La vida religiosa: una experiencia de sonrisas y lágrimas
Fray Ferney Correa ocd
mayo 2018
Introducción
“Encontré la vida religiosa, tal como me la había imaginado. Ningún sacrificio me extrañaba. Y sin embargo, tú sabes bien Madre querida, que mis primeros pasos encontraron más espinas que rosas… Si, el sufrimiento me tendió los brazos, y yo, me arrojé a ellos con amor”
Santa Teresita del Niño Jesús.
El padre Mathew Vattamattam CMF, gran conocedor de la vida consagrada afirma que las estadísticas de este estilo de vida, muestran un marcado descenso en las comunidades cristianas tradicionalmente fecundas en occidente y un crecimiento sostenido en los continentes asiático y africano. Este cambio geográfico en número de vocaciones a la vida consagrada, puede interpretarse positivamente, cuando lo comparamos con el hecho de que la inmensa mayoría de la población del mundo vive en estos dos continentes.
La formación adecuada del personal en el carisma y la misión de los respectivos institutos es un reto importante. La Iglesia ha sufrido una constante erosión de su credibilidad debido a los escándalos sexuales de clérigos y religiosos en diferentes países. La cultura secular emergente apoya cada vez menos los valores centrales de la vida consagrada. A menudo se destacan los valores de esta forma de vida como referencia cultural en una visión del mundo hedonista y consumista. En el contexto complejo de hoy, vivir honradamente la consagración religiosa requiere mayor integridad personal, profundidad espiritual y compromiso profético. El grito atrás de las acusaciones y los intereses públicos por los escándalos nos invita a vivir con autenticidad y dar credibilidad a la proclamación de los valores de vida consagrada.
La fragilidad de la vida religiosa en medio de un ambiente social tan tentador se nota en el número de deserciones, peticiones de exclaustración y secularizaciones que llegan a la Curia General de la mayoría de las congregaciones. Además, la mediocridad del estilo de vida y el testimonio ineficaz de la vida de comunidad debilitan la fuerza de los religiosos para ser una presencia profética y "un antídoto para los males de la sociedad". A no ser que los religiosos se apoyen firmemente en el carisma de sus respectivas congregaciones y en los fundamentos de la vida consagrada, serán fácilmente empujados por los cambios socio-económicos, culturales y mediáticos que están teniendo lugar en nuestros tiempos. La nueva generación emergente de la vida religiosa debe estar adecuadamente preparada para vivir la cuádruple fidelidad, como nos lo recuerdan las orientaciones sobre la formación en las institutos religiosos
(Potissimum institutioni n.18):
- Fidelidad a Cristo y al Evangelio;
- Fidelidad a la Iglesia y a su misión en el mundo;
- Fidelidad a la vida religiosa y al carisma del Instituto;
- Fidelidad a la persona humana y a nuestros tiempos.
-
Y para esto, se requiere urgentemente una formación integral que atienda a la integración de todas las dimensiones de la vida espiritual, afectiva, moral, intelectual, carismática, pastoral y corporal en el eje central: la vida en Cristo. Un acercamiento integral busca hacer justicia al misterio de la persona teniendo en cuenta lo individual y lo colectivo, el interior y los aspectos exteriores que están simultáneamente presentes en cada circunstancia. Por lo tanto, el mundo interior del religioso (a) sus intenciones y emociones, son tan importante como el exterior, con sus hábitos y comportamientos. De este modo, la realidad individual del religioso (a) se debe considerar dentro del contexto de los valores colectivos compartidos y de las convicciones de la comunidad y de la sociedad en general. ¿Qué hacer al respecto?¿Cómo responder a esta cuádruple fidelidad?¿Es posible apostarle a la formación integral?¿Qué luces nos regala la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio? La vida religiosa es una experiencia de sonrisas cuando está integrada y es una experiencia de lágrimas cuando está desintegrada porque:"Lo que no está integrado se desintegra", nos recuerda Amadeo Cencini.
