropología y psicología, endiosa la inteligencia y la voluntad y se lanza a escalar el monte del propio crecimiento por un sendero que es “nada, nada, nada” y cuando llegó a la cumbre se encontró con la misma NADA que le marcaba el camino. Desilusión? Resueltamente dejó el camino por el que subió a la cima y se encontró con el TODO que era Dios, el Amado, quién llenó todos los deseos de su corazón.
Propiamente el Santo no nos habla de la Virgen María mucho que digamos. El era un consumado artista de la pluma, y hace un diseño- pintura- escultura del hombre o mujer cristiano. El cristiano que él dibuja pinta y esculpe, describe y presenta, es el hombre singular, o mujer, el alma que se enamora del Hijo de Dios porque El se enamoró antes de ella. Y así comienza un idilio pasional, dinámico, cambiante, movido, de encuentros y desencuentros que termina en el Cielo. Pero antes de llegar a su fin el alma, quemada por el amor, ha quedado transformada en Dios, resplandeciente con luz y hermosura divina. Y sus pensamientos, impulsos o mociones y sentimientos, brotan del mismo Dios. UN EJEMPLO? “Tales eran las (obras) de la gloriosísima Virgen, nuestra Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este tan alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino su moción siempre fue por el Espíritu Santo” (Subida III. 2,10).
Aquí se contiene –en este texto- toda la “Mariología” sanjuanista. No supo decir más. La clave de esta parquedad reside en esta afirmación suya: la sabiduría de los santos está en contentarse “de saber los misterios y verdades con la sencillez y verdad con que nos lo propone la Iglesia” (Subida II. 29,12). Siguiendo esta regla se contentó con aquellas atildadas palabras que repetiría en su mente y corazón como quien reza sin cansancio el “Avemaría” y rezándola queda dormido soñando con la Virgen.
Se da a veces una situación extraña en el cristiano que poéticamente el Santo nos pinta jugando con Dios a juegos de amores divinos. El amor divino y en cierto modo también el amor humano cuando llega a grados elevados produce tal felicidad que desaparece hasta la sombra de cualquier sufrimiento. Y eso lo sabe y lo dice nuestro autor. Pero, a pesar de sus amores deleitosos, también estas almas enamoradas han de soportar, a veces, sufrimientos y angustias, y son asaltadas por “aguas, aires, y miedos de las noches veladores”. Por qué? Dios dispensa la ley en algún alma “dándole a sentir cosas y a padecer en ellas porque más merezca y se afervore en el amor, o por otros respectos, COMO HIZO CON LA MADRE VIRGEN… (Cántico 20,10).
La Virgen María es el modelo y forma de los cristianos en todos los aspectos y situaciones, también en el dolor. Y por eso el alma enamorada termina, o comienza, por apropiarse de la Madre de Dios, después de haberse apropiado de todas las cosas. “Míos son los cielos y mía es la tierra. Mías son las gentes. Los ángeles son míos… y la Madre de Dios es mía” (Oración del alma enamorada, Dichos 31).
Un episodio histórico, contado más de una vez por él mismo. Jugaba el niño Juan de Yepes con otros niños junto a una charca fangosa; Juan cayó en la charca y sin remedio se ahogaba. De pronto se presenta una señora, hermosísima sobre toda hermosura, que le tiende la mano para salvarle. Pero Juan rehusa dar su mano sucia; prefiere ahogarse a manchar con su mano la mano hermosa de la señora. Aparece entonces un labrador que le tiende una vara y agarrándola sale de la charca. No será difícil identificar a los dos personajes como la Virgen y San José.
Resultará extraña la delicadeza del niño que prefiere morir a manchar con su mano sucia la mano hermosa de la celestial señora. Pero ello entra en la dialéctica de su posterior doctrina: para unirse a la hermosura de Dios hay que purificarse de toda mancha y pecado.