Por eso, en las siguientes líneas, nos adentraremos sutilmente a la experiencia del seguimiento desde el Primer y Segundo Testamento; al concepto teológico más adecuado para definir la vida religiosa como lo es la consagración, parafraseando la Constitución Dogmática Lumen Gentium en el capítulo VI y el decreto Perfectae Caritatis. Trayendo a la memoria, algunos elementos de la hermana Ianire Angulo Ordorika [Religiosa Esclava de la Eucaristía. Licenciada en Teología de la Vida Religiosa (UP Salamanca-ITVR) y Licenciada en Teología Bíblica (UP Comillas). En la actualidad es profesora invitada en el ITVR-ERA, así como en otros centros teológicos eclesiásticos (Facultad de Teología de Granada, Ins. Sup. CC.RR "San Dámaso")] para iluminar el tema que se va a desarrollar. Por otra parte, y también de manera somera, se identificarán los ladrones de la libertad que estancan y desvirtúan la fidelidad del consagrado (a) y cómo vencerlos, esto a la luz de la teología espiritual que nos ofrece nuestro padre san Juan de la Cruz[1]. Todo esto finalmente, para hacer un intento que nos dé luces en la formación integral teniendo como eje central: la vida en Cristo.
Objetivos
- Brindar un somero acercamiento a la Sagrada Escritura entendida como el alma de la teología, del consagrado (a) para iluminar el seguimiento y la consagración religiosa.
- Traer a colación particularmente a los místicos, enmarcados en la Tradición, entendida como la memoria de la teología. Tradición que recibe, transmite y actualiza la revelación que se hace vida en Cristo.
- Resaltar algunos elementos de la vida religiosa en el Magisterio entendido como el marco de la teología, el cual, anuncia la Palabra, celebra la liturgia y sirve a la caridad, todo, obviamente, unido al ser y misión de Cristo.
Contenido
El seguimiento
En este tema nos vamos a cuestionar qué raíces encuentra el seguimiento de Cristo en el Primer Testamento (de ahora en adelante PT). Esta realidad ¿surge de la nada o está profundamente arraigada en la Historia de Salvación, en la que hemos sido injertados los cristianos? Asomarnos al Primer Testamento nos permitirá ampliar nuestro horizonte de comprensión con respecto al seguimiento.
Una característica de la lengua hebrea es que usa un lenguaje muy plástico. El idioma original del PT y, por lo tanto, la forma de entender la vida y el mundo de quienes lo utilizan, no es nada abstracta. Nosotros, herederos de una mentalidad griega, tendemos a los términos genéricos e intangibles, mientras que nuestros padres en la fe empleaban expresiones concretas. Para hablar de lo que nosotros llamaríamos interioridad, por ejemplo, ellos se refieren como riñones: “tú has formado mis riñones”(Sal 139,13).Esta peculiaridad del hebreo hace que lo concreto tenga un sentido más amplio. Eso sucede con el término camino que, con frecuencia, tiene un sentido figurado mucho más amplio que el de simple “senda”. “Andar por el camino del Señor”, idea muy frecuente en el PT, no debe entenderse únicamente una cuestión de ética o de cumplimiento religioso: se trata de la expresión gráfica de una adecuada relación con Dios. Sirvan estos ejemplos para ilustrar lo dicho:
“Yo emprendo el camino de todos. Ten valor y sé hombre. Guarda lo que Yahvé tu Dios manda guardar, siguiendo sus caminos observando sus preceptos, órdenes, sentencias e instrucciones, según está escrito en la ley de Moisés. Así tendrás éxito en cuanto emprendas, según todo lo que te aconsejo”(1 Re 2,2-3)
“Si escuchas los mandamientos de Yahvé tu Dios que yo te mando hoy, amando a Yahvé tu Dios, siguiendo sus caminos y guardando sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y te multiplicarás; Yahvé tu Dios te bendecirá en la tierra en la que vas a entrar para tomarla en posesión” (Dt 30,16).
En el PT el giro lingüístico “caminar detrás” se utiliza con mucha más frecuencia para referirse a otros dioses. Una vez más, la mentalidad hebrea refleja en esta expresión lo que supone ir en procesión detrás de un ídolo. Del recorrido físico que los fieles a un dios hacían tras una imagen se pasa a lo que esto significa y supone para el fiel Sólo en dos ocasiones se habla en el PT de caminar detrás referido a YHWH:
“Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: «¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre dos muletas? Si Yahvé es el Dios, seguidlo; si Baal lo es, seguid a Baal.» El pueblo no respondió palabra” (1 Re 18,21)
“Entonces me dirigió Yahvé la palabra en estos términos: Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Así dice Yahvé: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada” (Jr 2,1-2)
Hasta ahora nos estamos refiriendo al texto hebreo del PT. . El verbo griego que encontraremos en el Segundo Testamento (de ahora en adelante ST) para referirse al seguimiento (ἀκολουθέω)aparece en la traducción de la Setenta (LXX) para traducir un verbo hebreo que puede iluminarnos sobre su significado. El verbo hebreo quiere decir algo así como adherirse, “pegarse” a alguien. Podemos intuir lo que supone ese “pegarse” si leemos las consecuencias que tiene en el libro de Rut el texto en el que se emplean estos verbos:
“Ellas rompieron a llorar de nuevo, después Orfá besó a su suegra y se volvió a su pueblo, pero Rut se quedó con ella. Entonces Noemí dijo: «Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su Dios, vuélvete tú también con ella» Pero Rut respondió: «No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque adonde tú vayas, iré yo, donde tú vivas, viviré yo. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras moriré y allí seré enterrada. Que Yahvé me dé este mal y añada este otro todavía si no es tan sólo la muerte lo que nos ha de separar».” (Rut 1,14-17)
Pero aunque las referencias en el PT a caminar detrás de Dios son escasas, sí que está muy presente en el judaísmo de la época de Jesús la relación entre maestro y discípulo. Tras el exilio babilónico (s. VI a.C.) se desarrolló tanto el rabinismo como el discipulado. La relación entre maestros y discípulo era frecuente en la época de Jesús. No sólo los rabinos aceptaban seguidores. También sabemos que en la comunidad esenia de Qumran se mantenía esta relación y los evangelios dan testimonio de que Juan el Bautista tenía también discípulos propios. La finalidad de esta relación era fundamentalmente: la de enseñar y aprender la Ley. Los discípulos dependían material y espiritualmente de sus maestros. La relación discípulo-maestro en esa época no era sólo doctrinal sino también vital. Los discípulos dependían de su maestro, estaban a su servicio y la convivencia junto a ellos les hacía apropiarse de sus actitudes y su estilo de vida. Ir detrás del rabino era el comportamiento típico del discípulo.
Lo habitual que resultaba la relación discípulo-maestro y la similar relación que Jesús mantiene con los Doce hace que, aparentemente, Él sea un maestro más y así sea tratado por muchos personajes del Segundo Testamento. A pesar de ello, Jesús marca diferencias notables con respecto a los rabinos de su época:
- Mientras que eran los aprendices quienes acostumbraban a elegir a sus rabinos, es Jesús quien toma la iniciativa y elige a sus discípulos.
- Era impensable que los rabinos tuvieran a mujeres entre las filas de sus seguidores. En cambio, el evangelio deja claras huellas (aunque sutiles) de que había mujeres entre los discípulos de Jesús. Ningún estudioso niega hoy en día este dato.
- Entre las exigencias de un discípulo para con su maestro se encontraba la de servirle. En el caso de Jesús, es Él quien se presenta ante sus seguidores como el que sirve: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).Por otro lado, a los discípulos no se les permite que laven los pies a sus maestros. Ésta es una acción demasiado humillante que sólo deben hacer los esclavos. El evangelio de Juan nos presentará al Maestro lavando los pies a sus discípulos.
- La autoridad de un rabino no está en él mismo, sino en la Ley que enseña que es la Palabra de Dios. En cambio la autoridad de Jesús está en Él mismo. Es su autoridad (ἐξουsίa), que contrasta con los rabinos, la que asombra a quienes ven a Jesús (Mc1, 22.27). Esta autoridad se evidencia en el evangelio de Mateo cuando el Maestro “corrige” (o, más bien, radicaliza) la Ley: “habéis oído que se dijo… pero yo os digo” (Mt 5,21-22).
- Todo discípulo que buscaba a un rabino para que le enseñara la Ley aspiraba a llegara ser maestro él mismo. Esto no sucede en el caso de Jesús: nadie puede llegar a ser como Él.