Para terminar podemos preguntarnos a manera de síntesis cómo es la Virgen del Santo? Será la mujer ideada por Dios, invadida por Dios y transformada en El desde el principio de su existencia. El la contempló a través de su propia alma, como el ejemplar y el complemento de su amor divino, y ya no siente asco de sí mismo ni teme manchar la mano de María, sino que se la apropia, la persona entera, “mía”, “la Madre de Dios es mía”, “y vámonos a ver en tu hermosura/ al monte y al collado/ domana el agua pura/ Entremos más adentro en la espesura!”
Cf. “Aquel gigante del pensamiento”, Columbia de la Berdura, MIRIAM, n. 208 (Jul-Ag. 1983).
3. 1.-La Virgen “en pasmo” y graciosa madre
En el romance primero, Juan denomina a María “graciosa”. Graciosa por estar llena de gracia. El título además es una alabanza a la Señora, y expresa en algún momento la ternura casi infantil y virginal que Juan siente por ella. El autor está narrando la marcha de la historia de la salvación, y el título recae sobre María, precisamente en el momento en que la creación gime por la llegada de la liberación (Romance 9, v. 293).
María es el tálamo del Verbo: “Y enviólo a una doncella/ que se llamaba María/ de cuyo consentimiento/ el misterio se hacía;/ en la cual la Trinidad/ de carne al Verbo vestía” (Romance 8, vs. 269-274). María estrechamente unida a la Trinidad, envuelta en sus albores, rodeada y penetrada por las personas divinas como de una nube. Es templo y tálamo: María tálamo, Madre, Templo, Esposa.
Si María es tálamo, no será incorrecto afirmar de ella que está “vestida de Dios y bañada en divinidad, y no como por encima, sino… en los interiores de su espíritu, estando revestida de deleites divinos, con hartura de aguas espirituales de vida…” (Cántico 26,1). La Virgen fue el receptáculo, sala de bodas e interior bodega, donde el Amado Cristo se desposó con la Iglesia.
Ella tuvo la suerte de poder contemplar al Esposo saliendo de su tálamo. El poeta fray Juan, a la zaga de su homónimo el evangelista, lo ha contemplado así: “Y la Madre estaba en pasmo/ de que tal trueque veía;/ el llanto del hombre de Dios;/ y en el hombre la alegría” (Romance 9, vs. 305-308). Preciosa también aquella descripción del privilegio supremo de Nuestra Señora: “Y quedó el verbo encarnado/ en el vientre de María/. Y el que tenía solo Padre,/ ya también Madre tenía” (Romance 8, vs. 277-280).
Pero, quien había sido elevada a tal intimidad con la Trinidad y tan estrecha amistad y predestinada para ser modelo del cristiano, habría de estar también siempre movida y asistida por el Espíritu Santo, ya que “estando desde el principio levantada a este alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo” (Subida III. 2,10). Su alma estaba transformada en la Llama. Las palabras citadas nos dan pie para sospechar fundadamente que la Madre de Jesús se oculta en la esposa ideal de “Cántico” y en el alma transformada de “Llama”. La ardiente enamorada de Cántico se ha convertido en llama viva en los esplendores del Espíritu (Llama 3,12. 15). Llama y Tálamo. Cuando en la última estrofa de su obra cumbre, Juan describe la experiencia del Verbo en el seno del alma, nuestro pensamiento se escapa a la figura de María. Nadie mejor que ella para darnos razón de tan estremecedor y gozoso suceso (Llama 4,4). Desde esta paz interior, gozo y comunicación con el Espíritu, Juan presenta a María como modelo perfecto de súplica (Cántico 2,8).
A pesar de esas cumbres en las que Juan coloca a la Señora, ha sabido también descubrir su dolor; pero siempre en estrecha unión con Jesucristo (Cántico 20, 10).
Como podemos ver, Juan acercado a la Virgen de puntillas, con ternura, como cuando niño, no ha querido tocarla por miedo a empañar su blancura. El sabe y confiesa que ella es patrimonio del alma, es uno de sus bienes mas preciosos, las arras que Cristo le entrega el día de su boda: “Y la Madre de Dios y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí”. (Dichos 31).
3. 2.- Maria en la obra de San Juan de la Cruz
A manera de síntesis y recogiendo lo que hemos dicho, vamos a señalar los rasgos mariológicos más sobresalientes que componen la visión mariana del Santo.
María “graciosa Madre” y Virgen, se halla engolfada(llena/plena) en la misma Trinidad, a causa de la Encarnación del Verbo. En ella actúan las tres personas. Por consiguiente, no sería incorrecto atribuirle cuanto Juan dice de la actuación de cada una de esas personas en el alma transformada. La segunda estrofa de “Llama” es, en este sentido, su mejor biografía. El E.S. la regala y transforma (Llama 2, 8). El Padre la acaricia con su tierna mano (Llama 2, 16). Con quién más dadivosa esta mano que con María, que Juan ha calificado de graciosa? También el poeta, como un día lo hiciera Gabriel, ha cambiado el nombre a la Virgen. Ella es la “graciosa”, y lo es, porque la mano dadivosa y larga del Padre la ha acariciado detenidamente con el suave toque de su Hijo: “Oh toque delicado!”, exclama el místico. Muchos e increíbles son los efectos de ese “toque delicado”, que es el Verbo Cristo, con el que la mano blanda del Padre acaricia. Pero, que sea sutil, e inefable, es necesario que el alma se halle en Llama viva, hecha fuego y perfumada por el austro que despierta los amores, es decir, el E.S. (llama 2,17). Estas afirmaciones convienen del todo a María, que siempre estuvo poseída por el E.S. (Cf. Subida III 2,10). Esa es la causa por la que el Verbo ha morado complacido “y muy de asiento en ella”. Quien podría ni siquiera sospechar el secreto de aquel toque del Verbo en el seno y el alma de María? Sin duda, para ella fue escrita la última estrofa de Llama (Llama 4).
María es el “lecho florido” donde se consumó el misterio de la Encarnación (Romance 9, vs. 288-292). Ante este hecho tan inaudito, a María no le cabe otra actitud que el éxtasis; contemplar el misterio “en pasmo”.
No es extraño que, transverberada por el E.S., acariciada por el Padre y embriagada del Hijo se convierta en el modelo del cristiano e imagen traslúcida de Cristo. Tal altura, sin embargo, no la incapacita para el dolor y la asimilación progresiva y creciente del misterio, aunque ya “desde el principio” se halle encumbrada a la dignidad de esposa perfecta.
Finalmente, el autor nos presenta a María como verdadera artista en el campo de la oración. La oración suprema es aquella que suscita en nosotros el mismo E.S. La de María es la oración de la llama, que vibra ante el mínimo movimiento del Espíritu; el canto de la esposa fiel, que ya sólo en amar es su ejercicio, la alabanza de la flor agradecida que se vuelve al sol (el Padre) que la acaricia, regala y hermosea; la contemplación de la novia del Cantar que se siente mirada e idolatrada: “Cuando tú me mirabas, su gracia en mí tus ojos imprimían; por eso me amabas y en eso merecían los míos adorar lo que en ti veían”. (Cántico 32).
Al contemplarse así María, se sentía impulsada a mirar a Cristo, y al ver sus ojos, que la miraban, no podía responder sino adorando: “Y en eso merecían los míos adorar lo que en ti veían”.
Cf. Castro, Secundino, “La Virgen María y la Iglesia” en Hacia Dios con San Juan de la Cruz, EDE, Madrid, 1986, pgs. 121-126.
Anexo: “La Virgen del Carmen y los carmelitas” (16 de julio)
El Carmelo es un monte importante de Israel, que mira al mar Mediterráneo. Fue el lugar de encuentro de Elías- el profeta- con Dios, y testigo de sus luchas, por experimentar y hacer conocer al “Dios vivo”.