- El seguimiento que en el PT hacía referencia a Dios, en el ST se centra en Jesucristo. En el ST las referencias al verbo seguir y a la expresión “ir detrás de” se encuentran casi exclusivamente en los evangelios. Estos se concentran en los relatos de vocación. En el ST estas expresiones aparecen en tres usos distintos que además reflejan el proceso de comprensión que los primeros cristianos hicieron del acontecimiento de Jesucristo:
- Cuando se refiere a un “seguir físico” a Jesús. Estos usos reflejan la itinerancia de Jesús y de algunos de sus seguidores que van “físicamente” detrás de Él.
- Cuando se emplea como término técnico. Éste es el uso más frecuente. Aún seguimiento físico y vinculación espiritual-personal. Primitivamente estaba dirigido a particulares, a personas concretas, y no a la multitud pero tras la Pascua se generalizará.
Por eso, seguir a Jesús aparece como algo exigente:
- Supone una vinculación a Jesús que se caracteriza por la exclusividad. No sólo es incompatible con otras personas, sino que es incompatible con otro vínculo o valor, incluida la propia vida (Mt 10,34).
- Supone una ruptura con viejas seguridades. Supone adoptar la forma de vida del maestro con lo sociológicamente excéntrica que es. Rompen con la familia, con la profesión, abandonan la estabilidad y viven el desarraigo y la itinerancia (Mt 8,20-22). Hay que entender la familia dentro de su contexto, que es el de la cultura mediterránea del s. I. Jesús establece una nueva familia cuyos lazos no son los de la sangre y que conlleva romper con la anterior(cf. Mc 3,31-35 y 10,28-31). Quizá no seamos muy conscientes de la dificultad que conlleva una decisión que suponía romper los lazos con toda la red social de la que formaba parte. La itinerancia fue una práctica que continúo en las comunidades cristianas primitivas. Los profetas itinerantes tenían una gran autoridad. En la Didajé ya se ofrecen da criterios para distinguir a los auténticos profetas itinerantes de los falsos.
- Conlleva vida fraterna. La consecuencia de romper con la familia es que se establecen nuevos lazos con una nueva familia. Se trata de una comunidad alternativa a lo que es la experiencia cotidiana: perdón, servicio, fraternidad.
- Se encuentra al servicio de la misión. Seguirle supone estar dispuesto y disponible para la misión. Ser enviados a compartir con Jesús la misión a la que Él ha sido enviado.
Estas exigencias sólo se comprenden y se pueden asumir en la medida en que hay una atracción fuerte hacia la personalidad fascinante de Jesús. Su atractivo y su autoridad, la relación que se establece con Él justifican asumir estas exigencias.
Uno de los textos bíblicos que mejor reflejan, la exigencia que supone seguir a Jesús es el que conocemos como “el joven rico”:
“Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y, arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.» Él, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.» Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.» Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes”. (Mc 10,17-22).
Algunos elementos al respecto: El joven le llama maestro. Este apelativo no sólo refleja lo que ya hemos dicho sobre cómo fenomenológicamente compartía semejanzas con respecto a los rabinos de la época, también refleja que quien se dirige así a Él es porque reconoce su autoridad. El texto es, además, reflejo de la dificultad que supone la exigencia de renunciara las seguridades. No se trata tanto de “avaricia” como de riesgo, soltarse de manos, de abandonar toda seguridad y sensatez. Pero, para el joven, pasó desapercibido lo más importante: que le amó. Las exigencias, por sí mismas, se hacen insuperables si no están apoyadas en la experiencia existencial de ser amados sin medida, sin condición y sin razones. No se sigue a Jesús de manera obligada o por empeño personal. Se le sigue como respuesta a un amor primero. Un amor que se actualiza, que evoluciona y cambia, pero que sostiene desde dentro cualquier exigencia. La dureza de las exigencias evangélicas, a las que a veces nos hemos “acostumbrado” demasiado, sólo pueden vivirse con alegría, con sonrisas cuando surgen de decirle: “porque me quieres, lo que Tú quieras”. De lo contrario, será una experiencia llena de lágrimas, dolor y arrepentimiento por falta de discernimiento.
La consagración
El seguimiento de Cristo y la consagración son las dos caras de la misma moneda. No es posible entender la una sin la otra. Ambas son realidades relacionales, es decir, la relación con Cristo son el tema clave.