En el episodio de 1 Re 18, 41-46, Elías trasciende la realidad de la nubecilla, y ve en ella la figura de quién sería la Madre del Salvador prometido, y en la lluvia copiosa ve una imagen de la salvación de toda la humanidad. Esto fue lo que sucedió al cumplirse la plenitud de los tiempos cuando Dios envía a su Hijo, nacido de mujer para rescatar a quiénes éramos esclavos, y hacernos hijos suyos (Gal. 4, 4-7).
De este monte toma su nombre la devoción a la Santísima Virgen, bajo el título de VIRGEN DEL CARMEN, y también la Orden Religiosa de los CARMELITAS (padres, madres y demás comunidades inspiradas en su espiritualidad). También son “carmelitas” los devotos de la Virgen, que lleven el escapulario y cumplen responsablemente su compromiso cristiano.
HOY los Carmelitas celebramos la solemnidad de la Virgen María, Madre amantísima, a quien la Orden debe todo cuanto es. Ofrecemos nuestra acción de gracias al Padre Dios por este don inmenso de su amor, y nuestra alabanza a María como Madre Universal de todos los hombres y Reina del Carmelo.
María es la Virgen orante, modelo de todo carmelita en la meditación, vivencia y puesta en práctica de la Palabra de Dios. Es la Madres espiritual que acompaña el desarrollo de nuestra vida cristiana hacia la plenitud en Cristo, desde el bautismo hasta la entrada en la gloria.
El don del ESCAPULARIO, como signo de protección, estímulo para imitar sus virtudes, y promesa de realidades eternas, viene a ser una síntesis de nuestra devoción a la Virgen, Madre y Reina del Carmelo.
- Espiritualidad del Escapulario:
Por medio del Escapulario, la Virgen María ha concedido muchísimas gracias derivadas de “su íntima participación en la historia de la salvación” (LG. 65). Por ello, el que viste el Escapulario, ha de sentirse más obligado a la verdadera devoción “que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes (LG. 67). Ya que “ante todo, la Virgen María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles porque en sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios” (MC. 35).
Esta vinculación a la imitación de la Virgen señala en nosotros “con peculiar carácter mariano el espíritu de oración y contemplación, los diversos modos de apostolado, y la misma vida de abnegación.” (Const. 37).
Tiene un alto valor eclesial y apostólico. Por el Escapulario se forma parte de una familia, la Carmelitana, que promueve en la Iglesia el apostolado de la oración, de manera especial.
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Compromiso Vida Mariana
- Vivir en obsequio de Jesucristo y su Madre (Const. 38)
- Configurar “nuestra existencia a imagen de la vida de María” (Const. 39).
- Tender “a la perfección de la caridad, vivificada por una cierta comunión interior con la Madre de Dios” (Const. 37).
- Vivir con María el espíritu de oración y apostolado del Carmelo, abandonándose con filial confianza a su protección”.
- Pío XII subraya este compromiso: “Vean, sobre todo, en esta librea significada con simbolismo elocuente, la oración con la cual invocan el auxilio divino; reconozcan, por fin, en ella su consagración al corazón santísimo de la Virgen Inmaculada”.
Toda nuestra vida ha de estar informada por la luz y el amor a María, unido estrechamente al de Cristo.
- Acto de Consagración a la Virgen del Carmen
“María, por ser la predilecta del Padre. Por haber realizado en ti el E.S. la encarnación de la Palabra. Por ser ejemplar de la Iglesia, en la que, después de Cristo, ocupas el lugar más alto y a la vez más próximo a nosotros. Por estar reconocida como Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres. Porque todos los creyentes te llaman bienaventurada.
Por tener nosotros en tu Escapulario un signo de tu protección y unión al Salvador, y un programa de imitación de tus virtudes. Porque en tu promesa nos ofreces ayuda en los peligros del espíritu y del cuerpo. Acudo a ti, Mediadora universal entre Dios y los hombres, y ME CONSAGRO a honrarte especialmente bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, en obsequio de Jesucristo. AMEN.
Cf. El Escapulario del Carmen y su Cofradía, Junta Interprovincial de la Cofradía Valladolid, 1978, pgs. 5-15.