La consagración consiste esencialmente en una real conformación y configuración con Cristo en una dimensión de su misterio. Se trata de vivir como Cristo, compartir su misma vida, configurarse con el Consagrado… por eso es inseparable del seguimiento. Se trata de una vocación y, por tanto, es fundamentalmente una iniciativa divina que ha de ser secundada libremente por el ser humano. Es muy importante que, a pesar de que algunas expresiones no lo reflejan, nosotros no nos consagramos sino que Dios es el único sujeto de esta acción.- Del mismo modo que todos los cristianos estamos llamados al seguimiento de Cristo, la vocación a ser consagrados es común a todos. La consagración fundamental es la que compartimos por el bautismo. El Consagrado “por definición” es Cristo, por eso toda consagración está siempre referida a Él. Centrándonos en la vida religiosa, se ha producido un cambio en el modo de comprender la consagración religiosa antes y después del Concilio Vaticano II (CVII). Antes del Concilio Vaticano II la consagración religiosa era comprendida en un sentido jurídico, mientras que a partir del CVII se entiende en sentido teológico y teologal.
Un primer acercamiento al término consagración nos hace caer en la cuenta de que éste tiene que ver con la relación establecida con lo sagrado, con lo santo. Nuestra experiencia cotidiana nos revela que hay lugares, tiempos, realidades y personas que son “especiales” para nosotros, que las sentimos como “algo nuestro” y en contraste con todo aquello que no es “de nadie” o es de otros. En esta clave se comprende lo sagrado: aquello que ha sido “puesto a parte” para alguien. Ahora bien, de un tiempo a esta parte se ha llegado a cierto consenso en la consideración de que consagración es el concepto teológico más adecuado para definir la vida religiosa pues todo lo que ella es se centra y se concentra en la consagración. El Código de Derecho Canónico vigente que se aprobó en 1983, agrupa la vida religiosa y otras vocaciones específicas cristianas, bajo el paraguas de este concepto teológico, que se verá confirmado cuando, en 1994, vea la luz la Exhortación Apostólica Vita Consecrata de Juan Pablo II.
Como todas las opciones teológicas y terminológicas, ésta centralización del concepto de consagración tiene sus dificultades y sus ventajas. Hay que tener en cuenta que este concepto pone en primer lugar la iniciativa divina frente a la decisión personal. Sólo Dios consagra por lo que, definir esta vocación específica como vida consagrada significa acentuar la acción divina. También se subraya con este término la relación transformante que supone, que sea Dios el que consagra, conlleva que la relación con Él provoca en nosotros una transformación, un proceso de cambio de la que somos, de algún modo, sujetos pasivos: sujetos de la acción pasiva de consagrar. A partir del Concilio Vaticano II se fue produciendo un cambio en el modo en que la consagración era entendida. Líneas atrás, leíamos que antes del CV II la consagración era entendida en sentido jurídico y moral. El sentido jurídico de la consagración se fija en cualquier tipo de relación y referencia a Dios. En este sentido hablamos cuando nos decimos que se ha consagrado una iglesia o que un vaso es consagrado. Pone el acento en la dedicación al culto y al servicio divino más que en la entrega a Dios mismo. Se trata, por tanto, de una relación extrínseca y superficial que no afecta al ser mismo de las cosas. Entender la consagración religiosa en este sentido jurídico conlleva considerar que el consagrado (a) es tal por dedicarse a un servicio divino.
Después del CV IIse entendió la consagración religiosa en sentido teológico y teologal. El sentido teológico del término se fija en la relación estrictamente personal con Dios, por lo que sólo es aplicable a la persona pues sólo ésta es sujeto de gracia y amor por parte de Dios y sólo ella puede consentir libremente. El sentido teologal acentúa la real transformación de la persona que, con la consagración, queda referida de modo nuevo e intrínseco a Dios. Este sentido teológico y teologal de la consagración se aplica tanto a la consagración bautismal como a la religiosa.
¿En qué consiste la consagración religiosa? Se trata de una configuración real con Cristo pobre, casto y obediente. Una configuración en estas dimensiones existenciales y constitutivas de Cristo que es concreción de la configuración en su Filiación y Fraternidad. Se trata de una concreción de la consagración bautismal y una mediación para vivirla en plenitud. Como iniciativa divina, es un don que se nos convierte en tarea en la medida en que nos exige poner todas nuestras capacidades y potencialidades libremente en juego. La consagración religiosa se expresa en los consejos evangélicos y no exige más que la consagración bautismal (que ya exige todo).Del mismo modo que la consagración bautismal, se trata de un proceso que se inicia, no con un sacramento (como en el caso del bautismo) sino con la profesión religiosa. Del mismo en la consagración religiosa tenemos capacidad para bloquear o posibilitar el proceso de transformación, integración y configuración con Cristo pobre, casto y obediente.
Bloqueos en el proceso de transformación, integración y configuración con Cristo. Los ladrones de la libertad: los deseos (apetitos o apegos) y los miedos.
“La vida en el espíritu es verdadera libertad”[2], repetirá san Juan de la Cruz en sus escritos, con un evidente trasfondo paulino. El cual aplica muy bien para nuestro tema en cuestión. “Lo primero que arroje todos los dioses ajenos, que son todas las extrañas aficiones y asimientos” (1S 5,7) He aquí los que para san Juan de la Cruz son los ladrones de la libertad, los deseos (apetitos o apegos) y los miedos. Estas realidades coaccionan, coartan, bloquean y estancan el seguimiento y la consagración y lo único que generan es una vida religiosa insípida, incolora y plagada de lágrimas. En la búsqueda de la libertad, el obstáculo mayor lo encuentra san Juan de la Cruz en lo que él designa “apetitos desordenados” o “falsos dioses” (1S 5,7). El problema está por lo tanto en el apego: “el alma que está aficionada a”, “el alma que se prenda de”, el alma que pone su corazón en” (1S 4,4), y a la vez el místico san Juan de la Cruz indica los daños o efectos negativos de estas adiciones: el que se deja llevar de los tales “siempre está descontento y desabrido” (1S 6,3). “Ni tristeza ni melancolía las quiero en casa mía”, dirá santa Teresa de Jesús.
Los apetitos, deseos o apegos son lazos que no nos dejan ser libres, no dejan avanzar hacia adelante, está presente en expresiones cotidianas tales como “vive esclavo de sus pasiones, no se puede liberar de sus deseos”. Estos paralizan el dinamismo del amor, bloquean la vida espiritual, impiden la madurez afectiva, taponan las arterias de la vida religiosa, desintegran y “lo que no está integrado se desintegra”, nos lo recuerda Amadeo Cencini. y peor aún, no permiten llevar a plenitud la cuádruple fidelidad a la que está llamado el seguidor (a) el consagrado (a)Fidelidad a Cristo y al Evangelio, fidelidad a la Iglesia y a su misión en el mundo, fidelidad a la vida religiosa y al carisma del Instituto, fidelidad a la persona humana y a nuestros tiempos. Por eso, la vida religiosa no es cuestión de moral sino de gratuidad y libertad.
Los miedos, por otra parte, están íntimamente conectados con nuestros pensamientos. De ahí que la purificación de la memoria para san Juan de la Cruz, pase no solo por el olvido, sino también por integrar y educar los pensamientos, “cada vez que el alma se pone a pensar alguna cosa queda movida y alterada” (3S 5,2) “y nunca le nacen al alma turbaciones si no es de las aprehensiones de la memoria” (3S 5,1). Para recuperar la libertad perdida frente a los miedos, el místico propone no apegarse a nada. Nadie puede dejar de desear o de pensar. Pero si no hay apego tampoco hay daño. Los miedos son las fieras del camino, miedo al qué dirán, a perder algo o alguien. Los miedos hacen de la vida religiosa una experiencia de lágrimas. Los miedos solo están en nuestra mente, desde donde proyectamos imágenes de lo que pensamos que pueda ocurrir. Los miedos no van de la mano de la confianza, ni de la fe ni del amor. Y estos últimos, hacen de la vida religiosa una experiencia de sonrisas y son el mejor antídoto frente a los miedos que nos paralizan y peor aún, nos quitan la liberad del seguimiento y de la consagración.
Lo que posibilita el proceso de transformación, integración y configuración con Cristo pobre, casto y obediente: el vínculo del amor
El vínculo del amor es el garante para recuperar la libertad. Es decir, poner a Cristo en el centro e inseparable de ese cristocentrismo, está la experiencia de abrirse a una realidad más poderosa “Otro amor mayor y mejor” (1S 14,2) para asegurar así, la integración de todas las dimensiones de la vida espiritual, afectiva, moral, intelectual, carismática, pastoral y corporal de quien libre y voluntariamente sigue y se consagra a Jesús, el Señor. Abrirse en la vida a un amor más poderoso, conectarse, vincularse; nos recuerda el santo: “Porque, para vencer todos los apetitos y negar los gustos de todas las cosas…, era menester otra inflamación mayor de otro amor mejor, que es el de su esposo, para que, teniendo su gusto y fuerza en éste, tuviese valor y constancia para fácilmente negar todos los otros. Y no solo era menester para vencer la fuerza de los apetitos sensitivos tener amor de su Esposo, sino estar inflamada de amor y con ansias” (1S 14,2).
Otro amor mayor y mejor es la clave para integrar lo desintegrado. Es la base segura sobre la que construir la vida. El otro amor mejor, las ansias de amor, la unión de amor. Todo es uno y lo mismo en san Juan de la Cruz. Todo sirve para poner de manifiesto el vínculo liberador del amor. Amor y libertad siempre van de la mano. En la unión de amor se encuentra la verdadera libertad. Por lo tanto, el abandono confiado[3] y el amor en acto son los mejores garantes de una libertad que, como todo lo humano, necesita de cuidados cotidianos y a las veces intensivos, gracias a esa doble acción continuada de hacer el viaje de la vida, creyendo y amando.
En consecuencia, la vida religiosa es una experiencia de sonrisas cuando vive vinculada al Amor mayor y mejor; y es una experiencia de lágrimas cuando vive apegada e impregnada de miedos. El vínculo del amor: Jesús en mí y yo en Elserá el garante para recuperar la libertad, el cual, me integra y me da la capacidad para responder y saber vivir, como consagrado (a) el cuádruple de la fidelidad.
Lecturas recomendadas
- SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida del monte Carmelo. Editorial Monte Carmelo. Burgos.
- J. PEREZ AZAUSTRE, Corazones en la oscuridad. Anagrama, Barcelona, 2016. Un ahondamiento en los espejos rotos de los corazones que andan en soledad, para descubrir que tales caminos están sembrados sobretodo de verdades humanas muy hondas y dolientes, sanadas finalmente por el amor.
- María J. Alava Reyes, La inutilidad del sufrimiento. Claves para aprender a vivir de manera positiva. Madrid: la esfera de los libros, 2003.
- GARCÍA PAREDES, JOSÉ CRISTO REY, Teología de las formas de vida cristiana III. Perspectiva sistemático-teológica. Vocación-consagración-misión-comunión, Madrid 1999,141-206.
Bibliografía
- BIBLIA DE JERUSALEN
- CONCILIO VATICANO II
- BLANCO, SEVERIANO, Seguimiento. Fundamentación bíblica, en A. APARICIO RODRÍGUEZ J. CANALS CASAS (Dir.), Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, Madrid 1989, 1616-1624.
- CONTRERAS, FRANCISCO, Consagración. Fundamentación bíblica, en A. APARICIO RODRÍGUEZ J. CANALS CASAS (Dir.), Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, Madrid 1989, 354-368.
- MALINA, BRUCE J., El mundo del Nuevo Testamento. Perspectivas desde la Antropología cultural, Estella 1995, 181-219.
- ALONSO, SEVERINO Mª, La vida consagrada. Síntesis teológica, Madrid 1985, 147-180. Consagración. Lectura teológica, en A. APARICIO RODRÍGUEZ J. CANALS
- CASAS (Dir.), Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, Madrid 1989, 368-396.
- GUTIÉRREZ VEGA, LUCAS, Teología sistemática de la vida religiosa, Madrid 1979, 214-222.
- SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida del monte Carmelo. Editorial Monte Carmelo. Burgos, 1987.
- REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, No. 306. Enero- Marzo 2018. Págs. 120-137.
[1]Apoyados en el texto “En el vínculo está la libertad” de Juan Antonio Marcos de la Universidad de Comillas. En: Revista de Espiritualidad, No. 306. Enero- Marzo 2018. Págs. 120-137.
[2]Confrontar: san Juan de la Cruz en 1er libro de la Noche 13,11; 13,14 y 2º libro de la Noche oscura 14,3.
[3]Propuesta teologal de santa Teresita del Niño Jesús, con su caminito de infancia espiritual.